Opinión
Ver día anteriorViernes 7 de marzo de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Solfeo interior
C

omo en su nombre, como en su estilo, como en su rítmica musicalidad, todo fue singular en Paco de Lucía el guitarrista español, fallecido la semana pasada en Playa del Carmen, Cancún, dejando un hueco difícil de superar debido a su intuición y sentimiento flamenco –ese percibir el mundo hacia adentro. Lectura interna de la música gitana heredada. Memoria grabada en el pulsar. Solfeo interno rítmico, armónico que no se aprende, se trae en el alma aunada a melódica inteligencia– que le permitió proyectar la música española en prácticamente todo el mundo.

Espíritu flamenco heredero de una gitana Lucía de buena veta, más que salada y aceitunera y mirada altiva y sonrisa picaresca que cubrían los gatos que traen los gitanos en la talega y si no, ni se es músico ni se es nada. Gatos que le fueron indispensables para transmitir ese espíritu cargado de jondura, fenómeno de la naturaleza. Religión sensual rugiente que tantas veces hizo dúo con el fenómeno del cante Camarón de la isla de San Fernando (ver la antigua película La Vaquilla que pasó por TVE el sábado pasado a la media noche).

Felinos que arañaban el vientre como rasgado por siete cuchillos, cuando acompañaba al Camarón en el cante a la guitarra para allanarle el camino al surgimiento del cante jondo a ritmo con un sentimiento lánguido, lleno de sensualidad dolorosa que cierra los ojos, ensanchaba el pecho, erotizaba la piel en escalofríos, en ayes.. ¡ay!… ¡ay!... largos, lentos, llenos de pereza, en desmadejamiento convaleciente que transmitía y ahí quedaba.

Juego semejante al de la verónica cargando la suerte de Rafael de Paula, el otro gitano, promotor de ondulaciones en lucha con el llamamiento de la sangre. Poesía del falsete en guitarra; vibra cual rayo excitado por la voz quejumbrosa de los cantaores; Camarón, Tomatito o La Morante, etcétera, que ataba y era rumor que se perdía en el espacio y el tiempo.

Pasión incontenible de injertos flamencos bebedizos aceleradores de la sangre. Fuego sagrado de notas en llamas. Toques neo flamenco vuelo de abrazos y correr de sangre a la yema de los dedos, pieza fundamental de la musicalidad del que fue premio Príncipe de Asturias. Vértigo alrededor del acelere que abría círculos en el aire va y regresa entre melodías al quiebre del ritmo que lo orilla en la sombra y parpadea calor incandescente, sabor a vinillo de la tierra en noche azulada en Algeciras o Aranjuez.

Ese Concierto de Aranjuez y Entre dos aguas que me enloquecían al igual que el Concierto para mandolina y guitarra de Vivaldi o la unión del flamenco y el jazz, entre otros. Callada soledad que excitaba la melancólica memoria bajo el toque en la madera velado bajo el mágico manto de la misteriosa jondura. Tierna lumbre, danza musical fugaz que vuela al compás de los oles, las palmas y ecos presurosos sobre la piel, al girar y girar y tender los brazos como puntas y jugarlos al unísono en tonalidad exacta, modulada, sensible, que proviene de la capa interior de la piel que es la del cante, la guitarra el toreo y es embrujo flamenco que sirve a la libertad y a la muerte.

A su muerte callaron la guitarra, los gitanos y los del cante fragüero, solea y martinetes. El mundo musical llora al guitarrista, embajador de España en el mundo que universalizó la jondura del flamenco, esencia de su espíritu.