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La NSA y la saga de Snowden
C

omo reveló Glenn Greenwald, periodista depositario de los documentos secretos de la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos (NSA, por sus siglas en inglés) filtrados por el ex analista de inteligencia Edward Snowden, el espionaje de Washington sobre México no tiene que ver con terrorismo, drogas ni armas, sino con petróleo, energía e intereses estratégicos.

El 2 de septiembre pasado, Greenwald, quien entonces trabajaba para The Guardian, dio a conocer en el programa Fantastico de la cadena TV Globo de Brasil, que el espionaje sobre la presidenta Dilma Rousseff y el actual mandatario mexicano Enrique Peña se extendió a los equipos de asesores de ambos e incluyó la intercepción de mensajes privados, como atestiguó un documento interno de la NSA clasificado Top Secret (máximo secreto), exhibido al aire.

Entre las imágenes mostradas figuraban dos mensajes de texto del entonces candidato presidencial del PRI y de uno de sus colaboradores, interceptados por el llamado equipo de liderazgo mexicano de la NSA (S2C41) mediante los programas Mainway y Association, utilizados para interceptar y recolectar la información que pasa por las redes sociales y los mensajes telefónicos de texto.

Según el documento, durante dos semanas −presumiblemente en junio de 2012, mes anterior a los comicios presidenciales−, los fisgones de la NSA realizaron un esfuerzo intensivo de espionaje sobre el candidato que iba en la delantera (Peña) y nueve de sus colaboradores cercanos.

El informe de inteligencia filtrado por Snowden, exiliado en Rusia, explicaba paso a paso y en forma gráfica cómo penetrar en la información de políticos importantes y sus equipos a partir de datos semilla (direcciones electrónicas y números de teléfonos monitoreados) y con base en una observación sistemática de redes telefónicas, correos electrónicos, Internet y servidores.

Las filtraciones evidenciaron una grave vulneración a la seguridad y la soberanía nacionales de México, y provocaron un enérgico extrañamiento de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) al embajador estadunidense Anthony Wayne y la exigencia de una investigación a Washington, lo que fue seguido de un breve encuentro entre Barack Obama y Enrique Peña en San Petersburgo, Rusia, durante la cumbre del G-20.

Obama dijo que la alianza entre ambos países es estratégica y que el tema del espionaje no debía empañar la relación. La tradicional retórica imperial, y la tibia, sumisa y temerosa actitud de Peña, el eslabón más débil de una relación asimétrica.

Un mes y medio después, mientras el embajador de México en Washington, Eduardo Medina Mora, seguía esperando ávido la respuesta estadunidense sobre la presunta comisión de actos de espionaje, nuevos archivos filtrados a la revista alemana Der Spiegel vinieron a revelar que al menos desde mayo 2010, la NSA del general Keith Alexander había hackeado el servidor de la Presidencia de México y obtenido información sensible de Felipe Calderón y miembros de su gabinete.

La vigilancia estructural sobre Calderón y su equipo fue supervisada desde la oficina de la NSA en San Antonio, Texas, y estaciones de intervención electrónicas secretas en la embajada de Estados Unidos en México, en conjunto con la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés).

La labor de monitoreo estuvo a cargo de la división de Operaciones de acceso personalizado (TAO, por sus siglas en inglés), que tras husmear las comunicaciones logró descifrar las claves y entrar al servidor de la Presidencia.

Según un informe clasificado ultrasecreto, la operación, denominada Flat liquid (líquido plano), permitió obtener valiosos datos diplomáticos, de liderazgo gubernamental y económicos (Pemex incluido). La NSA consideró lucrativa (sic) la cosecha. Otra filtración permitió conocer un documento de agosto de 2009, con clave interna White-tamale (tamal blanco), según el cual la agencia había espiado comunicaciones internas de funcionarios de la Secretaría de Seguridad Pública a cargo de Genaro García Luna.

Para Der Spiegel el espionaje a las redes de computadoras y teléfonos de políticos brasileños y mexicanos no fueron hechos aislados. México y Brasil ocupaban los primeros lugares de una lista de objetivos de alta prioridad fechada en abril de 2013. Clasificada como secreta, la lista fue aprobada por la Casa Blanca. Es decir, por Obama.

Entrevistado por La Jornada, el ex director de Petrobras, Ildo Luis Sauer, señaló que el espionaje sobre Dilma Rousseff y la paraestatal brasileña no fue para robar secretos industriales, sino para identificar los eslabones frágiles de la cadena; para saber por dónde penetrar, con quién negociar, a quién promover, a quién sacar del proceso político. Para México la moraleja es clara. Máxime, cuando Sauer dijo que los hidrocarburos del Golfo de México son un objetivo prioritario de la guerra geopolítica de Washington.

En una acción de distracción ante la nueva exhibición mediática de Snowden y Greenwald vía Der Spiegel, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, anunció una indagatoria sobre el espionaje a Calderón y Peña que, dijo, estaría a cargo de la división cibernética de la Policía Federal y el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen ). A su vez, el canciller José A. Meade demandó a Washington que ampliara las investigaciones y les diera celeridad. Y por cuarta vez llamó a consultas al embajador Wayne.

Para cubrir el expediente, el secretario de Defensa, general Salvador Cienfuegos, encargado militar de la seguridad interior y exterior, exigió una investigación profunda, breve y con consecuencias sobre el espionaje. Pero Anthony Wayne minimizó las demandas. Dijo a la prensa: Obama toma en serio los alegatos. Peña y Obama ya miran hacia adelante. Avanzado noviembre, el parte sigue siendo sin novedad. En Washington, la subsecretaria de Estado, Roberta Jacobson, dijo, displicente, que antes de fin de año puede haber algo.

Enlaces:

Los cables sobre México en WikiLeaks

Sitio especial de La Jornada sobre WikiLeaks