Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 23 de marzo de 2014 Num: 994

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Una vez más
Rolando Hinojosa

Ricardo Bada

Polonia cultural:
esbozos de un panorama

Fernando Villagómez

Dos poetas

Dos cuentos
Slawomir Mrozek

Polonia, letra y cultura
Ewa Agata Bałazinska

Los mentados
hermanos Limas

Julio Astillero

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
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Artes Visuales
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Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 

Ana García Bergua

De parquímetros y cosas peores

La calle en la que vivimos es el estacionamiento de los valet parking de los comercios cercanos. Desde muy temprano, nuestra empedrada vía coyoacanense se cuadricula y picotea como los mapas de guerra de las películas, se llena de cubetas, cintas y gordas piedras, para después convertirla en una especie de archivo de coches en batería que entran y salen y benefician a toda clase de personas, excepto las que ahí amanecemos, comemos y dormimos. Los vecinos ya podemos tardar siglos en salir de casa entre marismas de automóviles o pedir a nuestros invitados que lleguen en paracaídas porque en coche es imposible: la calle es de los famosos valets y sus amos, quienes cobran por ofrecer a sus clientes pedazos de espacio público. Y eso que estamos junto a uno de los edificios de la Delegación: nuestras cartas, cuando hemos osado protestar, no han servido de nada.

Todo esto para explicar por qué, cuando propusieron poner parquímetros, nos pareció magnífico. Por fin, pensamos, los restauranteros tendrán que conseguir un espacio para los autos de los comedores de pizza, churrasco y sirloin; o ellos quizá, buscarán su propio lugar, que a fin de cuentas les saldría más económico. Pero otros vecinos nos hicieron ver la monserga que son esos parquímetros, especialmente para quienes vivimos en privadas, vecindades o edificios de departamentos con una sola entrada, a los cuales nos otorgarían una única tarjeta correspondiente para estacionar un auto sin pagar. O los que vienen a trabajar a Coyoacán en coche. A todos les saldría carísimo pagar por tener todo el día el coche estacionado en las calles de este pueblo. Ahora entró el INAH a detener las obras y la verdad me alegré, pues ver Francisco Sosa cuadriculada en blanco me provocó una horrenda melancolía, además de que comparto la desconfianza general sobre el destino del dinero que se deposita en los parquímetros: nos informan en una hoja que se ha distribuido entre los vecinos que el treinta por ciento se destinará a obras públicas. ¿Y el resto? ¿Será para el delegado y la compañía tragamonedas?  Amigos que viven en la Condesa y la Cuauhtémoc nos dicen, sin embargo, que los parquímetros han sido benéficos para sus calles, pues han terminado con los viene-viene y los valets, que se apoderan de ellas.

La delegación de Coyoacán ha tenido siempre un curioso matrimonio con los viene-viene: útiles en épocas de elecciones, les han dado credenciales, mandiles y permisos, les han asignado calles y, por épocas, les han permitido imponer precios y disponer del espacio como muy pequeños terratenientes; en otras épocas deciden expulsarlos durante una semana, al cabo de la cual regresan, y así. Sólo falta que les pongan moños o les enseñen danza hawaiana. Y muchos vecinos y comerciantes prefieren negociar con su viene-viene de confianza; por lo menos saben a dónde va a parar el dinero que por fuerza hay que pagar. Seguramente ustedes han visto las noticias sobre todas las protestas que se han organizado y el delegado que se esconde o deja plantados a los quejosos (y es literal: a quien esto escribe le tocó hace meses, mientras hacía un trámite en la delegación, ver al señor delegado utilizar el popular escape por el baño del fondo, pues había un grupo de manifestantes en la puerta). 

En fin, yo creo que los viene-viene están desde siempre en las calles de Tenochtitlán, ofreciendo sus servicios al mejor postor, que es ahora el coche y antaño a saber qué sería. Serán producto del desempleo, de la carencia de oficio, del amor al aire, cosas que ignoro. Pero el verdadero problema, pienso yo, es que el espacio público es público y nadie debería cobrar por él: ni la compañía de los parquímetros, ni los valets, ni los comercios, ni los viene-vienes. Con lo fácil que sería quitar cubetas y postes, impedir que dispongan del espacio, aplicar la ley y arreglar las banquetas para que la gente prefiera caminar. ¿O tan terrible es que la calle se utilice libremente, al ritmo de quien llega y quien se va, dentro de las reglas, sin que nadie se apropie o beneficie? Si seguimos así, en el futuro aparecerá un valet que cobrará a los transeúntes por detenerse a platicar en una esquina. Si respiran mucho, son diez pesos más.

Ya existen, me cuentan, coches que se estacionan solos. Quizá les seguirán coches que se van a comer solos también o a platicar entre ellos, en lo que encuentran lugar para estacionarse. Y en época de elecciones, tendrán su delegado.