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Velas y romero
E

stos últimos días las calles que rodean el claustro del antiguo convento de la Merced han estado saturadas de puestos en donde se visten Niños Dios. Cientos de personas acuden para que les ajuareen a su niño, pues hoy es el gran festejo de La Candelaria. La tradición dicta que el que saca el muñeco en la Rosca de Reyes, que se parte el 6 de enero, tiene que invitar la tamalada el Día de la Candelaria, además de vestir de gala a la diminuta figura que salió del pan, que años atrás era de porcelana. Muchos creyentes tienen su niño de pasta o madera, a veces de tamaño natural, que visten lujosamente para la ocasión. Es importante que luzca en la procesión que se hace en muchos templos, en la que se pasean los niños con su vela y un ramito de romero. Esta caminata concluye con la solemne bendición en la que padres y padrinos aprovechan para que se bendiga también a los niños de carne y hueso. Después, la misa; como tiene que ser, el asunto concluye con un agasajo gastronómico en el que el mole y los tamales no faltan.

Por cierto, el viejo claustro de la Merced ha estado teniendo una profunda restauración, que entre otras cosas recuperó el nivel original del piso y sacó a la luz una hermosa fuente que estaba enterrada. Ha habido polémica por una estructura para colocar una cubierta translúcida que permita que penetre la luz, sin hacer ningún daño al edificio; esto lamentablemente ha detenido la obra que está llevando a cabo Juan Urquiaga, el arquitecto que restauró el convento de Santo Domingo en Oaxaca. Esa obra le valió el premio Reina Sofia, que otorga el gobierno español a las mejores restauraciones del mundo.

Continuando con los festejos de La Candelaria o de las Candelas, recordemos que es en referencia a las candelas o velas que acompañan la imagen del Niño Dios, que se lleva a bendecir el 2 de febrero. En esta fecha se recuerda la presentación del Niño Jesús en el templo y la purificación de la Virgen María. Los orígenes de esa celebración se remontan al siglo IV en Jerusalén y en Roma se incluyeron procesiones como parte del ritual. En nuestro país se conmemora desde los inicios del virreinato.

Hay todo un ritual establecido: durante el primer año se tiene que vestir de blanco, preferentemente bajo la advocación del Niño de las Palomas, porque significa pureza, y se debe acostar en una canastilla de mimbre para que recuerde al recién nacido; el segundo año, se viste con el atuendo de algún santo y se le sienta en una sillita; el tercero, el atavío es del Niño de las Tres Potencias, con la cabecita coronada de tres rayos dorados, un cetro de mando y una esfera en las manos que representa al mundo. La idea es representar al Niño Dios como rey.

A partir de ese momento ya se le rinde culto para que conceda gracias y milagros y, de ahí en adelante, cada año se le viste al gusto y las posibilidades son múltiples: Juan Dieguito, Martincito de Porres, Santo Niño de Atocha, mediquito, San Francisquito, el Niñopa de Xochimilco, de niño Papa o del ahora muy popular San Juditas Tadeo, y muchos modelos más que le muestran en coloridas estampas para que escoja el suyo.

También hay que preparar la merienda. Los tamales son esenciales, así es que ya que estamos en el rumbo vamos a la calle de Santísima número 42, en donde se encuentra Aquí es Oaxaca. Realmente es como estar en el mercado de esa bella ciudad. Lo fundaron hace hace medio siglo doña Manuela López de Soto y su esposo ya fallecido; ahora la acompañan sus hijas. Tres días a la semana les traen directo de Oaxaca cecina, chorizo, quesillo, pan, chocolate, tlayudas, barro negro, chapulines, loza verde, dulces típicos, moles y tamales. Estos son diferentes a los que preparan en la ciudad de México. Vea usted: hay de chepil, esa hierbita deliciosa que aquí difícilmente se consigue; de amarillo, de mole y de frijol. Diariamente preparan agua de chilacayota, tejate y nieves. Un agasajo de lugar. Si le gana el antojo, ahí mismo se puede comer un tamalito con atole.