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La victoria de los vencidos
E

llos y sus obras fueron perseguidos en el siglo XVI. Al paso de los siglos, hoy, muy pocos podrán estar de acuerdo con quienes les persiguieron y los motivos que tuvieron para querer llevarlos a la hoguera. Como en otros países de Europa en la decimosexta centuria, en España hubo personajes que se dieron a la tarea de, primero, reformar la Iglesia católica romana, y después, cuando se convencieron de tal imposibilidad ante la franca negativa de la institución, intentaron crear una opción eclesiástica distinta.

A diferencia de otras naciones eu­ropeas, en las cuales los reformadores protestantes tuvieron ciertas condiciones favorables para confrontar el poder de la Iglesia católica, en España el contexto político les fue muy adverso. España vino a ser una especie de laboratorio de la Contrarreforma, sus reyes y príncipes se sintieron con el deber de combatir en todos los territorios bajo su dominio la que llamaban herejía protestante.

Cuando el viejo continente se convulsionaba por la disputa religiosa y política entre los bandos católico y protestante, el nuevo mundo iniciaba su incorporación forzosa a la globalización de entonces y aquí los conquistadores, plenamente identificados con una confesión religiosa, el catolicismo romano, empeñaron todas sus fuerzas en evitar la contaminación luterana.

Para los conquistadores el descubrimiento del nuevo mundo fue un acto de la Providencia, una compensación por lo perdido en Europa. Los conocidos como 12 apóstoles franciscanos que a partir de 1524, y encabezados por Martín de Valencia, se dieron a la tarea de evangelizar a los naturales, llevaron décadas después a Juan de Torquemada (también franciscano e historiador) a sintetizar en una frase el servicio prestado por aquellos misioneros: La capa de Cristo que un Martín [Lutero] hereje rasgaba, otro Martín [de Valencia], católico y santo, remendaba.

El conocimiento predominante en el hispanismo, entendido como una identidad ligada al catolicismo, ha pretendido borrar de la historia a los reformadores españoles. Éstos no solamente fueron críticos en el terreno de las ideas de la Iglesia romana y sus autoridades, sino que conformaron núcleos disidentes en lugares como Sevilla y Valladolid. Cuando sus integrantes fueron descubiertos por la Inquisición, varios de ellos y ellas terminaron sus días en la hoguera.

En Sevilla el principal centro de efervescencia protestante estaba en el monasterio de San Isidro del Campo, con los monjes jerónimos. Por distintas vías los integrantes de esta comunidad religiosa tomaron creciente distancia de las enseñanzas católicas romanas. Hicieron suyos los postulados de Juan de Valdés, a quien Marcel Bataillon (en su monumental Erasmo y España) considera uno de los más auténticos genios religioso del siglo XVI. Él y sus obras fueron objeto de persecuciones inquisitoriales. El Diálogo de doctrina cristiana (publicado por vez primera en 1529) hace proposiciones coincidentes con las de Martín Lutero.

Decenas de monjes en Sevilla tuvieron acceso a libros prohibidos por la Inquisición, llegaron a sus manos mediante el contrabando de esas obras que hacía Julián Hernández. Éste, al ser descubierto por agentes inquisitoriales, fue encarcelado y quemado en la hoguera en el auto de fe que tuvo lugar en Sevilla el 22 de diciembre de 1560. Entre los libros distribuidos por Julián Hernández estaba el Nuevo Testamento, traducido del griego al español por el exiliado Juan Pérez de Pineda.

La traducción de Pérez de Pineda fue antecedida por la de Francisco de Enzinas, realizada e impresa igualmente en el exilio y que vio la luz en 1543. Tanto los trabajos de Enzinas como los de Pérez de Pineda fueron benéficos para Casiodoro de Reina, quien, junto con otros 12 monjes jerónimos, huyó de España en 1557 para nunca más volver.

En concordancia con uno de los principios de la Reforma protestante, Casiodoro de Reina se dio a la tarea de hacer una traducción de la Biblia teniendo como base textual las lenguas originales del libro: el hebreo en el caso del Antiguo Testamento, y el griego en el del Nuevo Testamento, así como algunas expresiones en arameo en ambos. Refugiado en distintas partes de Europa, con el fin de huir de sus perseguidores inquisitoriales, Casiodoro de Reina empeñó 12 años de su vida para al fin ver el resultado, la conocida como Biblia del Oso, publicada en Basilea en 1569 por el impresor Tomás Guarino. En 1602 un compañero de monasterio de Reina, Cipriano de Valera (igualmente huido de España), publica una revisión de la Biblia del Oso, la que llegaría a ser conocida como la Biblia Reina-Valera.

Los reformadores españoles produjeron un muy considerable cuerpo de obras escritas. En el siglo XVI la gran mayoría de esos ejemplares fueron decomisados por el extenso brazo de la Inquisición. Hoy, sobre todo gracias al continuado esfuerzo del Centro de Investigación y Memoria del Protestantismo Español (CIMPE), encabezado por Emilio Monjo Bellido, es posible acercarse a esos escritos perseguidos. Cada uno de los volúmenes editados cuenta con un estudio introductorio que informa del personaje y el contexto original en el cual fue redactada su obra.

El acervo hasta el momento incluye libros de Juan de Valdés, Constantino Ponce de la Fuente, Juan Pérez de Pineda, Antonio del Corro, Casiodoro de Reina. El CIMPE anuncia la publicación, en tres volúmenes, de Protestantismo español e Inquisición en el siglo XVI, obra fundamental en el tema y originalmente escrita en alemán por E. Schäfer. Los fieramente perseguidos hoy gozan de cabal salud, entonces, al paso de los siglos, ¿de quién es la victoria cultural?