lamos, Son. Como cada enero desde hace tres décadas, este pueblo sonorense, ahora declarado mágico, hace efervescencia para marcar el aniversario natal del médico, cantante y filántropo local Alfonso Ortiz Tirado. La abundancia y variedad de la oferta musical, centrada puntualmente en las voces que cantan, me obligan a intentar un telegráfico resumen de las primeras seis galas del FAOT No. 30.
Una inauguración a guisa de verbena popular, realizada por vez primera fuera del Palacio Municipal, con el tenor Fernando de la Mora, la soprano Olivia Gorra y acompañamiento de orquesta. Éxito masivo, auténtico arraigo popular, canciones de José Alfredo Jiménez, Agustín Lara, Juan Gabriel, etcétera. Bien cantadas sin duda, sí, con el coro-público azuzado por los intérpretes, una nutrida componente de música ranchera y una difusa línea entre lo popular y lo populachero. Y hubo Huapango, ¡oh, sí!, faltaba más.
Gala de la Orquesta Filarmónica de Sonora, con Enrique Patrón de Rueda a la batuta. Mejoría perceptible del conjunto sinfónico respecto de su anterior presentación aquí. Agradecimiento especial a Penélope Luna, por cantar el singular Concierto para soprano coloratura de Reinhold Glière, muy poco usual en nuestros escenarios. Después, otra soprano, Othalie Graham, con potentes y bien proyectadas interpretaciones de tres complejas damas operísticas: Brunhilda, Isolda y Turandot. Yo creí que la tradición indicaba que después de cantar la Muerte de amor de Tristán e Isolda ya no es posible cantar nada más, porque todo se ha acabado. Error mío.
Concierto de voces jóvenes, con el mismo acompañamiento orquestal. Sólo arias y ensambles de ópera, y el tercer acto completo de La bohème de Puccini. Buen nivel general a secas de los ocho noveles cantantes. En una audición panorámica del recital, salieron mejor librados los tenores, barítonos y bajo que las tres sopranos. Destacados, El Brindis del Hamlet de Thomas con Juan Carlos Heredia, Nemico della patria de Andrea Chénier (Giordano) con Carlos López y O souverain de El Cid (Massenet) con Fabián Lara.
Después de tres noches de orquesta, un espléndido recital a piano, del poderoso bajo ruso Mikhail Korobeinikov. Misma soltura y conocimiento de causa (y de estilo) para Händel, Wagner, Mozart, Boito y Rossini que para sus propios rusos. Además de Chaikovski, muy destacadas sus versiones a los romances de Rajmaninov y Shostakovich, música espléndida que se escucha poco. Control, afinación y proyección de voz muy homogéneos a lo largo de todo su registro. Su pianista acompañante, Viktoria Vins, con música suficiente para interpretar, sola y muy bien, a Albéniz y a Rajmaninov.
Después, la siempre interesante Noche de la Universidad de Sonora, con destacados estudiantes de la licenciatura en música, opción canto, de esa casa de estudios. A diferencia de dos noches antes, esta vez las tres sopranos convocadas superaron en musicalidad al tenor único. Buenas y agradecidas interpretaciones de Lieder de Schubert, Schumann y Strauss, y una entretenida segunda parte de zarzuela. Momento cumbre del recital (con Héctor Acosta al piano), su inicio mismo, con la fina y delicada voz de Selma Ceja en Nacht und Träume de Schubert. Igualmente logrado, un buen dueto de ella misma con Diana Antúnez, de La dama de espadas de Chaikovski, con buen trabajo de ensamble.
Finalmente, en la sexta noche, música popular mexicana. Tres voces (Encarnación Vázquez, José Luis Ordóñez, Carlos Sánchez) con un atractivo ensamble de cámara que es más que piano y menos que orquesta: violín, violoncello, clarinete y piano. Repertorio infalible: Esperón, Esparza Oteo, Agustín Lara, María Grever, Consuelo Velázquez. Y se cantó Granada, ¡oh sí!, faltaba más. Buenas y educadas voces, buena fusión en los ensambles, atractivos arreglos, acompañamiento eficaz y enriquecedor. Y ahora, con la cómoda excusa de que se me acaba el espacio, arrojo la piedra de la añeja y enredada polémica, y escondo el teclado: ¿qué tan pertinente es cantar este repertorio vernáculo y popular como si de Verdi, Wagner o Puccini se tratara?
