Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 16 de febrero de 2014 Num: 989

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Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Mihai Eminescu
Vasilica Cotofleac

Adrián
Marin Malaicu-Hondrari

Cuatro poetas

Carta sobre una
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Simona Sora

Poema
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Mihai Eminescu


Escultura de Mihai Eminescu por Lazar Dubinovschi, 1959

Vasilica Cotofleac

Desde la orilla valaca del Danubio hasta Bucovina, Mihai Eminescu es un símbolo del alma rumana y de su existencia histórica cifrada en la memoria de las edades y de la geografía. 

¿Por qué es Mihai Eminescu tan importante para las letras rumanas? ¿Por qué es considerado el poeta nacional de Rumanía? Nacido el 15 de enero de 1850 en la norteña aldea de Ipotesti, séptimo de once hijos de una familia de recursos económicos modestos. El futuro poeta creció en medio de la naturaleza. Recordemos que se trata de una figura de las letras del siglo XIX, y que el cuadro artístico decimonónico de Rumanía es muy distinto del de la Europa occidental, configurado por la sucesión (o coexistencia) de romanticismo, realismo y naturalismo. El pueblo resultado de la unión de los conquistadores romanos del año 106 con la población de la Dacia conquistada, ha asimilado primero, a lo largo de una agitada historia medieval –en virtud de su ubicación geográfica y circunstancia política–, influencias culturales orientales (bizantinas). No obstante las cuales, la creación folclórica ha logrado cuajar una particular estructura poética expresiva del modo de vida, de los patrones de comportamiento, de la actitud existencial del hombre de estos lugares. De una psicología y de una filosofía de vida centrada en el concepto de dor –palabra (hasta donde sabemos) sin equivalente exacto en otros idiomas, pero de significado cercano al de la añoranza.

Derivada del latín dolus (< dolere), esta palabra nombra un estado subjetivo muy peculiar que, en su inexpresable especificidad, sólo asoma ante el verbo descriptivo un sufrimiento callado, que, una vez desatado, envuelve en sus reverberaciones e impregna el universo personal. Sentimiento ligado a un modo étnico ancestral (la trashumancia que despliega entre el dor y su objeto –el lugar de origen, la casa, el hogar, los seres queridos–, camino y distancia) y reflejado en el nombre legendario del país: Ţara Dorului, Tierra del Dor, Tierra de la Añoranza. Proyectado también en lo metafísico bajo la forma de una nostalgia indeterminada, sin objeto preciso ni límites. Aspiración “trans-horizóntica” que identifica la hipóstasis rumana misma de la existencia, esencializada por el escultor Constantin Brancusi en el impulso de lo telúrico hacia lo absoluto plasmado en su Columna. Y éste es el significado del dor en el opus eminesciano, como lo sugiere, por ejemplo, el poema Peste varfuri (Sobre puntas), de 1883:

Sobre puntas sube luna,
Hojas mueven poquitín,
De entre ramas de pellín,
Suena el cuerno con ternura.

Menos fuerte, menos fuerte,
Y más lejos, lejos más,
Mi alma triste, a jamás,
Templa con el dor de muerte.

De un influjo del Occidente en la cultura rumana sólo se puede hablar a partir de la Edad Moderna, cuando la coyuntura política hace posibles puentes cada vez más directos hacia este espacio de valores espirituales. Para abreviar, los primeros versos –no folclóricos– en el idioma rumano datan apenas de la segunda mitad del siglo XVII. Cuando su autor, Dimitrie Barila, mejor conocido como el arzobispo Dosoftei, adapta a la métrica del verso popular contenidos eclesiásticos, comprobando así la capacidad de ajuste temático de ésta y aprovechándola, consecutivamente, también en sus propias composiciones.

Sobre esta incipiente y frágil base aportarán, después de Dosoftei, géneros, especies, temáticas y estilos otros poetas (entre los cuales los más importantes son Eliade Radulescu, Vasile Carlova, Grigore Alexandrescu y Vasile Alecsandri), el destino de cuyas obras parece haber sido fundamentalmente el de preparar el estelar momento Eminescu, cardinal para el desarrollo de toda la literatura posterior hasta a la constelación del siglo XX, surgida en torno a Tudor Arghezi, Lucian Blaga y Nichita Stanescu.

Mihai Eminescu: el escritor que creó una poesía romántica rumana del más denso lirismo y de un fino procesamiento filosófico de las ideas de genio, espacio y tiempo o existencia histórica, una obra romántica de la talla de los más admirados representantes de esta corriente (como Byron, Hugo, Hölderlin o Leopardi) casi de la nada. Sin los siglos de fecunda ejemplaridad que les precedieron a aquellos, sin un Dante o un Petrarca de su estirpe como numen de cabecera, sin un Heine o un Schiller locales que le hayan abierto el camino. Y que supo ver y aprovechar las posibilidades poéticas del idioma rumano. Vigoroso, fértil, lozano, aún no desgastado por la repleción productiva. De metáfora diáfana en su carácter inaugural, de palabra rebosante de fuerza a la vez que de matices de ternura, de sonoridad fresca y sugestiva en sí misma. Lengua en la que, depurada y aquilatada en el crisol de la poiesis, Eminescu hizo que cupiesen juntos y para siempre el paisaje, la etnoepopeya y el alma del rumano; la flor azul y el lago del bosque, la memoria histórica, el amor y el dor. En una época de gran efervescencia política, de lucha por el rescate de la dignidad del pueblo y por la afirmación de la capacidad de decisión, de acción y de creación de la nación; en una hora histórica sobre la cual dejó, como periodista y artista, su marca imborrable.

Marin Sorescu, un autor de nuestros días, escribía las siguientes y muy acertadas palabras: “Eminescu no ha existido./ Ha existido sólo un bello país/ En una orilla de mar/ Donde las olas hacen nudos blancos/ Como una despeinada barba de emperador,/ Como algunas aguas, como algunos árboles escurridizos/ En los cuales la luna tenía nido rotante./ Y, sobre todo, han existido algunos hombres sencillos/ Que se llamaban Mircea el Viejo, Esteban el Grande,/ O, más simple aún: pastores y labradores/ Quienes en torno al fuego del anochecer/ Gustaban decir poesías./ Pero que al escuchar a sus perros/ Ladrar en los apriscos,/ Salían a luchar contra los tártaros/ Contra los ávaros, contra los hunos, contra los polacos/ Y contra los turcos./ –Y porque todo esto/ Debía tener nombre,/ Un nombre único,/ Se les llamó/ Eminescu.”

Mihai Eminescu: un nombre que abarca un país1.

1Tomado de Poesías, Mihai Eminescu, Bucarest,
Ed. Minerva, 1989

Versión de Valeriu Giorgiadi