Opinión
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Y el cadáver ¡ay! siguió viviendo
E

s el reverso de un verso de César Vallejo, y lo refiero a la vida putrefacta en que ha continuado viviendo la inmensa mayoría de la humanidad, después de la muerte de las instituciones de Bretton Woods.

El 15 de agosto de 1971 Nixon dijo en la televisión, sin ningún recato: “La fuerza de la moneda de una nación se basa en la fortaleza de la economía del país y la economía de Estados Unidos es de lejos la más fuerte en el mundo. En consecuencia, he ordenado al secretario del Tesoro que adopte las medidas necesarias para defender el dólar frente a los especuladores. He ordenado al secretario Connally que suspenda temporalmente la convertibilidad del dólar en oro u otros activos de reserva…”

Una irresponsable expansión monetaria explosiva y fraudulenta (hizo trizas la relación oro/dólar), vomitó millones para pagar las infamias del imperio en Corea y en Vietnam. Después, los bancos centrales de todas partes comenzaron a reclamar (infructuosamente) su oro.

Lo que quería decir “temporalmente…”, para Nixon y todos los presidentes gringos, lo aclaró el propio Connally en una reunión monetaria europea en 1973: El dólar es nuestro dinero, pero es su problema. Mandó así al basurero esas antiguallas de hacer honor a la firma que el Estado gringo estampó en los tratados de Bretton Woods. Una tomadura de pelo monumental al resto del mundo. Literalmente, por sus pistolas.

Si usted tenía un dólar, no sólo no le darían su oro a razón de una onza troy de oro por 35 dólares (la relación comprometida en Bretton Woods en 1944): no le darían nada (temporalmente). Una onza troy de oro equivale a 31.1 gramos. De modo que si el 14 de agosto de 1971 usted hubiera tenido un dólar, nuestros vecinos le habrían entregado a cambio un sobrecito con menos de un gramo de oro: 0.886 gramos (886 miligramos de oro); pero si la temporalidad nixoniana hubiera terminado seis años después, le habrían entregado por un dólar 0.1555 (mil quinientos cincuenta y cinco diezmilésimos de gramo) por su billetito, pues en 1977 el precio de una onza troy era de 200 dólares. En septiembre de 2011 el precio del oro alcanzó su récord, se había multiplicado casi por un factor de 55; alcanzó mil 920 dólares la onza.

Es decir, la temporalidad gringa quería decir ¡para siempre! En otras palabras, Bretton Woods murió el 15 de agosto de 1971.

Pero el cadáver ¡ay! siguió viviendo, convertido en una bestia ubicua creadora de caos, sin freno, ni dirección, ni horario, ni ojos; no duerme y tiene mil brazos espinosos que agita brutalmente y mata sin parar y un cerebro embrutecido: es el capitalismo financiero globalizado de nuestros días.

Ese monstruo tiene mil nombres, como el experimento crediticio mundial iniciado en los 70; la plena libertad del mercado global; la innovación financiera sin paralelo. Pero podría también llamarse el dominio planetario de los buitres insaciables que ocupan la cúspide del decil X del ingreso mundial.

El FMI y el Banco Mundial, miembros corpóreos del cadáver, se arrogaron funciones –también por sus pistolas– que no estaban en los tratados de Bretton Woods: bellaca arbitrariedad pura y dura.

Ninguna norma suplió a Bretton Woods. De la mano del capital financiero y las derechas políticas extremas, se convirtió en ese libérrimo y monstruoso experimento crediticio del siglo, que rige al mundo, que lo tiene sumido en una crisis global frente a la cual no hay luz al final del túnel, sino oscuridad probable para muchos decenios.

Marco Antonio Campos escribe: en términos de las reglas que a sí mismos se han dado las economías desarrolladas: “el incremento de los déficits públicos [en la zona euro] ha dado la más clara muestra del rotundo fracaso de los planes de austeridad implantados por la troika. Toda la ingeniería de estos planes estaba basada en una premisa falsa y la contundencia de este error desastroso ya está fuera de toda duda razonable. Los economistas de la troika que implantaron la austeridad vivían con el dogma que el multiplicador fiscal estaba en torno a 0.5. Este supuesto indicaba que por cada euro de ahorro en el gasto público, el producto real sólo se vería impactado en medio euro. Se pensaba que la fuerza del sector privado supliría con holgura el retiro del sector público de la economía y la haría repuntar, generando empleo a mayor velocidad de la que se destruía. Pero no ha sido así. El retiro de un euro en el gasto público ha impactado en más de un euro el producto final. Este error de la troika al subestimar los multiplicadores fiscales, como ha reconocido el economista jefe del FMI, Olivier Blanchard, le está costando una década pérdida a Europa, y tal vez a todo el mundo”.

Estados Unidos, por su parte, puede desbarrancarse por el poder del Tea Party, una informe minoría que domina al resto de los lerdos diputados republicanos que hacen mayoría en la Cámara de Representantes. Una mayoría, como ha quedado en claro, alcanzada por esta gran democracia mediante las viles trampas por las que gobernadores y congresos estatales dominados por republicanos fabricaron una redistritación electoral (en EU cada estado hace la suya), que le dio una mayoría absolutamente artificial y tramposa a los elefantes ultra­rreaccionarios del Partido Republicano.

Ambos dramas, hijos del cadáver que sigue deambulando.