Opinión
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Decadencia y construcción
Y

qué le vamos hacer, aquí nos tocó vivir, exclama un personaje novelesco de Carlos Fuentes. Mientras el ambiente general del país se contamina de desánimo, pérdidas y enojos por la pésima conducción económica y política, un conjunto de mexicanos, basados en sus propias convicciones, prosigue, de manera incansable, la edificación de un nuevo partido político (Morena) y no cejan en su cometido proselitista al que aderezan con fundamentos pacíficos.

Trabajan cotidianamente y sin descanso. Van de plaza en plaza, siguiendo la ruta marcada por la más auténtica versión de una democracia moderna: esa que se hace de cara al ciudadano. Levantan, no sin contratiempos, limitantes y dolores, el partido que decidieron, por mayoría gozosa, ensamblar. Desde abajo, inmersos en ese sector insumiso, alegre y respondón, con los mínimos recursos económicos y propagandísticos, van sumando voluntarios. Siembran inquietudes que, sin duda, habrá de fructificar más temprano que tarde. Su prédica es de las que inoculan conciencias y comparten horizontes de vida en común. Simientes que ya se mueven en lo profundo de un pueblo que no se contenta con seguir vegetando a la vera de lo establecido.

Sin el respaldo de un aparato de convencimiento –entregado por entero al mejor postor–, los postulantes prosiguen su cruzada laica. Confiando en los pocos instrumentos que se arrancan a un sistema comunicacional umbilicalmente atado al poder formal, los militantes de Morena siguen empeñados en su ardua, inagotable tarea de construir una alternativa atractiva y de ánimo justiciero para bien de los mexicanos. Todos los días, por aquí y por allá, se notifica de las asambleas constitutivas llevadas a cabo con un mínimo de tres mil adherentes certificados con su credencial de elector vigente. Sumarán, cuando menos (requisito de ley) 60 mil ciudadanos dispuestos a insuflar vida a esta aspiración compartida. Después, sin duda, millones de votantes respaldarán en las urnas a los candidatos futuros de Morena. Toda una hazaña sin parangón en este brumoso México aprisionado por una élite decadente, incompetente y soberbia.

En una actualidad sojuzgada a golpes de miles de espots y una avalancha de discursos vacíos, sin cordura ni ritmo, por un oficialismo que no ata y mucho desata, empeñarse en organizar un partido político se aparece como contrapartida banal, marginal y voluntariosa. Una tarea que muchos quisieran ver condenada al fracaso, aunque, el día a día, les contradiga. No importa que la casi totalidad de los medios de comunicación hagan el vacío a los hechos y dichos que presentan los líderes de Morena, la tarea prosigue, resiste y acrecienta su audiencia e inserción en el diario acontecer del país.

Pero el ambiente, se decía, no es precisamente el propicio para emprender aventura política alguna. El empeño oficialista en hacer pasar por el Congreso una serie de reformas, mal llamadas estructurales, ha enrarecido el ánimo general. No bien se atina a distinguir el contenido de una intentona educativa que lanza a las calles multitudes opositoras, cuando, desde arriba, se desgranan proyectos adicionales. Y ahí vienen, en abigarrada fila, uno tras otro, sin orden o prioridad, carentes de acuerdos o concierto. A cual más de cortos, vagos, sujetos a una futura precisión en leyes secundarias que se escatiman y se esconden por temor a sus ríspidas disonancias con la opinión popular y los deseos mayoritarios de los ciudadanos.

Tal es el caso de la reforma energética: un amasiato de pronunciamientos generales que poco dicen, mucho esconden y menos auxilian para el debate y el análisis informado. Pero la liebre les apareció, correlona y saltadora, donde no la esperaba el Ejecutivo federal, en su miscelánea fiscal. Los posibles afectados salieron de sus cómodas madrigueras en tropel y se han lanzado en pos de cualquier pellejo de funcionario que encuentren en su ruta de reclamos. Y tal parece que lo encontraron en el ubicuo y sobrevalorado Luis Videgaray (SHCP) al que tantean, asedian, interpelan y ningunean con ferocidad relativa al mal presentido en sus haberes o al toqueteo a sus arraigados privilegios. Y, en mucho, han logrado su cometido al erosionar la frágil voluntad reformadora del grupo gobernante que vaga sin consuelo.

En medio de todo este barullo, perseverar en construir un partido, más aún si éste tiene una orientación de izquierda, de verdad que merece, al menos, un piadoso reconocimiento. Circular por un país sumido, casi asfixiado por la precariedad cotidiana no es, ni de lejos, el mejor de los ambientes para una aventura política. Pero ahí van, los morenos, armados con su intención trasformadora. Portan, con orgullo cierto, una autoridad moral que, a pesar de estar bajo asedio constante, les permite presentarse con dignidad ante sus audiencias que crecen, aunque sea a duras penas.