De guardias, autodefensas y paramilitares

En memoria de Luis Villoro, maestro y compañero

Con la instauración del neoliberalismo radical como sistema de dominio en México, tras las fraudulentas elecciones de 1988 (ese sí fue “el robo del siglo”, pues les robaron un siglo, y ahora quieren el otro), los pueblos indígenas entendieron que no contaban con el Estado, que limosnas más o menos, éste se había vuelto su mayor enemigo a escala nacional, peor aún que en el porfiriato, que fue selectivo, no que ahora en todos los frentes: educativo, alimentario, agrario. Que se joda el México profundo. Su disparo de salida fue la demolición “modernizadora” de la ley agraria a partir de la contrarreforma del 27 constitucional en 1992: la tierra será del que la pague.

De maneras diversas en sus tiempos, formas y circunstancias, fueron brotando experiencias de autodeterminación comunitaria en un país de repente agarrado del pescuezo por la violencia del crimen organizado y sus ramificaciones en el Estado, así como la violencia económica del extractivismo y la industrialización/castración de semillas y cultivos. La tierra, la milpa, la vida misma estaban en la mira. En Guerrero, Michoacán, Jalisco y Sonora surgieron guardias y policías comunitarias para llenar los vacíos del Estado. Con cinismo, éste trató de montarse en dichas experiencias, algunas las desfiguró, a otras las criminalizó o “encapsuló” (eufemismo a-la-Mancera). Nacidas precisamente contra su incapacidad criminal, hoy trata de fagocitarlas. Parece chiste. Recordemos que ante el levantamiento zapatista en Chiapas, que le cambió el juego, y grueso, el gobierno pretendió hacer guardabosques a los insurgentes. No quiere que los pueblos se cuiden, sino arrodillarlos. Lo suyo sólo será paramilitar. O sea lo contrario.