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Desde hace unos meses la ciudad se convirtió en una fortaleza inexpugnable

Sochi, gran escaparate internacional para el presidente Vladimir Putin

Los espectadores deben pasar los filtros del Servicio Federal de Seguridad de Rusia

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En víspera de la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi 2014, un competidor se prepara para saltar en esquí, en el Gorki Ski del Rosa KhutorFoto Reuters
Corresponsal
Periódico La Jornada
Viernes 7 de febrero de 2014, p. a13

Moscú, 6 de febrero.

Todo está listo –de hecho algunas competiciones comenzaron ya hoy– para la inauguración este viernes de los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi, la gran fiesta que reúne cada cuatrienio a los mejores competidores en los deportes practicados en esta época del año, pero también el gran escaparate internacional para el lucimiento del presidente Vladimir Putin, si todo termina bien, sin hechos lamentables que empañen la imagen de Rusia.

En la ceremonia inaugural habrá ausencias notables de jefes de Estado o de gobierno que se disculparon con diferentes pretextos, pero no un boicot casi completo como ocurrió en los Juegos Olímpicos de Verano, celebrados en Moscú en 1980, meses después de la invasión de tropas soviéticas en Afganistán.

Ahora el contexto es diferente, ciertamente. No obstante, las competiciones deportivas no propiciarán en esta ocasión –aunque obviamente no están en guerra– la tregua que en la antigüedad se declaraba durante los juegos.

Los desencuentros de Rusia con Estados Unidos y la Unión Europea van mucho más allá de las críticas foráneas a la ley de propaganda gay entre menores de edad y la intolerancia y la homofobia que prevalecen en esta sociedad, con la anuencia del Kremlin.

Las autoridades hacen oídos sordos a cuanta petición de anular esa ley –que en opinión de la comunidad gay restringe sus derechos al aplicarse de manera arbitraria y ambigua– llegan de personalidades extranjeras. Desde el mismo Sochi, el secretario general de la Organización de Naciones Unidas, Ban Ki-moon hizo hoy un llamado a la comunidad internacional a rechazar los ataques contra los gays. Hace poco 27 Premios Nobel le escribieron a Putin, y ayer difundieron una carta abierta con la misma solicitud 200 escritores de numerosos países.

En este momento, aparte del distanciamiento con Estados Unidos –no hace falta repetir la lista de agravios en su relación bilateral, harto conocida–, la máxima tensión contrapone a Rusia con la Unión Europea a raíz de la grave crisis que por más de dos meses está viviendo Ucrania, país que sus vecinos oriental y occidentales quieren amarrar de su lado, influyendo desde fuera en la situación.

En cuanto a Sochi propiamente, el propio Putin dijo hace unos meses que ya era hora de mostrar que Rusia es capaz de organizar con grados de excelencia un encuentro, de la magnitud e interés mediático de unos Juegos Olímpicos, capaz de asombrar al mundo.

Por lo pronto, asombraron a los miembros del Comité Olímpico Internacional que aprobaron la candidatura de un destino de playa en la costa del Mar Negro, con clima subtropical y montañas nevadas, proyecto que iba a tener un costo razonable de 6 mil millones de dólares, pero acabó costando cerca de 50 mil millones de dólares, según documentan quienes en Rusia se oponen al derroche del dinero y aseguran que hubo un escandaloso desvío de recursos.

El resultado del ingente gasto tiene, por lo menos, tres vertientes: estadios preciosos, infraestructura urbana mejorada con defectos ostensibles y un grupo de personas, que forman parte del entorno presidencial de este país, mucho más ricas que antes al beneficiarse de los contratos olímpicos.

Sochi, desde hace unos meses, se convirtió en una fortaleza inexpugnable, casi con más policías, uniformados y de paisano, que aficionados, con varios cordones de protección urbanos e incontables retenes con arcos detectores de metales y demás dispositivos de seguridad.

Con ello, se busca impedir atentados suicidas de viudas negras o miembros de grupos islamitas radicales como los que sembraron la muerte en la ciudad de Volgogrado, no tan distante de Sochi, en diciembre anterior.

Pese a que ordenó realizarlos Doku Umarov, líder del autoproclamado Emirato del Cáucaso del Norte, es poco probable que pueden suceder en una ciudad, como Sochi, en que no se puede circular libremente y en la cual todas las instalaciones deportivas se concentran a una misma zona restringida.

Por si fuera poco, como espectador, no basta comprar los boletos para alguna competición deportiva y sólo se puede acceder a la zona olímpica si se tiene, además, un documento de identidad llamado pasaporte del aficionado que se consigue tras solicitarlo a las autoridades, léase tras pasar los filtros del Servicio Federal de Seguridad de Rusia, el FSB por sus siglas en ruso y sucesor del KGB soviético.

Por lo mismo, la cancillería de Rusia desmintió esta noche el elevado riesgo de que, en vuelos hacia Rusia, se piensa utilizar pasta de dientes para elaborar bombas, como horas antes difundió una fuente anónima de los servicios secretos estadunidenses.

Portazo a disidentes

Los funcionarios rusos no quieren que nadie siembre dudas sobre la seguridad en Sochi, y ni siquiera que distraiga la atención con tantas cámaras de televisión y fotográficas como hay estos días ahí, por lo cual negaron el dichoso pasaporte del aficionado a connotadas figuras de la oposición rusa, que no podrán entrar en la sede olímpica para protestar, como lo hacen en Moscú.

Es tal la preocupación de que nada vaya a estropear la ceremonia inaugural que, no se sabe si por iniciativa propia o por instrucciones de Moscú, el vicegobernador de una región minera mandó ayer una circular a las empresas del sector en la que declara feriado este viernes, sin explicar por qué. No hace falta: es la misma región donde el pasado mes de enero hubo explosiones y víctimas mortales por el deplorable estado de la seguridad en las minas.