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Nueve atrilistas rematan con sincronía cada salto mortal de los artistas del Circo del Sol

“La música es el soporte y alma de Varekai, un tren que jala todo lo demás”

La magia de la compañía es la combinación de acrobacia y arte sonoro: Brigitte Larochelle

 
Periódico La Jornada
Sábado 19 de octubre de 2013, p. 8

Nueve corazones laten frente a la partitura que yace en un atril; son artistas que observan en pantallas los actos de otros maestros de la acrobacia; oyen instrucciones de su jefa Brigitte Larochelle, de Quebec, por medio de audífonos, y el beat es un rebote que se multiplica en la Carpa Santa Fe, donde se presenta el espectáculo Varekai, del Circo del Sol.

Varekai es el nuevo espectáculo de la vanguardista compañía circense en México, donde el trabajo en equipo, la sincronía, es la clave: “four, three, two… ¡one!”, y nueve músicos crean estruendos que rematan el doble salto mortal de un acróbata; los arpegios en el violín marcan los pasos gráciles de una joven artista.

El Circo del Sol invitó a La Jornada a observar el trabajo de la orquesta, experiencia que aportó un punto de vista diferente a la contemplación frente al escenario.

Al llegar a la Carpa Santa Fe, el murmullo del público poco a poco lo inunda todo. Risas o llantos de niños se escuchan desde varios puntos. Casi inadvertido, el sonido de un viento suave sale de las bocinas. El ulular aumenta y hasta se siente frío.

La función ya comenzó.

Del cielo cae Ícaro, quien quemó sus alas por volar cerca del Sol. La caída va acompañada por efectos de sonido especiales creados en un piano, alguna cuerda, un sintetizador.

A un lado del escenario, donde los artistas demuestran sus habilidades y se llevan los aplausos, una orquesta realiza, casi en la oscuridad, una labor discreta, de apoyo a los artistas, fundamental para crear en el espectador una emoción que se une a lo visual. Ojo y oído son ocupados por luces y sonidos.

Diversión y disciplina

Tras una cortina, vestidos de negro para no ser vistos y no romper la magia que desborda el escenario, los músicos simplemente se divierten, bailan y hasta platican, para relajar la relación, sin extraviar la disciplina.

En pantallas, cada ejecutante observa los 12 actos que conforman Varekai (en cualquier lugar, en romaní) y con audífonos siguen las instrucciones de la mánager Brigitte. Unas lamparitas de luz tenue permiten leer esa matemática acústica. Los clowns, los artistas en general, se aprecian desde ahí de perfil. Todo el tiempo de lado.

Ícaro aterriza en la tierras de un frondoso bosque, en el que las criaturas le enseñan a volar de nuevo. Cada personaje guturiza, algo pronuncia, y al pisar provoca ruidos, los cuales son traducidos por los músicos. También en esa perspectiva se ve la tramoya, lo cual no resta la magia.

Las melodías acompañan, llevan sobre el diapasón, cada movimiento de los cuerpos esculpidos con ejercicios, dieta, mesura.

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Para los artistas, todos los aplausos. Los nueve músicos se preparan para la función que sigue, sin que el público se dé cuentaFoto Jesús Villaseca

Si el cuerpo humano se convierte en catapulta, la idea fija de equilibrio se completa con la armonía musical.

El acto casi suicida del triple trapecio tiene como fondo un ritmo dramático in crescendo. ¡Más, más, más! La danza georgiana con sus giros y muestra de fuerza en las piernas es llevada por sones de aquellos lares que la orquesta logra con versatilidad. Hasta los columpios rusos, donde las acrobacias hacen sudar las manos, no tendrían un efecto tan perfecto sin música frenética.

En esencia, la música de Varekai es un resumen de distintas culturas, una combinación de sonidos del ritual hawaiano, canciones de trovadores del siglo XI del sur de Francia, melodías tradicionales armenias y música gospel con arreglos contemporáneos. Ícaro ha aprendido a vivir en el bosque.

En una pausa tras un ensayo, la atenta Brigitte habló de la función de la música en Varekai: “La música es el soporte del show, de todo lo que pasa en escena. La música hace que se viva más el espectáculo. La música es el alma del show; es como un tren que jala todo lo demás.

“Varekai es un movimiento continuo y debemos, los músicos, estar atentos a todo lo que pase. Allá, en el escenario, todo puede suceder, en cualquier momento. Se puede perder el control y nosotros debemos reaccionar inmediatamente con la música. Puede haber notas sueltas cuando los acróbatas fallan; por eso es importante que cada músico sea talentoso y esté atento. Claro que la flautista y el violinista pueden ser los solistas de la banda, porque tienen más improvisación.

“Varekai sin música sería como ver una competencia de gimnasia sin alma. La magia del Circo del Sol es la combinación de la acrobacia y la música. Sería ver a un montón de personas brincando en el escenario. Sin música se pierde la esencia.”

Arte tras bambalinas

Integran la orquesta Brigitte Larochelle, líder y pianista, de Canadá; Denisse Dion, teclados, de Reino Unido; Paul Banneman, batería, de Canadá; Paul Lazar, violín; Damión Corideo, percusiones, de Estados Unidos; Craig Jennings, cantante, de Estados Unidos; Laurent Gaudais, bajo, de Francia; Christine Rua, en instrumentos de viento, de Estados Unidos, e Isabelle Corradi, cantante, de Canadá.

Para los artistas, todos los aplausos. Los músicos (sólo nueve de las 200 personas que hacen posible el show) se preparan para la función que sigue, que comenzará sin que el público se dé cuenta.

Varekai seguirá hasta finales de noviembre.