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JFK + 50
E

l próximo 22 de noviembre se cumple medio siglo del asesinato del presidente John F. Kennedy. Pese al tiempo transcurrido persisten muchas incógnitas acerca de su breve paso por la Casa Blanca.

Se calcula que se han publicado unos 40 mil libros sobre JFK. Curiosamente aún no se ha escrito una biografía definitiva como la de Robert Caro sobre Lyndon Johnson, las muy buenas sobre los dos Roosevelt (Theodore y Franklin) o las recientes sobre Woodrow Wilson y Dwight D. Eisenhower. En el caso de JFK, siguen sin respuesta aspectos de su personalidad y su gestión como presidente. He aquí algunos apuntes un tanto personales.

Llegué a New Haven, Connecticut, en septiembre de 1960 para iniciar en la universidad de Yale los cuatro años de licenciatura. A las pocas semanas observé desde la ventana de mi habitación un acto de la campaña presidencial del candidato del Partido Demócrata, el senador Kennedy de Massachusetts. Ese noviembre JFK ganó la elección por un minúsculo margen. Tres años después, desde otra ventana en otro edificio en otra ciudad, un asesino acabó con la vida de JFK. Ahí empezó un mito que los historiadores aún no han podido descifrar.

Confieso que, tras la inauguración de JFK, me sorprendió el creciente entusiasmo que despertó el nuevo presidente entre mis compañeros universitarios. Se trata de jóvenes cuya adolescencia había transcurrido durante los ocho años de la administración de Eisenhower. La década de 1950 había resultado un tanto insípida, sobre todo comparada con la siguiente y muy tumultuosa década.

Critiqué que en abril de 1961 un grupo de exiliados cubanos hubiera intentado invadir a Cuba con el apoyo del gobierno de JFK. Es cierto que el plan fue ideado por la CIA durante el gobierno de Eisenhower, pero fue Kennedy quien lo autorizó.

Tampoco me pareció bien que nombrara a su hermano Robert procurador general en su gobierno ni que designara a otro hermano (Edward) para sucederlo en el Senado. Luego se supo que su padre le había insistido en que, una vez en la presidencia, sólo se fiara de su familia, ya que otros consejeros lo podrían traicionar o promover sus metas personales.

Es cierto que JFK se rodeó de intelectuales y académicos (no pocos de la universidad de Harvard, su alma mater) quienes se encargaron de autocalificarse de los mejores y más inteligentes (the best and the brightest). Pero muchos de sus consejeros lo alentaron a la aventura de playa Girón y a la intensificación de la presencia militar estadunidense en Vietnam.

La estrecha colaboración (¿colusión?) de Yale con el gobierno también me irritó. Como becario tuve que trabajar 10 horas semanales para la universidad: el primer año de mesero en los comedores de los estudiantes y los siguientes tres en alguna actividad más o menos académica. Tuve la suerte de encontrar chamba en el departamento de cartografía de Yale. Al poco tiempo empezaron a encargarme mapas muy detallados de lugares que desconocía. Al preguntarle a mi jefe acerca de esos mapas, me contestó que se trataba de un proyecto sobre aldeas de Vietnam que les había encomendado el Departamento de Defensa en Washington. Le pedí que me asignara tareas que no tuvieran nada que ver con mapas para fines militares. Estuvo de acuerdo.

Al igual que Barack Obama, JFK rompió con el molde presidencial tradicional: blanco, anglosajón y protestante. De familia irlandesa, fue el primer (y hasta hoy el único) católico en llegar a la presidencia de su país.

Además, fue el primer presidente que supo utilizar la televisión con fines políticos y lo hizo bien. Y su juventud (tenía apenas 43 años cuando llegó a la Casa Blanca) fue una inspiración para toda una generación. Hablaba bonito y sus discursos estaban bien escritos. Además, con los corresponsales de prensa instauró la práctica de entrevistas semanales que se transmitían por televisión en vivo.

Los medios de comunicación se entusiasmaron con el joven presidente y su familia. Su esposa se convirtió en un ícono de la moda femenina y sus pequeños hijos sirvieron para fomentar una imagen que los acercaba a la realeza. JFK cultivó con éxito la relación con la prensa y hubo muchos periodistas que lo adoraron. Se dice, inclusive, que no pocos se hacían de la vista gorda cuando descubrían que había echado una canita al aire. También amplió su círculo de amistades en Hollywood. El caso de Marilyn Monroe quizás sea el más conocido.

Años después, un colega diplomático estadunidense me confesó su sorpresa cuando, estando adscrito al consulado en Milán en 1962, le pidieron que discretamente ayudara en los preparativos logísticos de una escala técnica y secreta del avión presidencial. Al parecer, JFK quería visitar a una amiga.

En las últimas décadas se ha ido documentando el lado frívolo de la vida de JFK. Se trata de un capítulo que su familia y sus más cercanos colaboradores conocían bien y se esmeraron por encubrir. De ahí que los primeros libros que se publicaron tras su muerte hayan sido una defensa de lo que se consideró su mayor logro: su lucha por la justicia social.

En efecto, desde su toma de posesión buscó la manera de alentar a los jóvenes a comprometerse con las causas sociales más nobles. Instituyó el Peace Corps y, más importante, promovió los derechos civiles de la población de origen africano. Sin embargo, hay que subrayar que las leyes que idearon sus colaboradores en este campo sólo serían aprobadas por el congreso bajo la presidencia de Johnson. Esas leyes y el movimiento social que las engendró cambiaron al país para siempre.

Hoy es día de Halloween en Estados Unidos, pero es seguro que nadie se disfrazará de JFK. Sencillamente no sabrían qué disfraz ponerse: el de un dirigente visionario y estadista astuto o el de un político oportunista y mediocre y un hombre frívolo y mujeriego. JFK sigue esperando a su biógrafo.