Opinión
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Kingpin strategy
E

n Estados Unidos usan una expresión en el combate a los capos del narcotráfico: kingpin strategy (literalmente, estrategia de capo). Esta estrategia fue desarrollada, en 1992, por la Administración para el Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés). Originalmente se llevó a cabo contra los traficantes colombianos de cocaína (César Gaviria era el gobernante) y fue producto de una revisión del ciclo completo del negocio de drogas ilegales: producción, transportación, distribución y recapitalización de la empresa, ni más ni menos que lo que se hace en otras empresas de productos legales.

Una de mis ayudantes me hizo el favor de sugerirme la consulta de Borderland Beat (Reporting on the Mexican cartel drug war) del 28 de octubre de 2012, referido a esta estrategia. En Colombia se usó una versión propia de la estrategia consistente en la localización, captura e incapacitación de los cabecillas y lugartenientes claves, atacando simultánea y vigorosamente sus vulnerabilidades y sus organizaciones, incluyendo sus fuentes de dinero y de abastecimiento. Felipe Calderón, en México, copió el modelo e hizo arrestar o asesinar a algunas de las figuras claves de los cárteles más conocidos en esos momentos. Aseguró a sus colaboradores que quitando a los capos no se incrementaría la violencia, y se equivocó, para desgracia de varios estados de la República y de ésta en su conjunto.

En Borderland Beat se dice que enfocando criminales y no crímenes, las kingpin strategies y modelos similares han demostrado ser exitosas si se aplican adecuadamente contra los cárteles, sus comunicaciones y elementos de control en el ciclo completo del negocio de las organizaciones delictivas trasnacionales. Si no es así, se corre el riesgo de fracasar y multiplicar la criminalidad más allá de las posibilidades de control de un gobierno. Al cortar cabezas se desorganizan las redes de delincuentes, se genera inestabilidad y, por lo tanto, habrá más homicidios y secuestros, pues dichas redes se adaptan a la estrategia restructurándose con nuevos y menos conocidos cabecillas en lucha por los viejos y los nuevos territorios. Guerra de posiciones, le llamaría Gramsci, es decir, la diputa por la hegemonía de un grupo sobre otros en momentos en los que no existe fuerza suficiente para la dominación del Estado. Esto es, la pugna entre grupos delictivos, en este caso, ante la debilidad del Estado para someterlos a todos por igual (o así se supone).

El gran problema es que se descabezan los cárteles pero la violencia aumenta, y entre los delitos cometidos, los secuestros y la extorsión ocupan un lugar sobresaliente. El resultado de esta estrategia, señala la publicación, es que las células en las redes delictivas que no pueden dedicarse a las drogas se van por el lado de los secuestros y la extorsión, dos actividades que, a diferencia de la producción y el tráfico de drogas, provocan miedo y angustia entre la población común de cualquier lugar. La inseguridad es lo que preocupa a la gente, mucho más que el trasiego de drogas.

Si la intención de Calderón era darle estabilidad al país, al mismo tiempo que quedar bien con el gobierno de Estados Unidos, no obtuvo los resultados supuestamente esperados, salvo con el país del norte. Sembró el territorio de muertes y uno de sus resultados fue que la población le retirara su apoyo al PAN en 2012. La mayoría votó por PRI y PRD, pero nadie sabía que Peña Nieto, que obviamente quería diferenciarse de su antecesor, seguiría más o menos la misma estrategia. Las consecuencias de ésta las conocemos todos: decenas de miles de muertes por todos lados, secuestros y extorsiones, militares y marinos por aquí y por allá, represión incluso de movimientos sociales con relativas cartas de legitimidad.

Si la idea es seguir la kingpin strategy experimentada en Colombia, debemos interpretar que una vez descabezados los principales cárteles surgirán grupos paramilitares (auspiciados por el gobierno de allá), complementados por la utilización de fuerzas militares. ¿Ya tenemos en México grupos paramilitares? Habría que separar la paja del grano y ver qué es lo que realmente hay detrás de algunos de los grupos de autodefensa que están proliferando en el país, pues hay indicios de que no todos son auténticos ni promovidos realmente por las comunidades.

Borderland Beat menciona que una de las causas de la violencia asociada al problema de las drogas es su prohibición como política general y la debilidad del Estado ante los grupos delictivos (en general bien organizados y armados). La prohibición ha hecho que las ganancias sean mayores, y con éstas sea más fácil corromper a la gente del gobierno, incluso a quienes tienen como función resolver el problema. Por esto, quizá, había menos inseguridad cuando algunos funcionarios públicos tenían ciertos tratos (no escritos) con los capos de los cárteles. “En los periodos en los que el gobierno –señala la publicación– estaba coludido con los traficantes, esta debilidad, si bien existía, no era aparente”. En cambio ahora, aunque no ha desaparecido del todo la connivencia con los traficantes, no se tiene control sobre ellos. El resultado, obviamente, es que la población vive en zozobra todos los días, pues la fragmentación de los cárteles clásicos, sin los antiguos controles de los grandes capos, ha generado más violencia que antes. Y los gobiernos, sobre todo los locales, no suelen tener los recursos suficientes para combatirlos. De aquí, tal vez, aunque no sea bastante, la idea de los mandos únicos de las policías regionales, estatales y municipales. Pero falta mucho. Si la estrategia probada y seguida en Colombia ha llevado 20 años sin resultados verdaderamente satisfactorios y con costos sociales muy elevados (ese país sigue exportando grandes cantidades de cocaína a Estados Unidos), así como vamos, de seguir la misma línea, estaremos mejor para 2026. ¡Qué alivio! Si vivo para entonces, tendré 85 años, y si mi salud me lo permite podré salir a la calle sin temor a ser secuestrado.

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