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Premios Nacionales 2013

Carlos Martínez Assad, galardonado en el área de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía

La alta centralización nos explica por qué hay zonas pobres y ricas

Afirma que no hubo una Revolución, sino varias, por la diversidad de expresiones políticas en el país

Más que calificar, sugiere entender e intentar conocer a los personajes históricos

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Carlos Martínez Assad también es afecto al cine extranjero y a la músicaFoto Francisco Olvera
 
Periódico La Jornada
Domingo 8 de diciembre de 2013, p. 2

Hace un par de semanas, mientras el historiador y sociólogo Carlos Martínez Assad participaba en un congreso de desarrollo regional en Pachuca, Hidalgo, recibió una llamada en su teléfono móvil. Contestó pensando que se trataba de un asunto familiar, pero le marcaban de la Secretaría de Educación Pública (SEP) con la intención de comunicarlo con el titular de la dependencia, Emilio Chuayffet.

El académico se disculpó, dijo al interlocutor que no podía atender la llamada en ese momento porque estaba en medio de una conferencia y colgó. Al concluir su ponencia, se comunicó a la SEP y cuando el secretario tomó la llamada le soltó: ¿Así que estaba usted muy ocupado en una conferencia? Seguramente es por su dedicación a la investigación... Y es justo por eso que se le ha distinguido con el Premio Nacional de Ciencias y Artes (2013).

Así narra el investigador emérito del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y del Sistema Nacional de Investigadores la forma en que se enteró de que había sido condecorado con este reconocimiento en el campo de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía.

Los primeros años

En entrevista con La Jornada, recuerda parte de las circunstancias que lo llevaron a inclinarse por el estudio de las ciencias sociales. Sus primeros años tuvo que peregrinar en varios estados: nació en Amatitlán, Jalisco, y luego vivió en Guanajuato e Hidalgo, para –al final– llegar a la ciudad de México a estudiar la licenciatura.

Su formación académica primero se dio dentro de la educación religiosa. Al pasar a la secundaria, en Hidalgo, conoció la educación laica. En la preparatoria, gracias a unos amigos periodistas de su familia que tenían una gran biblioteca en su casa, se maravilló por las lecturas, en particular por la historia y la literatura. Cuando tenía algo de dinero iba a la librería y en verdad sufría para decidir qué comprar, hasta que me hice el propósito que una vez adquiriría un libro teórico y a la siguiente visita una novela.

Sus estudios abarcan varios temas, como la historia del siglo XIX con los gobiernos liberales, la Revolución y los años subsecuentes, pero también ha puesto especial énfasis en el estudio de la historia de las regiones del país.

“Era importante ver otro tipo de manifestaciones político-culturales y fue así que escribí mi libro El laboratorio de la revolución, el Tabasco garridista, que es todo un seguimiento de la persecución religiosa en Tabasco, que al mismo tiempo me permitía confrontar que mientras estaba lo grueso de la persecución religiosa y la cristiada en Jalisco y el centro de México, en los estados del sureste eran otro el tipo de manifestaciones porque la gente no era tan religiosa.

Después los acontecimientos se fueron realizando de diferente manera, de tal forma que en mis posteriores trabajos concluí que la Revolución no era una, sino muchas revoluciones, porque cada región, cada entidad, tiene sus propias formas de identidad, de expresión cultural y organización política.

Otra de las conclusiones a las que ha llegado es que no se debe calificar a los personajes históricos, sino intentar conocerlos y saber quiénes fueron y qué hicieron realmente para la sociedad y la política en su momento. También sostiene que durante el siglo XIX existió un modelo muy articulado de país encabezado por los liberales, que va de 1840 al final del gobierno de Porfirio Díaz. En este periodo se presenta sobre todo la modernización, la separación de la Iglesia y el Estado y la consolidación de la educación laica.

Su trabajo en las regiones lo lleva a ser crítico con la actual situación del país, donde todas las decisiones políticas, económicas y de otros ámbitos recaen en la capital de la nación.

