Opinión
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Sobre rebeliones y oligarquías
L

os conflictos en Venezuela y Ucrania –mal­interpretados por los principales medios y aprovechados por las potencias para sus fines geoestratégicos– son productos directos de los procesos que dominan nuestro presente: la creciente polarización social y los –cada vez más violentos– antagonismos de clase.

Aunque ambos casos son muy diferentes (¡Venezuela ≠ Ucrania!), los une el origen y el epicentro: la cada vez más grande brecha entre ricos y pobres.

En Venezuela tuvimos una –fríamente calculada y ejecutada (véase Chris Gilbert, “What’s really happening in Venezuela?”, en Counterpunch, 18/2/14)– rebelión de la oligarquía desencadenada en defensa de los intereses de los sectores más pudientes, dirigida en contra del gobierno popular que buscaba su salida como sea, siguiendo el viejo guión: la guerra económica, los ataques mediáticos, la desestabilización y violencia (Ignacio Ramonet, ¿Está en riesgo la democracia en Venezuela?, en La Jornada, 23/2/14) y que contaba con el apoyo del Departamento de Estado, que, sin embargo, no quería –esta vez– ir “ all the way” (La intentona golpista fue frenada, en Rebelión, 4/3/14).

En Ucrania, en cambio, presenciamos una genuina rebelión de la sociedad, que tumbó al régimen corrupto de Víctor Yanukovich –a la que ya en marcha se montó Washington, incluso por arriba de Bruselas, como demostró la grabación de Victoria Nuland– y que tenía también un fuerte tinte antioligárquico (minimizado en los medios), ya que la gente localizaba correctamente las razones de su empobrecimiento, que la sacó a las calles, en los oscuros vínculos entre la política y el big business.

Después de la desintegración de la URSS, en Ucrania se constituyó un ejemplo perfecto de lo que David Harvey llama crony capitalism –el capitalismo de amigos–, donde las privatizaciones crearon una nueva clase oligárquica, que, al contrario de Rusia, donde ésta es sólo una herramienta de los dirigentes para sus fines geopolíticos, se apoderó de toda la clase política y, tejiendo un complicado mapa de dependencias e influencias, apoyaba y usaba según sus intereses a los gobernantes en turno: fuera Kuchma, Yushchenko/Timoshenko y la élite de la traicionada revolución naranja (2004) que se oligarquizó, o Yanukovich, él mismo parte de La Familia, uno de los tres clanes –junto con el de Donetsk y el gasero– que dominan el país (Ula Lukierska, W uscisku Familii, w: Krytyka Polityczna, 7/2/14).

De hecho, la táctica de la oligarquía de apoyar a todas las fuerzas políticas –desde los comunistas, que nada tienen que ver con la izquierda, hasta la oposición anti Yanukovich (Batkivschina/UDAR/Svoboda)– y la vacilación de por quién decidirse fue responsable por la escalada del conflicto.

A contrapelo de las lecturas dominantes (un grito pro europeo y pro civilizatorio), e incluso de la mayoría de las interpretaciones en la izquierda (un montaje de Occidente y de los neonazis), tal vez conviene pensar en lo que ocurrió en las calles de Kiev (y otras ciudades) como una suerte de primavera árabe que llegó a Europa (Zbigniew Marcin Kowalewski, Ukraina, wiosna ludow juz w Europie, en Le Monde diplomatique, edición polaca, 3/14) y ver a Maidan como uno de estos movimientos revolucionarios desde abajo cuyo potencial subversivo ha sido rápidamente cooptado y neutralizado para significar lo opuesto, cosa que los egipcios o tunecinos resistieron hasta cierto punto, pero los ucranianos no.

Las razones de esto fueron: a) la histórica ausencia de un sujeto político organizado e independiente en Ucrania, b) la falta de la izquierda que pudiera articular el conflicto económico detrás de la rebelión según las divisiones de clase y cuyo lugar fue llenado –como siempre– por la ultraderecha y fascismo, y c) el peso de la oligarquía, que sabe ajustarse a los cambios sin perder el control.

Al contrario, por ejemplo, de Polonia, el cambio democrático en Ucrania no fue producto de ningún movimiento social amplio (como Solidaridad, luego neutralizada para introducir el libre mercado). Encima, el capitalismo oligárquico que se apoderó de la escena política y la nueva cultura neoliberal que promovía la despolitización y la búsqueda de soluciones individuales (migración, retiro de la política, etcétera, algo que explica por qué la rebelión no fue tan masiva) impidieron la formación de cualquier sujeto social capaz de representar los intereses de la gente común (obreros, campesinos, etcétera).

Éstos quedaban cada vez más alienados y en ocasiones seducidos sólo por eslóganes de ir a Europa o acercarse a Rusia, las únicas opciones para mejorar su vida.

No de casualidad estas soluciones eran externas: un cambio desde adentro afectaría los intereses del complejo político-oligárquico, que aprendió a sacar provecho de la estrategia de balancear entre Bruselas y Moscú, sin optar por ninguno (por un lado muchos oligarcas ya desde años gozaban de privilegios comerciales con la UE y no necesitaban más acercamiento; por otro, temían la entrada a la unión aduanera con Rusia y la competencia de sus barones).

La rabia y el hartazgo tuvieron que explotar, encontrando un pretexto (bastante paradójico) cuando Yanukovich se negó a firmar el tratado de libre comercio con la UE, argumentando, de hecho con razón –¡sic!–, que éste era malo para Ucrania y sus ciudadanos... ( The Moscow Times, 24/2/14).

Entre los dos únicos modelos que se le ofrecían (el crony capitalism y el capitalismo de la UE respetuoso al estado de derecho), la gente cansada y frustrada –y también ante la ausencia de una fuerza política que pudiera sugerir una alternativa– prefirió lo segundo, sin preocuparse mucho (o no alcanzando a ver en su euroentusiasmo) que esto hubiera significado drásticas medidas antisociales y una paulatina desindustrialización del país, y que la misma UE sumergida en crisis y gobernada por élites no sólo no tiene soluciones a sus problemas –pobreza y desigualdad–, sino que su política (el Mecanismo Europeo de Estabilidad, la austeridad, etcétera) los hace peores.

Y además, que cualquier nueva configuración en Ucrania pasa necesariamente por la misma oligarquía que jamás pierde.

* Periodista polaco