16 de noviembre de 2013     Número 74

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Refrescando la memoria:
¿qué es el TLCAN y cómo se negoció?

Alberto Arroyo Picard Investigador de la UAM-I; miembro de la coordinación colectiva de la Red Mexicana de Acción frente al Libre Comercio (RMALC) y de la Alianza Social Continental (ASC)


FOTO: Elsa Medina Castro / La Jornada

La idea de negociar un tratado para crear una zona de libre comercio entre México y Estados Unidos surge el 11 de junio de 1990 en una Cumbre presidencial entre Carlos Salinas y George W. Bush. Se inician negociaciones formales el 5 de febrero de 1991 a las que se incorpora Canadá.

1.- El proyecto estratégico detrás de los Tratados de Libre Comercio (TLCs). Con la desintegración del bloque soviético, se acelera la etapa triunfalista de expansión cuantitativa y cualitativa del capitalismo y avanza su forma más salvaje llamada neoliberalismo. Para 1982, se logra imponer el neoliberalismo como pensamiento casi único y, con excepción de Cuba, es adoptado por todos los gobiernos del continente americano. Sin embargo, el primer círculo del poder de Estados Unidos, siempre previsor, se pregunta si este tan conveniente modelo podrá sobrevivir en caso de que hubiera cambios de signo político en los gobiernos de América Latina. El temor crece con las elecciones en 1988 en México: Carlos Salinas tiene que recurrir al fraude frente a Cuauhtémoc Cárdenas, quien había roto con el PRI por considerar que la nueva ideología dominante en dicho partido no ero lo adecuado para México. Sus análisis eran correctos pues años después empiezan a ganar gobiernos progresistas o de izquierda en Sur América. El factor común de estos gobiernos era cuestionar el Consenso de Washington y buscar un camino distinto y propio. Ello lleva a Estados Unidos a plantear la idea de los TLCs, que no son otra cosa que convertir en ley supranacional obligatoria, y con mecanismos efectivos para hacerla cumplir, la ideología neoliberal. Ello es expresado magistralmente por el primer director de la Organización Mundial del Comercio (OMC), Renato Ruggiero:“Éstos son el esfuerzo de crear una constitución internacional de los derechos del capital”. Es decir, con los TLCs la orientación de la economía ya no dependería de los gobiernos o del pueblo, sino que se impondría por una legislación supranacional.

Para imponer el neoliberalismo se fueron engarzando diversos elementos. Primero, un consenso generalizado llamado el Consenso de Washington, que se complementa con la coerción económica, vía el Fondo Monetario Internacional (FMI). Para finales de los 80’s lo anterior no era ya suficiente. El sureste asiático no tiene grandes deudas y con ello está fuera de la mira del FMI, sigue con éxito su propio camino. El neoliberalismo no da los frutos prometidos y eso va debilitando el Consenso, Hay que implementar una tercera pieza en el mecanismo de garantía de reproducción del neoliberalismo: una legislación supranacional obligatoria, y los TLCs.

La oposición social no se hizo esperar. Desde 1982 hay grandes movimientos frente al yugo de la deuda externa y los ajustes estructurales neoliberales. En 1991 nace la Red Mexicana de Acción frente al Libre Comercio (RMALC) y pronto se conforma la Red Trinacional de América del Norte. En 1995 se conforma la Red Global Nuestro Mundo no está en Venta frente a la OMC. En 1997 se inicia la construcción de la Alianza Social Continental que logra derrotar el proyecto de Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y frena el avance de TLCs bilaterales o regionales tanto con Estados Unidos como con Europa. En 2001 nace el Foro Social Mundial. En 2007 se forma la Red birregional Europa-América Latina Enlazando Alternativas.

Por supuesto, a pesar de algunos triunfos del movimiento social global, el poder globalizado no deja de impulsar este modelo económico e implementa diversas estrategias para frenar los cambios progresistas y dividir nuestro continente. Ahora busca consolidar la zona de hegemonía neoliberal en con la Alianza del Pacífico y con el Tratado Transpacífico y un TLC entre Estados Unidos y Europa.

En México hoy se quiere dar un gran salto con las reformas constitucionales que impulsa Peña Nieto, especialmente la energética. Si se cambia la Constitución, el petróleo y la electricidad, que habían sino excluidos de los compromisos del TLC de América del Norte (TLCAN), serían sometidos a dichas obligaciones. Los inversionistas extranjeros en el sector tendrían que ser tratados igual que los nacionales, las empresas públicas energéticas licitarían como cualquier otro inversionista por los contratos y podrían perderlos, los contratos estarían sujetos al mecanismo internacional de solución de controversias que incluye la llamada expropiación indirecta (consideran expropiatoria cualquier medida gubernamental que disminuya su ganancia esperada). Más aún, podríamos ser demandados si en el futuro se tratara de revertir este cambio constitucional. Hoy la resistencia unida frente a este modelo es más necesaria que nunca.

