Opinión
Ver día anteriorDomingo 23 de febrero de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Hay horizontes para una integración imaginada?
U

na extraña calma acompaña la febril actividad de los medios. Todo parece destinado a servir de escenario al gran show de Toluca, donde los líderes de la región de Norte América conversarán sobre lo que les venga en gana y, ciertamente, sobre el estado del continente y tal vez sobre la conveniencia o no de mantener como su principal barómetro la síntesis que les ofrece el desempeño del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

La masa continental ha ganado en grosor y los intereses de los tres países se cruzan y entrecruzan de manera no siempre alentadora sino ominosa. La masa demográfica mexicana no puede ni quiere someter a una disciplina artificial lo que sus propias inercias determinan; tampoco parece dispuesta a dejar atrás sus seculares tendencias a mudarse por mejorar como lo profetizara Juan Ruiz de Alarcón en el Siglo de Oro.

Por su parte, la enorme demografía americana, o estadunidense si así se quiere, se debate en medio de una recuperación que no toca en serio al empleo y mucho menos a sus remuneraciones, mientras los miedos al outsourcing siguen presentes a pesar de los esfuerzos del presidente Barack Obama por dar una nueva carta de naturalización a la industria y la reconstitución del mercado interno.

La nunca realizada asociación de los dos menores para educar al mayor, entre Canadá y México, seguirá su curso sin mayores estridencias, ahogadas las ilusiones por la contumacia reaccionaria de los que mandan y reclaman protección para sus mineras mientras niegan visa a los viajeros totonacas. Una relación especial y productiva para el conjunto de la región no puede salir de una sociedad de extraños que permite el asilo protector a Napoleón Gómez Urrutia, prohíja el rechazo majadero de mexicanos y, al mismo tiempo, admite formas de explotación minera reminiscentes de tiempos coloniales y del todo oprobiosas para la legalidad y la decencia mexicanas.

Así, el triángulo seguirá irregular y la relación de México con su inmediato norte se mantendrá mediada por los humores del poder estadunidense difuso, confuso e hiperconcentrado en Wall Street y sus falanges de cabilderos que corroen al Capitolio y vacían de contenido a la más vieja democracia moderna del mundo. De aquí lo importante que puede ser para México intentar una agenda propia dirigida al conjunto de una región que, en lo fundamental, sigue siendo una hipótesis de trabajo.

No pienso que con la apertura energética y la ominosa perspectiva abierta para Petróleos Mexicanos (Pemex) desde el propio gobierno pueda tejerse una agenda como la que se requiere en estas horas de angustia. Sin menoscabo de la importancia que el tema energético tiene y tendrá para los tres socios asociados en sociedad, lo básico está en otra parte, señalada una y otra vez desde la desolación del emigrante o la angustia del desempleado que mejor renuncia a buscar trabajo y así aminora las cifras de la desocupación en Estados Unidos.

Lo fundamental está en la cuestión laboral. Ésta, junto con las materias educativa en todos sus niveles y de la salud, en sus dimensiones determinadas por el gran cambio demográfico que marcó el fin del siglo pasado y marcará la primera mitad del actual, deben ser el triángulo ceremonial desde el cual los tres países, sus comunidades y sus Estados, se hagan las preguntas profundas que irremediablemente llevan al tema delicado, venenoso dirán algunos, de la integración que le corresponde aventurar a una realidad geográfica y humana tan compleja como la que se ha conformado en América del Norte a partir de las últimas décadas del siglo XX.

De y desde estas vertientes históricas y civilizatorias deberíamos hablar canadienses, gringos y mexicas. Entonces sí que habría diálogo continental y visiones puestas en un mañana asequible y, hasta deseable. Pero vaya que nos falta y mucho.