Opinión
Ver día anteriorJueves 17 de abril de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Cultura y educación, tedio y violencia
L

a cultura es el espacio de la libertad y la creación, la educación es el espacio de lo obligatorio y lo aburrido. Este fue, hace algunos años, el demoledor argumento de un notable y respetado escritor para oponerse a la fusión de las secretarías de Cultura y Educación del Gobierno del Distrito Federal. Sin duda ese argumento corresponde en parte con la realidad: la cultura es el espacio de la libertad y la creación, la educación escolar ha sido el espacio de lo obligatorio y lo aburrido. Además, el aburrimiento y la obligatoriedad (ahora extendida a la llamada educación media superior) se han impuesto a amplios sectores de la población (más de 50 millones de mexicanos), y a la inversa, la cultura –en el sentido implícito en el pronunciamiento citado– sigue sólo al alcance de unos pocos. La propuesta de congregar ambas dependencias pretendía impulsar el cambio de esta realidad, cambiar la educación para llenarla de cultura (de esa cultura), hacer de la educación un espacio de libertad y creación, y de la cultura un bien para todos mediante el gigantesco aparato escolar. ¿Es posible? ¿Es esto una ilusión ingenua?

Si nos atenemos a las acciones mediante las cuales se impone la mal llamada reforma educativa del gobierno federal, no podemos abrigar esperanzas. Los documentos y muchos discursos generados en los meses recientes por la SEP y por el nuevo Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) para implementar (sic y resic) la reforma educativa causan somnolencia; son aburridos en extremo y no hablan sino de obligaciones. No sólo son aburridos, son farragosos, extensos, interminables, reiterativos y plagados de incorreciones gramaticales; no han merecido siquiera la revisión de un buen corrector de estilo, ya no digamos los aportes de algún escritor o pedagogo. Al leerlos vienen a la memoria los calificativos aplicados por Octavio Paz al lenguaje de la ONU; según el poeta preferido de los economistas y sociólogos, era: anémico y castrado. Me imagino el tedio de los profesores mexicanos al leer esos documentos y escuchar los discursos. Así, por supuesto no se logrará la proclamada calidad de la educación, ni hacer de ésta un espacio de cultura.

Sin duda se argumentará la imposibilidad de hacer atractivos e interesantes documentos de carácter técnico y administrativo, normativos. Falso, la aridez de la técnica –y sus desviaciones y abusos– deberían subsanarse con ideas, con propuestas pedagógicas. Pero además esta es la primera aberración: empezar por el lado equivocado, por la técnica y la administración, cuando la urgencia en la educación es una inyección de fuertes dosis de cultura, de entusiasmo, de pasión pedagógica. Esta urgencia no es un invento, es innegable para quien quiere leer bien este mundo saturado de todo tipo de violencia y degradación. Aburrimiento, obligatoriedad y técnica están en el origen de la violencia porque en sí mismos implican algún grado de violencia. Ya he recordado en este espacio la tesis de Erich Fromm acerca del origen de la destructividad humana: un factor determinante es el aburrimiento existencial. Las entrevistas a varios criminales revelan esta realidad: sus actos les aportan la adrenalina indispensable para soportar el tedio y la falta de sentido de sus vidas. Las entrevistas a jóvenes llamados con oprobio desertores del sistema educativo muestran una causa muy frecuente de su alejamiento de las aulas: el aburrimiento. Esta coincidencia debería generar alarma.

Superar el tedio escolar –y vital– implica enriquecer el sistema educativo con los elementos más fecundos de la cultura: las artes, la filosofía, la historia, la ciencia. Las aberrantes políticas actuales avanzan en la dirección contraria; en busca de la eficiencia, reducen la educación a lo básico, lo elemental, lo práctico, lo instrumental, las competencias, eliminando las inútiles humanidades, industrializando y burocratizando cada vez más un espacio urgido de humanización en todas sus áreas. Este diagnóstico no requiere la aplicación de reactivos y técnicas de sicometría, ni la definición de parámetros e indicadores, como se persigue obsesivamente con talante cientificista. En vez de ocuparse de este reto cultural, las acciones emprendidas por la SEP y el INEE van construyendo una gigantesca y enredada parafernalia de normas, lineamientos, criterios, procedimientos y estructuras consumidoras de tiempo, recursos y atención, cuya función es política: controlar, desde el centro del país, el ingreso, promoción y permanencia de los integrantes de la planta docente. La urgentísima evaluación pedagógica y cultural del sistema educativo se deja para un incierto después.

“El propósito de los Criterios Técnicos –proclama el INEE en uno de sus documentos– es el de proveer referentes para valorar la calidad de los instrumentos de evaluación, de las prácticas evaluativas y de los usos de las evaluaciones” (un buen corrector les hubiera suprimido el de y las mayúsculas). Se reitera pues una visión puramente técnica de la evaluación, cuando el apremio es definir los parámetros filosóficos y pedagógicos en los cuales se apoyen una evaluación de otro tipo y la redefinición de sus usos, como lo demanda el movimiento magisterial coordinado por la CNTE. La evaluación necesaria no se limitaría a aplicar instrumentos, ni éstos se definirían sólo con criterios técnicos. La visión de la sicometría y la administración, dominante en el nuevo INEE y la SEP, debería ser superada con la de la literatura, la filosofía, la historia, la pedagogía, la ciencia. Sólo de esta manera la evaluación podría contribuir a hacer de la educación un espacio de libertad y creación, y de la cultura un bien para todos mediante una nueva educación.