2.- El proceso de negociación y aprobación del TLCAN. El proceso de negociación fue secreto y cerrado para la sociedad, excepto para los grandes empresarios y algunos ficticios representantes de movimientos sociales miembros de la Confederación de Trabajadores de México (CTM) y de la Confederación Nacional Campesina (CNC). La presión social logró abrir mesas de información, pero en ellas se nos daba información sesgada e incluso falsa, como se pudo comprobar cuando, gracias al trabajo de las redes sociales de los tres países, se logró filtrar uno de los últimos borradores de la negociación.

De parte del equipo de negociación mexicano, se negoció sin tener un proyecto estratégico de país. Ello fue explícitamente reconocido por Herminio Blanco, jefe negociador, cuando a pregunta expresa de RMALC de “¿cuál era el proyecto de país que se tenía en mente al sentarse a la mesa de negociación?” contestó: “Proyecto de país, ¿para qué? El mejor proyecto de país es no tener proyecto de país y dejar que el mercado modele al México posible”.Ello muestra claramente lo que es el libre comercio y su forma legal, que es el TLC. Se trata de dejar la dinámica de la economía, y en el fondo, de la sociedad y de nuestra vida y futuro, a las solas fuerzas del mercado, es decir a la ley del más fuerte. Los TLCs son mucho más que apertura de fronteras y quitar aranceles para promover el intercambio internacional de mercancías. Incluye muchos otros capítulos que limitan o, mejor dicho, casi anulan, la capacidad de los Estados de regular la economía, de promover o impulsar un proyecto económico nacional y garantizar los derechos sociales.

La negociación termina en 12 de agosto de 1992 y el 17 de diciembre del mismo año lo firman los presidente Bush, Salinas, y el primer ministro de Canadá, Brian Mulroney. La ratificación por el Senado Mexicano se da a principios de 1993, pero de una forma totalmente irregular y anticonstitucional: se aprueba un texto y entra en vigor otro. El texto que aprobó la Cámara alta mexicana tiene en la primera página la leyenda que dice “Texto no oficial sujeto a correcciones”. Dichas “correcciones” no fueron, como dijo el gobierno mexicano, un asunto de mejorar las traducciones, sino que en el proceso de ratificación del Senado estadounidense sufrió numerosos cambios. Además, según el Artículo 133 de nuestra Constitución, no se puede ratificar un tratado que no es coherente con dicha Constitución, elemento que no cumple el TLCAN. Todo ello fue denunciado y demostrado, pero en México la verdadera ley es tener el poder de hacerlo y en ese momento había sólo tres senadores no priistas y sólo hubo dos votos en contra. El TLCAN entra en vigor el uno de enero de 1994

3.- Conclusión. El TLCAN es un megaproyecto geopolítico estratégico que obliga a nuestras economías a dejarse llevar por el llamado mercado que no es otra cosa que la ley del más fuerte.

El resto de este suplemento mostrará lo perjudicial que ha sido para los campesinos, pero es importante tener en cuenta que ha sido malo para todo el pueblo mexicano. Peor aún, ha sido un fracaso ya que no se consiguieron los objetivos planteados por sus promotores. Veamos algunos datos duros:

-Se planteó un crecimiento acelerado y constante. Durante estos 20 años, la tasa media de crecimiento del PIB por habitante fue de sólo 0.51 por ciento anual, la más baja comparada con las diversas estrategias seguidas por México desde el fin de la Revolución Mexicana. Es uno de los países que menos crece, ocupa el número 25 de 33 países de América Latina de los que hay información comparable.

-Se planteó que mejoraría la competitividad, y de haber sido el número 40 en la medición del Banco Mundial (BM), en 2011 baja a ser el número 66.

-Se prometieron más y mejores empleos pero la tasa de desempleo abierto hoy es el doble de 1993, antes de que entrara en vigor. Además el trabajo se ha precarizado. Basados en la canasta mínima alimentaria y no alimentaria del Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social (Coneval), y considerando una familia de cuatro miembros en los que dos tienen empleo, resulta que en 2004 al 46 por ciento de los trabajadores no les alcanza para adquirirla y esa proporción en 2013 sube al 49 por ciento. Peor aún, en 2004 al 14.9 por ciento no le alcanza ni siquiera para alimentarse y en 2013 ese porcentaje sube a 19.53.

