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En el encuentro en Las Calabazas, frente al mar, las autodefensas que nunca nacieron

Ganaderos de Michoacán confrontaron a los templarios y se negaron a pagar cuotas
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Integrantes de las autodefensas del municipio de Los ReyesFoto Juan José Estrada Serafín /Cuartoscuro
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Huerta limonera de la familia Cevallos, recuperada recientementeFoto Félix Huerta /Cuartoscuro
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Periódico La Jornada
Viernes 7 de febrero de 2014, p. 7

Tierra Caliente, Mich., 6 de febrero.

La reunión fue en Las Calabazas, a la orilla del mar. Cientos de ganaderos de la región se reunieron con los jefes de Los caballeros templarios. Era junio de 2013 y los productores de ganado traían ya una determinación. Durante mucho tiempo habían estado exentos de cuotas, pero se las habían comenzado a imponer unos seis meses atrás.

Para acelerar los pagos, los templarios robaron algunas jaulas de las usadas para el transporte de los becerros, y quemaron otras.

La zona es bronca. En los años 80 padeció una racha de secuestros y robos de ganado. La senadora Luisa María Calderón afirma que ella supo de ‘‘al menos diez personas, entre conocidos y allegados’’, que sufrieron secuestros en aquellos años.

Lo que ya no cuenta es que los productores de la zona armaron un grupo de autodefensa, padre de los actuales, y atacaron a los secuestradores. ‘‘Comenzaron a aparecer colgados en los árboles, y los secuestros se acabaron”, dice un comerciante del rumbo.

A Las Calabazas llegaron esos mismos productores o sus descendientes. Los jefes templarios esperaban un acuerdo. Pero los productores traían otra idea: ‘‘No vamos a pagar nada y háganle como quieran’’.

La señora aguerrida

Una persona que asistió a la reunión cuenta que una señora estuvo entre las más aguerridas: ‘‘Nosotros también andamos en los cerros y allá nos los vamos a topar. Nomás les digo que por cada uno que nos maten, nosotros les vamos a matar cinco’’. Los templarios, para sorpresa de algunos, bajaron el volumen.

No sólo porque unos meses antes habían nacido las primeras autodefensas en la Tierra Caliente. También, explica el comerciante costero, porque chocar con los productores de la costa podía ‘‘entorpecer la operación verdaderamente importante para ellos: el traslado de mineral al puerto de Lázaro Cárdenas’’.

Los caballeros templarios habían comenzado, en 2012, por informar a los criadores de ganado los nombres del puñado de personas ‘‘autorizadas’’ para el acopio de animales. A raíz de ese anuncio, la principal poseedora de centros de acopio de ganado de la región, la multinacional SuKarne –propiedad de Jesús Vizcarra, ex candidato del PRI al gobierno de Sinaloa– ‘‘dejó todos los centros de acopio; simplemente los abandonaron’’, afirma un ganadero.

En esa región costera, según testimonio de otro lugareño, las extorsiones y el cobro de cuotas se ha reducido significativamente debido ‘‘a lo que está ocurriendo en Tierra Caliente y a la presencia de los militares aquí’’.

Los templarios, añade, ‘‘no están cobrando ahora a los acopiadores de ganado; pero aunque están replegados, el temor hacia ellos se mantiene’’.

Al principio, los aguacateros se mostraban ‘‘felices’’

Los productores aguacateros estaban de plácemes con La familia michoacana. Cuenta la historia un productor de Uruapan: ‘‘Cuando La familia llegó, los robos se acabaron. Se echaron al plato a los delincuentes comunes que se metían a las huertas o robaban los camiones, y los que se salvaron se fueron’’.

La raíz del problema era la incapacidad del gobierno para brindar seguridad a los productores. La solución fue pagar cuota. Pero ahora el aumento de la cuota se acompañó de extorsiones y secuestros.

