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Cronista olvidado
U

no de los grandes cronistas que ha tenido la ciudad de México fue José María Marroqui. Nació en esta urbe en 1824, donde también murió en la pobreza en 1898. Estudió medicina y como muchos personajes de ese azaroso siglo XIX, vivió una vida de contrastes y altibajos; desempeñó actividades muy alejadas de su vocación. Recién graduado de médico, en 1847, se ocurrió la invasión estadunidense, se unió a los polkos, combatió al enemigo y brindó valiosos servicios de salud.

Durante una década prestó atención en el hospital de San Andrés; al surgir una crisis económica se le despidió agradeciéndole su generosidad de servir gratuitamente y sin estipendio de ningún género. Un tiempo fue regidor y emitió la reglamentación para el ejercicio de las mujeres extraviadas. Fue diputado y en la batalla de Puebla se desempeñó como comandante del Cuerpo Médico Militar. Acompañó al presidente Benito Juárez en el éxodo hacia el norte y por espacio de un año atendió a pacientes en Fresnillo.

De regreso en la capital fue juez del Registro Civil y de 1874 a 1878 fue cónsul en Barcelona; los problemas políticos en México impedían la puntual llegada de los sueldos, por lo que tuvo que emplearse como maestro de escuela para sobrevivir.

Al retornar al país se dedicó a lo que era su pasión: la historia de la ciudad de México. El sustento lo ganaba como maestro en la Escuela Nacional Preparatoria. Su magro salario no le permitía tener una biblioteca por lo que acudía a la del bibliógrafo y canónigo Vicente de P. Andrade.

Los últimos 20 años de su vida los dedicó a escribir su obra más importante La ciudad de México, que consta de tres gruesos volúmenes, los cuales tratan las costumbres, fiestas religiosas y civiles, creencias populares, tradiciones, cédulas, reales órdenes y documentos diversos acerca de la esclavitud de los negros o de los indios, y de las encomiendas.

Una de las aportaciones del libro es dar a conocer la historia de los nombres de muchas de las calles de la antigua ciudad de México. El cronista Luis González Obregón platica de su colega: Alternaba sus diarios paseos matutinos y vespertinos por la calzada de la Reforma y la Alameda, su sitio predilecto, charlando con amigos bajo los árboles o en los billares del hotel de Iturbide. (...) El resto de su tiempo lo consagraba a inquisiciones históricas, recorriendo, fatigado y sudoroso, casas y calles en busca de noticias, y sentándose, incómodo por su obesidad, ante las mesas de bibliotecas y archivos, para hojear uno a uno polvorientos manuscritos, de caracteres ininteligibles muchos de ellos.

Dos años antes de su muerte le obsequió la obra a La Municipalidad, con la condición de que se le proporcionase una persona que copiara en máquina el voluminoso manuscrito. Hasta sus últimos días, no obstante a un cáncer de la boca, estuvo trabajando en la elaboración final. Dispuso en su testamento ser sepultado en una fosa de tercera clase en el panteón de Dolores sin inscripción alguna.

Pocos recuerdan a José María Marroqui; una pequeña calle en el Centro Histórico por los rumbos del Barrio Chino, lleva su nombre. Ahí murió en una sencilla casa en la calle que entonces llevaba el nombre de Cuajomulco. Su gran obra ya casi no se lee. Es una triste historia, lamentablemente muy representativa de la vida de la mayoría de los cronistas de esta ciudad hasta nuestros días.

Con toda probabilidad el modesto cronista al regresar de su paseo por la Alameda, en muchas ocasiones se habrá detenido en algunos de los cafés o fondas del Barrio Chino. En realidad es una sola calle, la de Dolores, que le quedaba a la vuelta de su casa. Todavía existen ahí varios de esos establecimientos y algunos restaurantes. Uno de los mejores es el Hong King que presume de ofrecer el mejor pollo almendrado. Para iniciar: la sopa de wonton con chasiu y desde luego los panes al vapor. También ofrece menús económicos con diferentes combinaciones.