Opinión
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Penultimátum

Ambición refrendada

E

s un pequeño país de África, con apenas 28 mil kilómetros cuadrados y cerca de 1.7 millones de habitantes. Sin embargo, de lo que allí ocurre se ocupan frecuentemente los medios y las organizaciones que luchan en pro de los derechos humanos y las instituciones democráticas. Guinea Ecuatorial fue colonia española por casi dos siglos, hasta que en 1968 obtuvo su independencia. Ello explica por qué el español es el idioma oficial, hablado por la inmensa mayoría.

A lo que hoy es Guinea Ecuatorial llegaron primero los portugueses en el siglo XV, que colonizaron sus islas y las convirtieron en puertos de partida para la trata de esclavos, negocio en el que también participaron holandeses y españoles. Fueron estos últimos los que finalmente se apoderaron del territorio y lo convirtieron en una provincia ultramarina, luego de disputarlo con el imperio británico y vencer los brotes de inconformidad de los jefes tribales.

Desde que en 1968 se proclamó la república, el país no ha cesado de tener problemas. Especialmente fruto de dos gobiernos dictatoriales continuos: el de Francisco Macías y el que desde 1979 preside Teodoro Obiang.

Señalado por sus excesos, por la persecución a todo aquél que se atreve a exigir el más mínimo asomo de democracia, Obiang ha resistido las condenas internacionales, pues tiene el apoyo de gobiernos y trasnacionales interesadas en el principal recurso de Guinea Ecuatorial: el petróleo. Lo explota, entre otras, la estadunidense Mobil. La riqueza generada por el oro negro ha servido para disminuir levemente el atraso, pero fundamentalmente, para enriquecer al dictador, su familia y sus allegados.

Guinea Ecuatorial es ahora noticia porque mañana su seleccionado de futbol jugará un partido amistoso con el de España. Los campeones del mundo no cobrarán ni una peseta. En España las protestas han sido numerosas, pues el encuentro será otro apoyo más a la sangrienta dictadura de Obiang. Éste ha destacado que la visita del campeón del mundo refleja las excelentes relaciones culturales y de amistad entre ambos países, mientras la oposición ecuatoguineana lamenta que el equipo español se preste al sucio juego propagandístico del sátrapa.

No se trata realmente de un compromiso deportivo, sino de otro claramente político al que se han prestado los dirigentes del futbol ibero, que han olvidado las graves violaciones de los derechos humanos, la muerte y persecución de opositores, en aras de los intereses económicos y comerciales de la antigua metrópoli, ahora en grave crisis. El partido de mañana en realidad refrenda la ambición del gobierno y los empresarios españoles por lograr, corrupción mediante, una rebanada del apetecible pastel que es el petróleo de Guinea Ecuatorial.