Opinión
Ver día anteriorJueves 20 de febrero de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Propios impropios
H

oy tendría que escribir sobre temas importantes. Explicar, por ejemplo, por qué soy contrario a la política de Nicolás Maduro. Explicar cómo esa izquierda ha llegado a ser derecha. Por qué la política de ‘con la Revolución, todo; contra la Revolución, nada’ lleva dentro el demonio totalitario. Por qué la redistribución popular de la renta petrolera –que es el mayor acierto del chavismo– no justifica el régimen tal como existe hoy. Tendría que explicar por qué el caudillismo –el culto a Bolívar, el culto a Hugo Chávez– merece una crítica severa. Explicar la pobreza del imaginario económico del llamado socialismo del siglo XXI, o por qué el hecho de que Venezuela tenga hoy una tasa de homicidios más de dos veces superior a la de los peores años de México durante la guerra de Calderón es razón suficiente para que la oposición se manifieste.

Tendría que escribir sobre todo eso, pero me pesa demasiado. Mejor escribir sobre un tema más ligero. Escribo mejor sobre los nombres impropios. O, mejor, lo que la nueva Ley de Registro Civil de Sonora considera nombres impropios.

La noticia de la reforma al código sonorense, y en especial su nuevo artículo 46, ha causado sensación: Sonora busca evitar que sus niños sean objeto de burla, y por eso ha convocado a las fuerzas vivas a crear una lista de nombres impropios, mismos que, desde esta semana, han quedado prohibidos.

Lo interesante de los nombres prohibidos –aparte de la fascinación por un nombre u otro (no deja dar morbo pensar que haya quien quiera ponerle a su hijo Escroto, por ejemplo)–… lo que llama la atención, decía, es la heterogeneidad de los nombres prohibidos, tanto desde el punto de vista de su origen como del espíritu que movería a un padre o a una madre a ponerle a un hijo un nombre u otro.

Algunos de los nombres ahora impropios son tradicionales de México. Es el caso, por ejemplo, de Telésforo, Cesárea, Patrocinio, Petronilo, Procopio o Diódoro –todos proscritos en la nueva ley–. Se intuye en esta proscripción cierta ínfula de modernidad en la gran clase media sonorense, que no quiere ya a Petronilos ni Telésforos en su estado. Ya hay irrigación, y tractores y camionetas... Sin arados ni yuntas que los jalen, ¿para qué quiere Sonora a los Petronilos de este mundo?

Otros nombres prohibidos no son tradicionales, pero siguen la forma de los nombres católicos, aunque la extienden a otros calendarios. Así, aunque se siga valiendo llamarse Asunción (el nombre no quedó proscrito), en cambio no tolerará que alguien se llame Anivdelarev, ni Christmasday, ni el todavía más poético –y cada día más añorado– Aguinaldo.

La lista de nombres prohibidos también deja entrever cierto rechazo a los efectos culturales de la migración –un rechazo pudoroso de la Gente de Razón al desparpajo que luego resulta de la intimidad excesiva con la vida estadunidense–. Así, los Torquemadas del Registro Civil sonorense han optado por expurgar nombres propios bastante poéticos, como All Power, Burger King, Rolling Stone o Usnavy.

Justos siempre, tampoco quieren dar lugar al pecado contrario, y han proscrito el sencillo y lírico nombre de Sol de Sonora e incluso a la más modesta Sonora Querida. En lo que se refiera a la dialéctica entre lo patriotero y lo malinchista, que es tan de esa región, el Registro Civil prefiere evitar extremos: Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre. O sea que Sol de Sonora, no. Pero tampoco Terminator. Ni Rambo, ni Masiosare. Ni Iluminada, ni Lady Di. Ni Rocky, ni Indio.

Prohibidos, también, los nombres que tributan la grandeza futurista del presente: en Sonora ya no habrán ni Email González, ni Facebook Pérez, ni Yahoo Rodríguez, ni Twitter García. Y en cuanto a nombres que honran a los héroes de la cultura popular, el estado de Sonora prohíbe tanto a estrellas infantiles como a ídolos de adultos: no a Pocahontas y a Hermione; no a James Bond y al entrañable Robocop.

Hay también cierta aversión por nombres que sugieren fetichismos curiosos: no a Calzón; no a Cacerolo (supongo que también no a Cacerola, aunque no me quedó claro); no a Espinaca… Aquí se trasluce cierto vértigo legislativo, claro, porque el que querría ponerle Calzón a su hija quizás ahora haga la intentona de ponerle Media, Liga o Negligé; y la madre frustrada de una Cacerola nonata ya irá pensando en otras alternativas (¿Olla Express? ¿Sartenia?).

Y la cosa sigue. No se consentirán nombres que confundan lo propio con lo ajeno: no a Fulanita. Las tendencias barrocas quedarán prohibidas: no se valen nombres compuestos de más de dos componentes. Se corta así de cuajo toda tentación de tener hijos con nombres deliciosamente telenovelescos. No a José Carlos María Gustavo; no a María de la Concepción Perla Fernanda.

Reconozco que es fácil simpatizar con algunas de las proscripciones: ponerle a un hijo Hitler está un poco fuerte; tampoco simpatizan demasiado los padres que optan por ponerle a su hijo Escroto.

Pero la preocupación del estado de Sonora por el bienestar de los niños revela también cierta ansiedad de la gente decente por mantener una normalidad que está en entredicho. No quieren ser ni demasiado tradicionales, ni demasiado innovadores (ni quieren ser ni Telésforos ni Twitters); demasiado agringados, ni demasiado localistas (ni Burger King, ni Sonora Querida). Es una lucha que en realidad ya perdieron. Por eso diría mejor, al menos para el vecino estado de Chihuahua:

¡Que Viva Twitter Pérez! ¡Bienvenida Anivdelarev Suárez! ¡Y viva también Espinaca Gutiérrez!

¡Viva la diferencia!