Estos resultados son contundentes: hay que cambiar de rumbo. Pero quien nos gobierna plantea profundizar y acelerar este camino al precipicio. Negocia actualmente un nuevo y más profundo TLC y busca cambiar la Constitución para someter nuestro petróleo a las obligaciones del TLCAN y “compartir” las ganancias con las trasnacionales petroleras. Necesitamos rescatar nuestra nación, el futuro depende de nosotros.


Testimonio

Mucha ignorancia y debates
poco profundos: Gustavo Gordillo
(subsecretario de Agricultura en el gobierno de Carlos Salinas)

El llamado “cuarto de junto” de las negociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) integraba básicamente a empresarios. Que yo recuerde, no había un solo representante de organizaciones campesinas.

De si hubo consulta con los representantes campesinos, se hicieron varios eventos, pero la palabra “consulta” es muy resbaladiza. De manera muy escasa se dio la discusión de cuál era la situación de los pequeños productores y de lo que podría implicarles la apertura comercial; no hubo discusión a fondo. Había presunciones de que las cosas iban a estar muy mal, hubo muchas declaraciones de que no se debía negociar así el sector agropecuario; la verdad es que no había suficiente información.

Y no hubo una consulta detallada, sistemática, casi con ningún sector, salvo con los que estaban en el cuarto de junto o cuarto al lado –donde del sector agroalimentario estaban sólo Eduardo Bours, empresario avicultor, de Bachoco, y vicepresidente del Consejo Nacional Agropecuario (CNA), y Juan Gallardo Thurlow, de la rama azucarera-. En cierto sentido se estaba yendo en un terreno movedizo. A todo el mundo en el gobierno básicamente le parecía una buena idea abrir los mercados, y para muchos sectores empresariales también parecía una buena idea. Aunque hubo también rubros empresariales que no querían perder la capacidad de tener protección interna, Entonces, no creo que hubo una consulta suficientemente amplia.

Además había mucha ignorancia sobre el campo de parte de los negociadores, y una idea fija y ridícula que no se les ha quitado a muchos que hacen política pública, en el sentido de que hay una cifra mágica: que en los países ricos la población rural representa menos de cinco por ciento de la total y que ello es ideal. En realidad, eso es relativo, hay muchos países desarrollados en Europa que no tienen el cinco sino el 30 por ciento en el campo. Lo que debe uno pensar es cómo se puede tener un desarrollo mucho más armónico.

Alguna vez una persona -no diré su nombre porque no tiene caso, pero es sintomático de lo que se decía entonces- afirmaba que nos sobran 20 millones de mexicanos en el campo y yo preguntaba ¿qué quieres hacer, los vas a mandar al mar? “Se van a ir a los ámbitos urbanos, y allí van a encontrar empleo”, contestaba. Bueno, yo decía y digo, ese es un supuesto, de que van a crecer otros sectores que van a absorber la mano de obra que supuestamente es redundante. Yo tenía y tengo otra visión: la población no es redundante en un lugar u otro, sino depende del estilo de desarrollo que tiene el país. Si se tiene un desarrollo que concentra tierras y recursos, sí va a haber población redundante; si se tiene un esquema que favorece la pequeña agricultura, seguramente se van a crear muchos empleos alrededor de la agricultura, no en la agricultura, lo cual puede ayudar a definir una estructura y una economía más adecuada.

Por parte de la Secretaría de Agricultura, cuando inició el sexenio, con Jorge de la Vega Domínguez, al frente (diciembre 1988-enero 1990), la Dirección de Asuntos Internacionales estaba en mi subsecretaría, de Agricultura, pero luego entró Carlos Hank González como secretario, y también Luis Téllez Kuenzler como subsecretario de Planeación. En ese momento ya se estaba empezando a negociar el TLCAN y vi que el negociador era Jaime Serra Puche, con quien yo no tenía una buena relación, y en consecuencia decidí, y así lo discutí con Hank, que Asuntos Internacionales pasara a la oficina de Téllez.

Entonces yo participé indirectamente, con observaciones que creo importantes. En primer lugar, me parecía que iba a ser muy complicado meter en una misma negociación, aunque fuera en capítulos diferentes, temas como las manufacturas -que era lo fundamental para los negociadores mexicanos- con temas como el sector agrícola. De por sí era muy poco el conocimiento y la experiencia internacional que teníamos de cómo negociar en materia de comercio internacional agropecuario. Todavía no estaba formada la Organización Mundial de Comercio (OMC).

