Opinión
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Siemprevivo a la vista
L

a casa de Héctor Manjarrez está en un bosque en la ciudad que está en el centro interior de Manjarrez. Quién es el árbol que él ve crecer y al que abraza y sacude, lo sacude para saludarlo cuando atraviesa el bosque a pie, con zapatos amplios, para encontrarse con él estrechamente. Ese árbol, qué presente queda en la memoria del lector de El bosque en la ciudad, diario, autobiografía desfachatada, atrevida, fresca y algo cínica, desfechada salvo por las referencias históricas y culturales que la ubican en el tiempo, en el espacio, en la repisa y en los sueños.

A pesar de que conozco a Manjarrez desde hace 40 años no lo conocía como lo conozco ahora que he leído su Bosque..., en el que se interna y del que emerge con la soltura y la confianza, con la naturalidad, del que piensa que se desnuda en la soledad de su cuarto de hombre solo, engaño de quien contempla la vida y su vida bajo el microscopio en la punta de su pluma. Porque no está solo. Recorre su existencia como la pista del bosque en el que camina, nunca menos de cinco km, porque cada sendero y desviación, hacia los que no deja de deslizarse, va develándole qué fue de una esposa que tuvo y de otra, la segunda, y de otra, la mamá de una de sus hijas, y otra, la mamá de la otra de sus hijas. Travesías encierro y descarríos viaje, Manjarrez en busca del padre que se quedó a vivir en Buda o en Pest, de los estudios de juventud en Londres y en París, de los repetidos regresos a la ciudad de Nueva Orleans, a su cocina, a sus amigos locales, a su música, a su música. Héroes políticos caídos, amigos muertos recordados, aficiones, entomología espontánea, botánica espontánea.

El episodio de su iniciación como escritor, seguido de su iniciación sexual, Brunilda espontánea en brazos de Kafka, inexperto, asustado, el vuelo de las páginas de su primer manuscrito, dispersas sobre la alfombra del salón de un gran hotel europeo, lanzadas por un gran escritor que le dice no sirves para escritor, recogidas por un gran escritor que le dice son malas, pero encierran a un escritor, ábrele la puerta. No lo dejes ir. Persíguelo. Reza para que no deje de perseguirte.

La voz continua de Manjarrez, un solo tono, sin altibajos, ánimo de permanencia y de uniformidad. El habla culta del español entrelazada sin sobresalto en el habla cotidiana y popular de México, en donde Manjarrez nació y en donde es catedrático y poeta escritor narrador.

Los rumbos de la ciudad en los que ha vivido, entre Tlalpan y Coyoacán, entre Coyoacán y Tlalpan, visitas en la colonia Anzures a la abuela querida. La abuela y los masajes de un brujo contra el dolor. El recuerdo de la abuela. El recuerdo de su hermana muerta y de las hermanas y los hermanos de otros, unos y otros muertos igual, muertos en accidentes de tráfico, en calles, en carreteras, todos jóvenes, todos con la promesa rota. Recuerdos de la mamá.

Pensar en la estructura que ideó Manjarrez para escribir El bosque en la ciudad, idea imán, disciplina tirabuzón. A caminar, se dijo, y a tomar notas de mis caminatas. Observaba a cada caminante del bosque, los identificaba según sus propias intuiciones o experiencias trilladas. Lo que ve en otros no necesariamente lo pinta a él, por eso ve a los otros desinhibidamente. Si se hubiera propuesto practicar la autobiografía, lo más probable es que se habría inhibido.

Habla de sus dolores, del dolor de espalda en particular. Y habla de una ardilla y su agilidad de conejo. Desde la ventana de su casa la ve con una rama en flor atravesada longitudinalmente entre los dientes. Se desplaza de prisa, a lo largo del cable de electricidad. Lleva la flor a su amada, pero la flor se deshoja en el camino y la ardilla macho entrega una rama desnuda a su amada, mordisqueada, sin fruto ni hojas ni flor. Babeada. Y habla de un caracol, sin ser ni amante de los caracoles ni conocedor. El caracol del que habla acaba mal, involuntariamente aplastado.

Hay una palabra que repite, lo que es raro porque no es una palabra común y entonces destaca. Manjarrez cuida su página, por qué repite la palabra que destaca.

El juego es no releer. Por eso recuerdo que habla de lecturas, ¡cómo no!, de compositores, de arte. Piensa que la escultura no se da en México tanto como se da la pintura. La prueba de la calidad de una escultura es que pase por volcán, si entendí, aunque abstracto, es decir.