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Ver día anteriorDomingo 13 de octubre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Teresa de Olvido
P

ensé que lo más conveniente era seguir mi primer impulso y escribirte una carta, comentar a mi modo tu Teresa de Jesús, querida Olvido García Valdés.

Te habrás dado cuenta de a qué grado me impones tú que cuando nos hemos encontrado en México o en España yo apenas he dicho algo, más bien me he limitado a saludarte para de inmediato y sagazmente dedicarme a atender cuanto dices, sonriente, sí, pero con la mayor concentración posible, con miras a captar tu saber, a enriquecerme a tu costa de tu conocimiento, de tu solidez, de tu serenidad. Siempre he sentido que tú sí sabes, en comparación conmigo que puedo saber, sólo que tan a medias, que me voy por el camino de hacer observaciones ocurrentes en vez de comentarios que revelen habilidad para conjeturar más que para cimentar lo que digo.

Después de estas confesiones, fácilmente comprenderás lo difícil que me es a mí comentarte a ti ninguna lectura, y mucho menos, muchísimo menos, la que hice de tu Teresa de Jesús. Sé que no hiero tu susceptibilidad si te declaro que no me impones como poeta, pues sé que entiendes que lo digo porque, dado que yo no soy poeta, soy capaz de leer tu poesía con verdadera libertad, o entregarme a gozarla y maravillarme sin mayor enredo emocional, puedo leerla sólo admirativamente, sin asomo del embrollo existencial que provoca la incertidumbre, la travesía sobre la cuerda floja, que se posesiona de mí cuando te veo en acción en lo que en principio yo también hago, como puede ser razonar y narrar, oralmente o por escrito. Y ahora advertirás mejor por qué en cambio sí me impones como biógrafa y biógrafa de Santa Teresa, y de manera más particular todavía y más específica como la autora de la Teresa de Jesús que escribiste, que es una biografía, sin duda, y una presentación a su modo crítica a la antología de textos de Santa Teresa que seleccionaste y preparaste; biografía y estudio y lo que quieras, pero algo que sobre todo, es tu Teresa de Jesús, una biografía personal, algo que resultó otra cosa de lo que pretendió o empezó a ser, porque, sin dejar de consistir en un trabajo enteramente documentado y fundamentado, incluso erudito, se impregnó de tu escritura, de ti, de tu propia experiencia, atravesaste con tu vida la de Santa Teresa, y la fusión dio por resultado una obra literaria más ubicable en algún terreno de la narrativa que en cualquier plano de la academia. No hiciste una ficción de la realidad, pero sí trataste la realidad con las herramientas de la ficción, según define Capote, y el producto, que me fascinó y me llenó de estímulo, emoción y fuerza, querida Olvido, al mismo tiempo me impuso. Porque eso que es tu Teresa de Jesús, poético en prosa, más interpretación que erudición pura, es algo por lo que yo sí deambulo, aunque no sé si con Santa Teresa, que me impone casi tanto como tú.

Qué acertadamente, qué sugerentemente, entrelazaste citas de tus autores, Frazer, Wittgenstein, Clarice Lispector, Simone Weil, Juan Gelman. Con cuanta delicadeza entretejiste páginas de tu diario entre los capítulos de tu Santa Teresa. Puedo verte haciendo el recorrido que tu biografiada hizo al salir a fundar sus conventos, a sabiendas de que los retratos de ella que los moradores actuales exhiben (uno de ellos solamente cada cien años) a ella no le gustaban, no se gustaba a sí misma en ellos. Y te oigo reír, bajito, al leer y releer las versiones y las disquisiciones de la locura que fue repartirse su cuerpo, una mano aquí, un brazo allá, un meñique. Pero en lo que más impregnada te sé de la vida de Santa Teresa es en su desatada inclinación hacia una apasionada escritura autobiográfica. Si fue una viajera atrevida y una fundadora valiente, fue una exploradora de interioridades única, pre Freud, premonólogo interior. Si más de cuatro siglos después de ella la mujer que quiere pensar y actuar sabe que debe andarse con cuidado si ha de llegar a ninguna parte, hay que imaginar lo que fue para ella no sólo pensar y no sólo actuar, sino dejar el registro minucioso y profundo de absolutamente todo lo que exploró de su mente y su corazón, lo que transitó con su cuerpo, doliente y quebrantado. Tal vez haber perdido de pequeña a su mamá fue decisivo, o ser descendiente de judíos conversos. Pero tú diste brillo a lo más decisivo de la vida de Santa Teresa, su oficio de escritora, que ilustraste y lustraste con el tuyo.