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¿La Fiesta en Paz?

Declaraciones y contradicciones o la fiesta de toros como patrimonio cultural

Omisión del Gabo taurófilo

D

esde 2011 y ante los crecientes ataques de un movimiento taurino subvencionado, organizado e incrementado, así carezca de la honestidad intelectual para analizar el fenómeno tauromáquico con conocimiento de causa y se sustente sólo en la crueldad y en la supuesta conciencia del toro (sufre como el humano), algunos gobiernos estatales han decidido declarar a la fiesta de los toros Patrimonio Cultural Inmaterial, con la intención de preservar y fortalecer esta tradición y a la vez blindar o impedir la cancelación de los festejos taurinos en esas entidades.

Tras la iniciativa del gobierno de Aguascalientes, cuyo decreto fue emitido en octubre de 2011, otros estados han adoptado la misma medida –¿precautoria, política, temeraria, partidista?, a saber–, como Tlaxcala, Hidalgo, Zacatecas, Querétaro y Guanajuato, si bien en este último el pasado marzo al cabildo del Ayuntamiento de León –cuna de Rodolfo Gaona, ¡carajo!– se le ocurrió prohibir a los menores de 14 años la entrada a corridas de toros, peleas de gallos y circos con animales, dejando en ridículo el decreto del gobierno estatal emitido en mayo del año pasado.

Aparte de los megarridículos exhibicionistas, demagogos y seudoprogresistas de casos como Sonora, donde en mayo de 2013 el pleno del Congreso estatal aprobó por unanimidad una ley que prohíbe las corridas de toros en un estado donde algo queda de una ganadería de bravo y se efectuaban uno o dos festejos ¡al año!, o municipios como Teocelo, Veracruz –desde 2012 primero antitaurino de México–, en el que su tradición taurina tampoco rebasaba dos tardes anuales, ¿qué ha ocurrido con la centenaria tradición taurina en los estados que han declarado a ésta Patrimonio Cultural Inmaterial?

Poco o nada, por no decir lo de siempre o, si se prefiere, la continuidad de la autorregulación empresarial, ya que esta atención de última hora por algunos gobiernos estatales hacia la fiesta de los toros se ha limitado a las declaratorias solemnes, a los propósitos de enmienda, a prometer y a no cumplir y, lo más censurable, a soslayar la reivindicación de la dignidad animal del toro de lidia. En el caso de Aguascalientes y siguiendo el nefasto ejemplo de la empresa de la Plaza México, un inexcusable acuerdo del ayuntamiento, de septiembre de 2011, establece que el resultado de los exámenes post mortem efectuados a las reses lidiadas en cualquier actividad taurina en el municipio de Aguascalientes se considera información reservada o confidencial y su divulgación se restringe en atención a un interés superior.

Esta indefensión legal ante quien se supone está para proteger los intereses de público y aficionados que pagan por ver un espectáculo cuya esencia es la integridad, edad, presencia y bravura de los toros o novillos que se lidian en las dos plazas de Aguascalientes, continúa fomentando suspicacias, fraudes e impunidad, perjudica al público y aficionados y pone en duda la credibilidad de las autoridades taurinas.

Idéntica postura, la del resto de los estados blindadores de la fiesta: concesiones sin licitación pública a empresas como la de la Plaza México en Tlaxcala y Querétaro o la de Aguascalientes en Guanajuato, y en todas, sin excepción, el sometimiento a las exigencias de las figuras importadas en detrimento de la autenticidad del espectáculo y de los buenos toreros nacionales, por lo que ya podrá seguir la ventolera de declarar a la fiesta patrimonio cultural, que no pasa de ser matrimonio empresarial entre gobiernos y autorregulados.

El periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad, afirmó en alguna ocasión Gabriel García Márquez, a cuyo fino olfato –y al del resto de los periodistas, taurinos o no, de la región– pasó inadvertido el nefasto coloniaje de la fiesta de los toros en los países sudamericanos, así como el interesante fenómeno de fatalismo colectivo que ello generó hasta el día de hoy en los gremios, públicos, crítica y autoridades, tanto de Colombia como de Venezuela, Ecuador y Perú, donde en más de cuatro centurias de tradición taurina sobran dedos de las manos para contar a las figuras internacionales del toreo que han sido capaces de producir, gracias a la nula confrontación descarnada con una realidad taurina sudamericana sin convicción ni autoestima.

Por eso a la industria trasnacional taurina de España, determinante del rumbo en los países mencionados y principal beneficiaria, le vino de perlas el aval del otro Nobel, Mario Vargas Llosa, al defender a la fiesta de los toros en abstracto y limitarla a lo realizado en tierras de Gallito y Belmonte, mientras los pasmados sudacas proporcionan plazas, toros, subalternos, públicos, homenajes, premios, uno que otro torero local de relleno y dinero, mucho dinero.