Opinión
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Andanzas

Guillermo y Zapata

U

na mañana de sábado, hace muchísimos años, estaba en clase con el Ballet Infantil de Magda Montoya en el Sindicato Mexicano de Electricistas, cuando la tícher o señito –como le decíamos–, interrumpió para presentarnos a un gran bailarín como dijo, cuyos rostro sonriente y ojillos traviesos de golpe ganaron nuestra simpatía. Iba acompañado de su esposa Graciela, una simpatiquísima costarricense, diseñadora y pintora. Nos sentamos en el suelo, en círculo, en aquel teatrito memorable y nos aprestamos a escuchar.

Ahí se confirmó la idea de moda: el pique entre bailarines clásicos, de puntitas, y los de danza moderna, por el suelo con sus caídas y arrastrones como se usaba. Yo tendría unos siete u ocho años, y salvo la etapa con Nelly Campobello en sus clases, de donde me sacaron quien sabe porqué nunca había trabajado en la barra del ballet clásico. Jamás olvidaré que Memo Arriaga –alto delgado de largo cuello, como una figura de Modigliani– nos hablaba apasionadamente de ambas disciplinas remarcando lo cursi del ballet clásico, cuyas figuras parecían mariposas muertas clavadas con un alfiler en una sala de museo, y del vigor y realidad de la danza moderna que le habían inoculado Waldeen y Ana Sokolow. Bailamos para ellos y desde el principio me llamó Moyita, toda la vida, con cariño y sus ojos sonrientes. Me puso El sueño y la presencia y lo bailé con Farnesio de Bernal, cuando Horacio Flores Sánchez dirigía la compañía. Sin embargo, creo que nunca me perdonó tiempo después, por no haber podido bailar en su Cuahunahuac; éramos Roseyra Marenco, Alma Rosa Martínez y yo, como reparto original. A pesar de tanto ensayo, asuntos impostergables familiares me lo impidieron, él y Ana Mérida se enojaron muchísimo; después me perdonó y me volvió a dar mi beso cuando nos veíamos.

Muchos años después, cuando dejé el ballet de la universidad para irme al ballet de Bellas Artes –invitada por el fabuloso Miguel Covarrubias y el pintor Santos Balmori–, Guillermo Arriaga, siempre con su quijotesca figura, aunque empezó a bailar casi a los 20 o 24 años, era ya un personaje notable con el calor y la simpatía de siempre y parte esencial del elenco de aquella famosa y ya extinta compañía. Mis padres no me dejaron ir a la gira europea por mi edad, pero cuando regresaron llenos de gloria, simplemente lloré en Bellas Artes, cuando vi el famoso ballet Zapata que lanzó a Arriaga a la gloria.

Jamás he vuelto a ver el Zapata como lo bailaron Rocío Sagaón y Guillermo Arriaga. Él, al bailar, iba más allá de la danza; sus mentores, Miguel Covarrubias y Waldeen, junto con José Pablo Moncayo y su música extraordinaria, lo alentaron e indujeron a la forma y contenido exactos de la inmensa tierra mexicana. Rocío Sagaón se consagró como nadie interpretando a la madre tierra. Sin maquillaje, con aquella inmensa cabellera suelta, la falda diseñada por Covarrubias, y Arriaga, con el calzón blanco, descalzo y cananas, nos transportaban con toda sencillez y grandeza a una obra a la cual no le sobraba ni le faltaba un pelo; decía todo lo que los mexicanos sabemos y queríamos ver.

En aquellos tiempos, la nota era el socialismo, la reivindicación de los campesinos: la tierra y los obreros; el capitalismo era el coco.

Nunca hubo un aplauso tan rabioso en Bellas Artes, el público jadeaba y parecía retorcerse,

Hoy, Memo ha vuelto a la tierra. Es polvo, el que recogían sus dedos para expandir la libertad. Es la figura y su obra ha permanecido como la síntesis de 60 años de trabajos, búsquedas e intentos, grillas insospechadas y transformaciones increíbles. Todo ha cambiado y parece haber retrocedido el gran proyecto de la danza mexicana; quedan Zapata, El Cascanueces, y batallones de gente estudiando y bailando; edificios de lujo, montones de maestros. Todo es tema y variaciones de lo mismo, se elevan más las piernas y se dan 80 piruetas, o se revuelcan en la histeria del caos, la moda… pero ¿dónde están el proyecto, el futuro de todo ese inmenso gasto? ¿Hacemos cuentas? ¿A dónde va esta juventud, veteranos y viejos de ojos llorosos y melancólicos?

Arriaga fue un bailarín que con técnica básica, danzó como no pueden hacerlo quizás muchos iniciados desde la infancia, porque el secreto está en un corazón apasionado de verdad. Memo fue devorado por la danza, hasta el final. Hasta siempre, Memo, descansa, descansa tranquilo, la hiciste bien. Descansa.