Opinión
Ver día anteriorDomingo 13 de octubre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Por qué las manifestaciones populares pierden fuerza en Brasil?
L

uego de las manifestaciones que colmaron las calles de las principales ciudades brasileñas en junio y julio, parecía que las marchas seguirían hasta que algo ocurriese. Bueno, nada concreto ocurrió, y las marchas perdieron fuerza. Al mismo tiempo se registró otro fenómeno que pasó a ocupar las atenciones: grupos que salen a las calles destrozando todo lo que esté a su alcance. Así, el impacto de manifestaciones multitudinarias se desvanece mientras empieza a predominar el rechazo de la opinión pública a la actuación de grupos cuyos propósitos nadie parece entender.

Suelen surgir en bandos de entre 100 y 200, principalmente en Río y Sao Paulo. Ropas negras, mochilas negras, máscaras negras, banderas negras y escudos de cualquier color, creados a partir de placas de publicidad o de paradas de autobús; caminan en bloque hasta que de repente se dispersan y empiezan a atacar sucursales de bancos, edificios públicos, comercios y luego lo que sea.

Son los black blocs y han comprobado su poder de llamar la atención. La gran prensa los califica de vándalos. Ellos se definen como anarquistas que luchan contra el sistema. ¿Cuál sistema? Ese que nos domina. Es decir, el capitalismo. De ahí la preferencia por los establecimientos bancarios, símbolo más visible del sistema.

En su más reciente irrupción en Río de Janeiro, el pasado lunes 7 de octubre, en poco más de dos horas atacaron 13 sucursales bancarias en el centro de la ciudad. Y, ya que de atacar al capitalismo se trata, también fueron destruidas y saqueadas tiendas de una operadora de telefonía celular, un local de McDonald’s, dos oficinas de compañías aéreas, dos bares, un restaurante, un número no contabilizado de quioscos de revistas y paradas de autobús, la cámara de concejales municipales, el teatro municipal (casa de ópera y música clásica) y, como daño colateral, porque así son las guerras, la fachada del consulado de Angola.

Era una marcha de profesores municipales y estatales, en huelga desde hace un mes contra la ausencia de una política educacional y principalmente laboral satisfactorias.

La radicalización de los sindicatos y la intransigencia de los gobiernos hacían prever una marcha tensa, pero los maestros hicieron gala del tan loado humor de los cariocas, y todo se deslizó pacíficamente hasta casi el final. Y entonces empezó la violencia, esta vez con derecho a transmisión directa por la televisión.

La actuación de los black blocs dejó de ser un fenómeno incipiente, como en las primeras manifestaciones de junio, para transformase en ingrediente indispensable en las marchas de protesta o reivindicación. La población de las grandes ciudades trata de decidirse entre seguir respaldando las manifestaciones y repudiarlas a raíz de la violencia y los actos de vandalismo.

Los black blocs no tienen liderazgo conocido, no envían mensajes a la opinión pública, no hablan con periodistas, no buscan dialogar con ninguna institución y no tienen otra organización que convocarse vía Internet.

Siguen a sus pares que actúan en otras latitudes, de Egipto a Grecia, de Estados Unidos a Turquía. No se trata de la violencia espontánea de grupos populares iracundos: dicen los que los estudian (porque ya los hay) que la violencia de los black blocs busca responder a la creciente insatisfacción global con los gobiernos y las economías de prácticamente todo el mundo.

Uno de esos estudiosos, Francis Dupuis-Déri, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Quebec, en Montreal, recuerda que las redes sociales permiten que se convoque y movilice a grupos rápidamente. La insatisfacción generalizada les abre espacio en las calles.

Los black blocs no tienen un líder o un representante para dialogar con el gobierno o las instituciones y, tanto antes como después de las manifestaciones, el grupo no existe.

Esa clase de manifestación ganó impulso en las protestas contra el capitalismo y el neoliberalismo, como en la reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en Seattle, en 1999, y en Roma, en 2001.

Los explicadores profesionales suelen encontrar respuesta para todo. Hablan de la creciente y justificada insatisfacción mundial con los gobiernos y con el sistema económico. Por cierto: la situación de los maestros municipales y estatales de Río merece toda insatisfacción posible. Pero la verdad es que la actuación de los grupos cuya dimensión es inversamente proporcional a su capacidad de violencia no hace más que vaciar la fuerza de las manifestaciones populares. Y además, abre espacio para la saña de la policía carioca que, nunca es demasiado recordar, es de las más violentas y corruptas del mundo.

Los black blocs brasileños ganaron visibilidad, por cierto. Pero han alejado parte sustancial de la opinión pública que llegó a ver, en las manifestaciones callejeras, por más difusos que fuesen sus propósitos, un espacio de crítica a la política y a las instituciones. Predomina, ahora, la imagen de la violencia por la ­violencia.