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Los de Abajo

Revolucionario zapatista

P

ara el ser humano, no siempre la tranquilidad es satisfactoria. Puede haber tranquilidad pero no satisfacción, y si hay lucha puede haber peligro, pero también mucha satisfacción. Si hay necesidad de luchar y hay posibilidad de participar, pues hay que hacerlo, cueste lo que cueste. Yo tengo por aquí un rozoncito de una bala, un hoyito. Una caricia. No tuve más, pero me siento contento, dice, satisfecho, don Félix Serdán Nájera, revolucionario, guerrillero, hombre de lucha que en este enero alcanza los 97 años.

“Es el ejemplo vivo de la continuidad y vigencia de las luchas de los zapatistas que se alzaron en 1911, de los jaramillistas que se alzaron por vez primera en 1943, y de los zapatistas que se alzaron en Chiapas en 1994. Es el único mando honorario que ha brindado el EZLN desde el levantamiento armado, al menos públicamente, pues en 1994 en la comunidad de Prado Payacal le fue conferido el grado de mayor insurgente honorario”, dice de él Ricardo Montejano, autor de sus memorias publicadas en 2012 por Desinformémonos Ediciones.

Don Félix cumple casi un centenar de años y los celebra en su casa de Tehuixtla, en el estado de Morelos, lugar desde el que no deja de aconsejar a quienes luchan. Sin una sola rendición en su historia, don Félix recordó en su cumpleaños 95 su vida al lado del líder campesino Rubén Jaramillo: Cuando fue necesario, yo participé o apoyé a Rubén con todo mi corazón, porque sabía que era un hombre que no iba a cambiar de por sí, y nunca cambió. Fue siempre honesto y en favor de la gente humilde. Quise incorporarme al grupo levantado en armas, que encabezaba Rubén. Mi papá me dijo: hijo, si es tu decisión, así sea.

Gente sencilla, alejado del poder y de los poderosos, jamás ha pretendido obtener un reconocimiento por sus acciones. Digno y discreto, rechazó siempre lo que desde arriba le ofrecieron. Venido de abajo, ahí permanece, con los honores de las nuevas generaciones que lo visitan para escuchar su palabra y sus consejos.

Don Félix no titubea y nos repite una fórmula sencilla de organización: “Se necesitan sólo tres –dice– para poder empezar a organizarse”. Uno que cuide la puerta mientras los otros dos discuten las acciones. Ya después se irá creciendo, poco a poco, hasta lograr ser muchos.

En la charla ofrecida a un grupo de condiscípulos que se congregan a su alrededor, don Félix ofrece lecciones de congruencia, esa que tanta falta les hace a los políticos de hoy: En las luchas que valen la pena, realmente se siente uno contento de correr el peligro de perder la vida. Si sale uno adelante, qué bueno. Si cayó uno, si me tocó, pues ¿ya qué hago? ¿Cuántos pueden decir lo mismo?

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