Por cada hectárea de aguacate, 10 mil pesos mensuales; de 150 mil a 200 mil semanales por cada empacadora. ‘‘Todo el ciclo controlado por ellos. Si el costo de producción es de 3.50 a 4 pesos por kilo, compre aguacate en el supermercado y saque usted las cuentas’’.

No es casualidad que los primeros en alzarse hayan sido los agricultores que cultivan limones. ‘‘Claro, porque querían la misma comisión por productos como el limón o la papa’’, dice el aguacatero.

Jorge, como lo llamaremos, es el único docente de su escuela que vive aquí, en esta comunidad pequeña en los bordes de la Tierra Caliente. ‘‘Los demás vienen el lunes y se van el viernes’’, dice para subrayar su compromiso con sus alumnos. ‘‘Soy profesor de la sección 18 (del SNTE) democrática, pero de los que sí trabajan en las aulas’’, se siente obligado a agregar.

El maestro también tiene su historia con los templarios. Tres sicarios lo fueron a ver a su casa para reclamarle el contenido de sus clases. ‘‘Supimos que les anda diciendo a los niños que no se acerquen a gente armada y que tampoco acepten regalos de nosotros’’, le reprocharon.

Siguieron las amenazas: ‘‘que se las va a ver con nosotros si sigue diciendo esas cosas, que les diremos a los padres que ya no manden a sus niños con usted’’, le dijeron. Los sicarios subieron el tono pero, de pronto, lo que dijo uno de ellos hizo que Jorge volviera a respirar tranquilo: ‘‘A un maestro no le podemos hacer nada, porque nosotros dependemos de un maestro’’. Otro de los sicarios confirmó: ‘‘Nos matan si le hacemos algo a un maestro’’.

La profesión original del máximo jefe templario, Servando Gómez, La Tuta, lo había salvado.

Jorge informó de ese encuentro al supervisor de zona: ‘‘¿Adónde quieres tu cambio?’’, fue la respuesta. Ahora, nuestro profesor es autodefensa.

‘‘Debíamos decir a los niños que la seguridad eran los templarios’’, comenta otro maestro. ‘‘Cuando se acercaban las autodefensas, en algunas localidades los sicarios hacían reuniones con los habitantes. Como había muchos rumores, les decían que no pasaba nada, que sólo era un levantamiento motivado por el capricho de algunas personas a las que no se les había permitido entrar a su corporación.

‘‘Insistían en que todo estaba normal y que mandaran a los niños a la escuela –porque en algunos lugares se habían suspendido las clases por temor a un enfrentamiento– y que obligaran a los maestros a dar clases’’. En ese punto se entretenían: que la comunidad no debía permitir la suspensión de clases, que se debía obligar a los maestros a impartirlas y también informarles qué debían decir a los niños.

‘‘¿Qué debíamos decir los maestros? Que no hay inseguridad, porque la seguridad son ellos (los templarios). En esos días no podíamos denunciar de manera directa. El gobierno nunca llegó a estos lugares. ¿Qué hacían los padres? Pues los que estaban vendidos con los sicarios se lucían delante de los demás, diciéndonos lo que sí y lo que no podíamos hacer’’.

Una maestra que imparte clases en una pequeña comunidad cercana a Buenavista Tomatlán habla de uno de los ángulos poco dichos sobre las autodefensas: ‘‘En casi todas las casas usted va a encontrar nomás a las mamás y los niños, porque los padres están cuidando las entradas y salidas del pueblo’’. Luego, muestra el cuaderno donde ha anotado las preguntas que le hacen los niños y que ella, confiesa, no puede responder:

‘‘¿En quién debemos confiar? ¿Algún día podremos ser libres? ¿Cuándo dejaremos las armas? ¿Cuándo dormirá mi papá en la casa? ¿Cuándo conviviremos libremente con nuestra familia?’’

Da vuelta a la hoja y muestra otras preguntas:

‘‘¿Quién es el gobierno?’’ ¿Para quién es el gobierno?

Abajo, las preguntas de ella: ¿Cuándo seremos libres realmente? ¿La paz se hará realidad o sólo es una utopía al igual que la libertad?