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Vivimos tiempos de despojo, que abarca agua, aire, tierra y fuego, expresa

La globalización, actualización de la violencia compañera de la modernidad capitalista: Gilly

Ante la rapiña surgen renovadas formas de organización, solidaridad y resistencia, dice el académico

 
Periódico La Jornada
Jueves 13 de febrero de 2014, p. 16

Actualmente se enfrentan tiempos de despojo. Un despojo que en los últimos 30 años ha adquirido su expresión en las privatizaciones de bienes y servicios públicos, señaló el profesor emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) Adolfo Gilly.

El despojo moderno –sub­rayó– alcanza a los cuatro elementos del mundo antiguo: agua, aire, tierra y fuego, y rompe el ancestral vínculo del ser humano con la naturaleza.

Al participar en el seminario internacional Derecho, democracia y pueblos: debates desde el republicanismo democrático y el pluralismo jurídico, el académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la máxima casa de estudios refirió que la globalización aparece como la actualización compleja y sofisticada de la múltiple y secu­lar violencia que ha acompañado a la modernidad capitalista, y se dirige, sobre todo, contra las culturas originarias, la naturaleza y las personas.

“El robo, la depredación y el pillaje atraviesan la historia del capital desde la conquista de América y el cercamiento de las tierras comunales inglesas, hasta el saqueo colonial y los modernos mecanismos tributarios del sistema financiero. Los procesos de acumulación por despojo –sostenidos siempre por la violencia estatal– pasan por la destrucción de otras matrices civilizatorias y por la incorporación de productores antes autónomos en la red salarial del mercado capitalista, que es un mundo de humillación y servidumbre.”

Desde su análisis, la privatización es un despojo y se extiende en un mundo donde ya no imperan los derechos humanos ni la legalidad. Este es un planeta sin ley. El retorno del trabajo infantil, la exclusión y humillación racial, el calentamiento global, las catástrofes ecológicas, las hambrunas, las agresiones contra la mujer y una violencia cotidiana hecha pandemia, acompañan este cambio de época.

En las últimas tres décadas –planteó– se han privatizado bienes y servicios públicos como tierras, medios de comunicación y transporte, las telecomunicaciones, la banca y los servicios financieros, de seguridad pública y militares, el petróleo y la petroquímica, minas y complejos siderúrgicos, sistemas de seguridad social y fondos de pensión de los trabajadores, la educación, puertos, carreteras, sistemas de agua potable, represas y la energía, hasta la imposición en América Latina de la minería a cielo abierto, que destruye ecosistemas y vidas.

Esto arrasa con la biodiversidad, las creaciones intelectuales, los saberes locales, los códigos genéticos, los espacios radioeléctricos y aéreos, la energía eólica, e inclusive con sangre y órganos humanos, la biosfera entera y recursos necesarios para la vida, como el agua y las semillas. No es la maldad de nadie, es una fuerza abstracta cósica que conduce finalmente a la violencia bélica y al exterminio de pueblos, culturas, bosques, ríos, lagos, glaciares y cultivos milenarios, todos consustanciales a la vida humana.

El historiador y colaborador de La Jornada dijo que esta época podría considerarse como el tiempo de la humillación, porque cuando perdemos los derechos, nos humillan.

Sin embargo, acotó, hoy también se presentan renovadas formas de organización, solidaridad, resistencia y rebelión frente al modelo de despojo, y han encontrado en los avances tecnológicos la capacidad de coordinarse y extenderse.

Citando a Jorge Luis Borges, quien postuló que razonar con lucidez y obrar con justicia es ayudar a los designios del universo que no nos serán revelados, Gilly formuló que en estos tiempos en que el planeta es amenazado, razonar con lucidez y obrar con justicia conduce a la indignación, al fervor y la ira, allí donde se nutren los espíritus de la revuelta. Pues el presente estado del mundo de los humanos es intolerable. Si algo la historia nos dicta es que, a su debido tiempo, la situación actual no será tolerada más.