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Ver día anteriorViernes 17 de enero de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El antizapatismo a 20 años de la rebelión
C

amuflados en la objetividad académica o periodística o en el llano cinismo, no podían faltar en la celebración del vigésimo aniversario de la rebelión del Ejército Zapatista de Liberación Nacional sus detractores, adjudicándole fracasos, deserciones generalizadas, la persistencia de la pobreza, e incluso –¿por qué no?– protagonismos personales, todo lo cual refleja, sin embargo, precisamente, aquello que es parte de lo celebrable. ¡Qué lástima que el EZLN siga existiendo, que haya municipios autónomos, que se encuentren en curso importantes experiencias organizativas, que no haya fracasado a dos décadas de iniciado un proceso que sigue tan vivo que demanda que se le declare muerto, en decadencia, agotado y contradictorio! A pesar de los tiempos que corren y de la grave condición del país, y sin pretender la inexistencia de fallas y de limitaciones en el proceso zapatista, ¿quién ha fracasado y en qué sentido? ¿La nueva generación ya incorporada en los procesos organizativos locales? ¿Dónde se ubica la deserción, en las filas del EZLN, o en las del Ejército y los partidos políticos? Y el argumento de la persistencia de la pobreza que se le achaca al EZLN, ¿se refiere a su contraste con la generalizada bonanza económica actual de los mexicanos? ¿Qué es lo que irrita aún y no se perdona de la dirigencia del EZLN? Sin duda, las críticas enunciadas, en su calidad y alcance, reflejan las limitaciones y la adscripción política de quienes las emiten.

Una de las más recurrentes formas de ataque al EZLN, vigente dos décadas después, consiste en negar el protagonismo indígena en la insurrección y el movimiento posterior, para centrarlo en su faceta exterior, particularmente en la figura del subcomandante Marcos y en las formas organizativas mestizas y urbanas de las Fuerzas de Liberación Nacional, originalmente, y de posteriores influencias radicales. El argumento, básicamente racista, se fundamenta en la hipótesis de que los indígenas son simples cobayas (Mario Vargas Llosa dixit), seres incapaces, condenados a ser manipulados por los mestizos, especialmente por el demonizado Marcos, quienes imponen un proyecto anti-capitalista sostenido por un misterioso bloque de fuerzas aglutinado por el pensamiento ideológico antisistémico a ultranza, del cual escapa una significativa mayoría de sus simpatizantes y bases de apoyo. Así se sostiene, con fundamento en trabajo de campo y testimonios, que los zapatistas representaban en 2013 entre 5 y 10 por ciento de la población total de las regiones Selva, Altos y Norte de Chiapas. Paradójica y contradictoriamente, quien sostiene estos diagnósticos se refiere a la presencia continuada del EZLN en estas mismas regiones de conflicto, e incluso hace notar su renovación y extensión hacia la región de la Sierra Madre, aduciendo, entre otros argumentos para explicar estos hechos, aparte de las diversas presiones de la dirección del EZLN para impedir la salida de las bases de apoyo y de otros miembros, que los jóvenes en particular son atraídos por los beneficios y privilegios para cuadros intermedios y la camarilla que forma parte de la dirección (María del Carmen Legorreta. Las lecciones, 20 años después; el alzamiento zapatista, Proceso, edición especial No. 23). En esta misma revista, es republicada, seis años después, otra perla analítica semejante: una entrevista realizada por la misma Legorreta, asesora de la ARIC-Unión de Uniones, que con el significativo título de Marcos al trasluz da a conocer (de nueva cuenta) la experiencia de un desertor del EZLN quien, ¡oh sorpresa!, descubre que el sub Marcos no aprendió nada de la democracia y cultura indígena, ni de eso de mandar obedeciendo, como sostienen algunos libros (seguramente se refiere a los del conocido y respetado sociólogo francés Ivon Le Bot). Es más, el desafecto de la organización zapatista señala enfático que todo ello “es propaganda, porque Marcos lo único que vino a hacer fue a decidir lo que tenía que hacer la gente, le gustara o no le gustara, pero la gente tenía que hacer lo que Marcos dijera, y nunca cambió” ( ibid., p. 64). La para nada ingenua entrevista termina curiosamente haciendo notar todo lo contrario de lo que observamos los asistentes al primer curso de la Escuelita Zapatista en agosto pasado, al señalar, atacando el corazón de la democracia directa basada en los principios de mandar obedeciendo: La asamblea general era una costumbre fuerte y después, con lo de los milicianos, los mismos viejos tenían que obedecer a los responsables, a los mandos. La asamblea ya no era la autoridad. Ahí sí hubo un cambio muy importante, se acabó la democracia por el mando de los jefes.

Esta peculiar investigadora llega al extremo de afirmar que la salida de al menos 50 mil indígenas del EZLN el 21 de diciembre de 2012 en las cabeceras municipales de las zonas de conflicto obedeció a la búsqueda desesperada de recursos externos procedentes de varias ONG y de bien intencionados simpatizantes nacionales y extranjeros atraídos por el conflicto (que) también han fortalecido esta actitud de dependencia (sic). Ejerciendo su autonomía en las cinco juntas de buen gobierno y en los municipios autónomos bajo la influencia zapatista, como lo muestran innumerables libros, tesis y reportajes, resulta ahora que la ordenada, organizada y planeada salida de los zapatistas el día del fin del mundo de diciembre de 2012 constituyó –en la ocurrente perspectiva referida– otro inconmensurable acto de escenografía, seguramente montado por Marcos, y protagonizado por 50 mil pedigüeños dependientes de la ayuda externa en busca de renovación. La crítica fundamentada es un insumo en la vida académica, pero el caso que nos ocupa no amerita en realidad considerarse en ese rubro. Sin embargo, vale la pena reparar en él porque ilustra el fracaso del acallamiento de un proceso dinámico que sigue adelante, la persistente pobreza argumental, la deserción de las ideas y el protagonismo del vilipendio disfrazado de análisis.