“En el momento actual veo esta incapacidad de algunos sitios para hacer frente a sus propios problemas, esto se ejemplifica de manera muy clara si vemos por ejemplo que el PIB nacional lo concentra 20 por ciento de la población que vive en un poco más de 1 por ciento del territorio nacional, que es la ciudad de México. El restante es lo que se divide en las otras entidades federativas. Entonces tenemos una atrofia de origen que resulta de muy difícil solución, pero no hay capacidad ni voluntad política para hacerlo.

Cómo queremos desarrollar un país integralmente cuando las autoridades insisten en que fuera de la ciudad de México el resto del país es de menores de edad, es decir, de gente sin la capacidad para decidir sobre su propio camino. La central electoral que plantean los legisladores (como parte de la reforma político-electoral) tiene ese mismo carácter. No dejan a los ciudadanos la decisión o la posibilidad de organizar sus propias elecciones, cuando debería de ser completamente al contrario, tendría que crearse un instituto federal donde las entidades se hicieran cargo de sus propias elecciones y el nacional de las presidenciales. No todo tiene que concentrarse aquí (en el Distrito Federal). Es completamente paternalista, esa visión paternalista no parece tener un fin cercano y es extremadamente preocupante.

Martínez Assad indica que diversos estudios muestran que México es el país con mayor índice de centralización en América Latina, pues mientras la media en la región es cercana a 50 por ciento, en nuestra nación este indicador alcanza 80 por ciento.

Esto es fundamental para explicar por qué hay regiones pobres y ricas, por qué hay más pobreza en algunos ámbitos que en otros.

México –apunta– es un país que debe aceptarse y entenderse como complejo y con una enorme diversidad. Hoy está despertando de algo que podría parecer una pesadilla con esto que sucedió con el PAN, que fue abrir la caja de Pandora, y salieron todos los monstruos. La pregunta es: ¿cómo la cerramos? Ahí es donde aparece de nuevo el PRI insistiendo en que tiene otra imagen y nos dicen que la van a cerrar, vamos a ver si esto es posible y si en efecto todo esto que hemos visto con agobio los mexicanos en los últimos años termina.

De ascendencia libanesa, Martínez Assad es doctor en sociología política por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, Universidad de París, Francia. Cursó la licenciatura en historia en la hoy Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Sus temas de investigación son historia política y regional, Medio Oriente y los impactos culturales en el mundo.

Es un gran admirador de la obra del dramaturgo de origen libanés Wajdi Mouawad.

Jorge Ibargüengoitia es otro de los personajes cuya obra sigue con interés, e incluso ha escrito libros sobre él. Amante de la música –tiene dos hijos que se dedican a esta actividad y uno más que sin hacerlo toca el piano–, del cine extranjero –organizó un ciclo de películas libanesas en la UNAM–, la mayor parte de su tiempo libre la pasa con su familia, sobre todo con sus cinco nietos y en espera del sexto que está por nacer.

Revalorar oficios

Si bien destaca la importancia de la formación universitaria, considera que un país también necesita de electricistas, plomeros, artesanos, cerrajeros y demás labores fundamentales, las cuales –desde su perspectiva– deben ser revaloradas y de gozar de mejores salarios.

Hay un prejuicio a considerar de que tenemos que ser la élite intelectual, pero como decía (Antonio) Gramsci: al final todos somos intelectuales. Y lo es tanto el cerrajero que al final tiene que hacer la copia de la llave con una fineza increíble, como el indio que está aquí en la plaza tejiendo una canasta. Observo esa habilidad y la envidio, me gustaría poderlo hacer. Estoy convencido de que nos hacen falta buenos plomeros o ese tipo de artesanos que fueron tan valorados en otra época, los que hicieron los grandes retablos en los templos barrocos (...) eran unos artistas, unos profesionistas, como lo siguen siendo hoy muchos. ¿Por qué estos no podrían ser trabajos bien remunerados y valuados socialmente?