Opinión
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Isocronías

Federico

L

o recuerdo por el cerro del Tepeyac, en un homenaje a Villaurrutia; lo recuerdo cierta noche en algún restaurante del DF, cena ahora en homenaje precisamente a él mismo, reconocimiento que se tomó con excelente humor (en cada una de las invitaciones –que tenían el formato de aquellas preciadas plaquettes de lo que había sido La Máquina de Escribir– dibujó y firmó su propia caricatura).

Lo recuerdo invitándome a formar parte de esa colección –de la que conservo al menos quince títulos– lo que de alguna manera me salvó del marasmo de la no escritura, en el que llevaba, hasta eso que sin culpa (o sin conciencia), alrededor de cinco años.

Lo recuerdo regalándome la copia mecanografiada de uno de sus originales, misma que más tarde, desconfiando de mis capacidades de guardián (he perdido muchísimos libros, revistas, papeles diversos), digamos que decidí prestar por tiempo indefinido a un narrador saltillense.

Lo recuerdo dizque entrevistado por mí, creo entequilados ambos –yo seguro sí– durante cerca de dos horas y llamándome al día siguiente para decirme que tenía cuartilla y media con la síntesis de la entrevista, lo que desde luego, reportero bisoño desde siempre este tundeteclas, agradecí en el alma.

Lo recuerdo sobre todo en un desayuno en cierto hotel de Hermosillo donde por casualidad nos encontramos –ahí mismo se alojaban Los Folcloristas y, me parece, fue la última vez que, al paso, entre las mesas, saludé a René Villanueva– y su muy atenta plática, centrada en Juan Rulfo:

Me había sido dado alguna lejana vez (¿1980?) entrevistar al autor de Pedro Páramo por teléfono, así que obligadamente hube de preguntarle si continuaba escribiendo y qué. Contestó que una novela se llamaría Días de floresta (ese floresta, gracias a Federico, lo sabría, debía ir con alta inicial) y de ahí se agarró la ingenua cabeza de la nota. Creí que sólo me lo había dicho a mí, pero años después del diálogo con Campbell encontré la misma información en un libro de Jorge Ruffinelli.

En todo caso por él vine a saber que se trataba de una ironía, acaso cruel –la presunta novela hacía referencia al nosocomio La Floresta, en el que estuvo interno el jalisciense. Gracias a Federico luego de cuatro lustros de aquella rulfiana conversación quien esto escribe acusó recibo, vale más tarde que nunca, de la parábola.