Entre otras dificultades estaba –y eso lo argumentamos varias personas en mi Subsecretaría en particular- que los precios internacionales agrícolas se fijan con un porcentaje muy bajo de la producción mundial, por ejemplo el del arroz lo fijan fundamentalmente Tailandia y Vietnam, siendo que los grandes productores son China, Japón y Estados Unidos. Entonces hay una especie de falla de los mercados internacionales en el ámbito agrícola y en especial en cereales, Esa fue la primera observación que hicimos.

La segunda reflexión que hicimos es que en ese entonces no teníamos cuy clara la tipología de los productores rurales y no sabíamos de qué manera afectaría el TLCAN particularmente en el maíz. En un momento dado, cuando ya entró a la discusión el sector agropecuario, sobre todo Canadá planteó que se definieran periodos diferentes de liberalización para los productos que se consideraran más sensibles y que cada país especificara los propios. Canadá planteó fundamentalmente derivados de lácteos; de lo que recuerdo, Estados Unidos, planteó jugo de naranja.

En el caso de México se planteó maíz y frijol. Y es que de varios análisis de universidades estadounidenses, hubo uno, de Stanford, que advertía que si se abría indiscriminadamente el mercado de granos, se daría un crecimiento desproporcionado de la migración de mexicanos a Estados Unidos. El texto tenía un error porque consideraba que todos los productores producían para el mercado; de cualquier forma, era un error a nuestro favor, y representaba una pieza de negociación muy importante, y así lo planteé a la gente que estaba negociando.

Los propios negociadores estadounidenses contaban con cálculos propios al respecto, de tal suerte que se había dicho que los productos sensibles tendrían un periodo de diez años antes de abrir los mercados completamente, pero como iniciativa de EU surgió que a maíz y frijol de México les dieran 15 años en vez de diez. La manera como esto habría funcionado era con una cuota arancel que implicaba el acceso a México de cuotas sin arancel, el primer año en volúmenes pequeños y aranceles, altos al principio; las primeras irían creciendo y los segundos bajando hasta llegar a cero al año 15. Esto era una protección para los precios a los productores mexicanos, a tal grado que en un principio se asemejarían a los precios de garantía que se tuvieron antes.

El problema fue que, por razones de política económica interna –para acotar la inflación-, en su segundo año de gobierno, Ernesto Zedillo decidió abrir más la cuota y reducir más el arancel de suerte que mucho antes de los 15 años ya se había prácticamente abierto el mercado, y el efecto de eso sí fue muy grande en los productores de maíz, sobre todo para los que sembraban orientados en parte para el mercado y que eran buenos productores. Se vieron afectadas las zonas de la Frailesca, de Chiapas; de la Ciénega, de Jalisco, y otras.

Por otra parte, se definió el Programa de Apoyos Directos al Campo (Procampo). Yo hice el diseño inicial y el objetivo era tener un programa para proteger a aquellos productores pequeños que sembraban para el mercado pero que necesitaban años para poder adaptarse a la apertura, ya fuera mejorando sus técnicas o diversificando sus cultivos; por eso habíamos puesto un techo de 20 hectáreas (lo cual implicaba atender a 98 por ciento de los productores en 1992; hoy representan 94 o 95 por ciento). En la decisión final para generar el programa hubo un problema. Se aumentó el acceso a los agricultores hasta con cien hectáreas, lo cual hizo el subsidio regresivo y ya no cumplió con la función que originalmente tenía, de acompañar a los productores pequeños en la transición de la apertura.

Mi conclusión es: debimos haber visto con mucho mayor cuidado la negociación del capítulo agropecuario porque había muy pocas experiencias en ese momento de negociación, y ahora que se tiene bastante más información, es muy claro que las negociaciones o la apertura de productos agropecuarios y particularmente cereales no beneficia a la mayoría de la gente de los países. Además, si se hubiera mantenido la protección del arancel cuota para maíz y frijol, éste junto con los apoyos concomitantes, es seguro que hubiera habido un mejor resultado para el segmento de productores medios.

En otros ámbitos, es muy cierto que el TLCAN permitió avanzar. Los logros de la manufactura, en particular automotriz, es resultado directo y claro del Tratado. Pero allí se puede uno hacer muchas interrogantes de si eso era lo que en realidad buscábamos con el TLCAN. Se planteaba también que iba a haber mayor inversión extranjera; eso ocurrió hasta 2004-05, cuando comenzó a decrecer bastante comparada con la que llegó a otros países de América Latina.

En cualquier caso, a 20 años nadie quiere mover el TLCAN, creo que lo que dio de sí para bien o para mal, ya lo dio. Entonces pensar en una negociación distinta, más amplia, que incluya la movilidad de mano de obra, podría ser algo interesante. Pero creo que el instrumento mismo de los acuerdos comerciales ha perdido ya mucho su atractivo respecto del que tenía hace 20 años. (LER)

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