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¿La Fiesta en Paz?

Temporada grande, lo rescatable de lo deplorable

El pecado de Hermoso

Guadalajara, una corrida modélica

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Sergio Flores, triunfador en Guadalajara, pudiendo haber sacado chispas alternando con sus compañeros triunfadores, vino a la Plaza México una sola tardeFoto Archivo
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ue la vigésima oportunidad, quizá la más valiosa por la diversidad de personalidades toreras nuevas, de haber hecho repuntar el espectáculo taurino en el Distrito Federal, y todo quedó en enésimo fiasco empresarial y ganadero. Así no se puede ni se podrá. Tras 21 festejos que el incorregible Cecetla (Centro de Capacitación para Empresarios Taurinos de Lento Aprendizaje), antes Plaza México, impuso a la agraviada afición o lo que de ella va quedando, no es mucho lo que se puede rescatar de una sucesión casi sistemática de desafortunadas tardes de toros y toreros en la vigésima temporada como grande que organizan los incorregibles e intocables cecetlos.

Desde luego la cuasi consagración de Joselito Adame como el sucesor natural de Eulalio López Zotoluco, solitaria y deslavada primera figura de una fiesta de toros sin verdadera competencia de empresas, ganaderos ni toreros, y con un público desinformado a merced del voluntarismo de la autorregulada empresa y de los publicronistas, como calificó Alcalino a los que se sueñan críticos taurinos y no pasan de publirrelacionistas.

¿Por qué cuasi y no completa consagración de Joselito? Porque los contumaces promotores optaron de nueva cuenta por encierros mansos y sin trapío para figurines importados y decidieron no enfrentar, en repetidas ocasiones que sacaran chispas –no fueran a hacerse figuras–, a Adame con Saldívar, a éste con Silveti, a éste con Sánchez, a éste con Flores, y a todos estos entre sí, pero además rivalizando con Federico Pizarro, Fermín Rivera, Octavio García El Payo, Fabián Barba, Arturo Macías, Jerónimo, José Mauricio, Mario Aguilar e incluso Fermín Spínola.

Fueron funciones anodinas de pobres entradas, salvo tres o cuatro de más de media plaza, para un público casual que pudiendo haberse vuelto asiduo, apasionado y entusiasta al consagrar definitivamente a media docena de nuevas figuras mexicanas debió conformarse, una vez más, con faenas esporádicas, gracias a la falta de combinaciones de toros bravos y toreros con hambre de ser, no sólo de permanecer y de figurar. Otro riesgo de los jóvenes coletas triunfadores en España es que permanezcan aquí y se mal acostumbren al novillón pasador, pues truncarán sus prometedoras carreras.

Con celo pero sin sello, Fermín Spínola, empeñoso con los palos y diciendo poco con las telas, es el único matador al que por extrañas razones Pablo Hermoso decidió apoyar luego de 15 años consecutivos de venir a México, lapso en el que una vez medidos el público, las empresas y las autoridades, ofrece un chou hípico-taurino a base de boyantes reses excesivamente despuntadas e inmisericordemente castigadas. Con ello, él y las empresas ganan, pero no la fiesta de toros, ahora convertida en fiesta de caballos con toreros de a pie como comparsas. Pudiendo haber contribuido al surgimiento de una nueva generación de buenos matadores mexicanos al incorporarlos a su troupe, Hermoso acusa la misma mezquindad y falta de grandeza de las dependientes empresas. Lo dicho: la fiesta de los toros es termómetro de la temperatura anímica, ética, profesional y estética del país donde está inmersa. Afortunadamente todavía hay excepciones que confirman la regla.

Rodrigo Lebrija, aficionado pensante y cineasta creativo, cuenta emocionado: Me fui a los toros a Guadalajara y vaya sorpresa. Pensé que todo sería un poco desastroso porque ni las cuadrillas ni los espadas están acostumbrados a lidiar toros así y tampoco el público está acostumbrado a ver y juzgar un toro con un comportamiento totalmente diferente al de los novillos que regularmente se lidian en el país.

“Salieron seis toros de la ganadería de Barralva impecablemente presentados, todos fueron al caballo con bravura y además se dejaron meter mano. El ‘malo’ fue un toro muy al estilo de lo de Garfias, que cuando toman la muleta con clase y recorrido al tercer muletazo salen buscando las tablas pero sin peligro. A esos toros Manolo Martínez invariablemente les cortaba las orejas. Lo del cuarto de la tarde fue insólito, un toro de bandera que mereció el arrastre lento. Los otros cuatro fueron tan buenos que a uno le cortaron una oreja y si a otros dos no los pinchan, también les cortan las orejas. Para el cuarto toro ya había dado vuelta el ganadero, en buena medida por el juego de los tres primeros. En fin, fue una muy grata experiencia.

“En cuanto a los toreros –concluye Rodrigo Lebrija, quien para octubre estará terminando una documentada película sobre El Pana–, Arturo Saldívar estuvo gris y Sergio Flores se vio muy valiente y enterado con unos toros que le permitieron lucir su tauromaquia. Desgraciadamente el tendido de la plaza El Nuevo Progreso muy vacío. Va a ser difícil que regresen los aficionados que se sienten engañados. La mula no era arisca...”