Traductor: ¿traidor o traedor?

Alfonso Reyes y los caníbales


Fotos: Lola Álvarez Bravo

El simpático hallazgo de Alfonso Reyes, recogido en el texto “Poesía indígena brasileña”, una joya y una rareza, puede verse como impensado desafío a lo que rutinariamente consideramos “traducción”. De entrada, el escritor mexicano se permite una mitificación precursora al “realismo mágico”. Es 1932, diciembre, Riojaneiro (sic), y nos cuenta: “Queda noticia de que los indios brasileños anteriores a la colonización europea eran repentistas muy dotados y los que se distinguían en este género de poesía hasta podían cruzar en medio de tribus enemigas sin que nadie se les atreviera”. Noticia, y poco más: “De aquella primitiva poesía sólo vestigios se conservan”. Él recoge una decena. Los mejores del conjunto, entre paternalismo y envidia los define como “chistes” o “de humorismo”: “Sobre todo conocemos las dos canciones que Montaigne tradujo en sus Ensayos, de donde Goethe después las tradujo al alemán. El anónimo caníbal de Brasil tiene así un título más ilustre en las letras que todos los poetas americanos”.

Publicado en Norte y sur, libro que registra sus años de diplomático en América del Sur (Editorial Leyenda, México, 1944), este pasaje lleva a pensar en qué tanto de lo que leemos de otras lenguas y civilizaciones es fiel o se parece o trasmite lo que el original decía. De la ignota lengua del caníbal a la mesa de Montaigne cuántas manos habrán pasado sobre las piezas en verso portugués que Reyes trajo al castellano.

Existen casos más extremos. Los traslados de escrituras remotas (de origen oral o no) pueden resultar más alambicados y llenos de escalas que un experimento químico o alquímico. En Cantos de amor del antiguo Egipto, por lo demás una pequeña joya bibliográfica (Jorge Olañeta editor, Palma de Mallorca, 1997), asistimos a la lectura de unos bellos cantos amorosos traducidos de traducciones de traducciones de. El editor admite: “La traducción no puede, evidentemente, ser literal. Una misma palabra se traduce de modo distinto según su contexto. No se conoce, por ejemplo, el significado de determinados nombres de flores, especias y vinos. Y bien se sabe que estos cantos se recitaban o cantaban, se desconoce en cambio su metro y melodías, dado que no sabemos vocalizar la escritura jeroglífica”.

Eso no es todo. La edición mallorquina de unos cantos escritos hace tres mil 500 años “consta de extractos de la traducción alemana del profesor Siegfried Scott, Universidad de Göttingen (traducción francesa de Paule Kriege)” (y castellana de Borja Folch). El palimpsesto es inevitable. No muy diferente a lo que ocurre con la Biblia judaica que afanosamente expanden los diversos misioneros por la Tierra entera. Qué podemos saber de la verdadera resonancia de versos creados en lenguas que nadie ha vuelto a escuchar jamás. Y sin embargo, hay que traducirlos. Que “quede noticia”. A continuación se reproducen los dos poemas de buen salvaje que Alfonso Reyes obtuvo en las páginas de Montaigne.

(Hermann Bellinghausen)

Vengan todos a la fiesta
a devorar a un valiente:
la ley de la guerra es ésta.
También me he hartado yo de vuestra gente:
de vuestros padres y de sus hazañas,
el gusto encontraréis en mis entrañas.

*

Pára, viborita, pára:
quiero imitar tu primor
pintando un cinturón para
obsequiárselo a mi amor:
mira que así vendrás a ser presente
que una serpiente le hace a otra serpiente.