Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Herman Koch:
dosificar el conflicto
Jorge Gudiño
Federico Álvarez:
Una vida. Infancia
y juventud
Adolfo Castañón
A la sombra de
la hechicera
Juan Manuel Roca
Tres poetas
Belisario Domínguez:
política con dignidad
Bernardo Bátiz V.
Una topada de
huapango arribeño
Guillermo Velázquez, el León de
Xichú y Juan Carreón, el Diablo
Zona muerta
Aris Alexandrou
Leer
Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar
Directorio
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Rogelio Guedea
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Sueño y literatura
En el sueño vivimos una realidad tal cual la vivimos en la realidad real. Incluso es tan real esta realidad del sueño que aun sabiendo que soñamos no hacemos sino constatarla: es tan real que nos sigue haciendo sudar al despertar, después de haber gozado o padecido tal cual gozamos o padecemos la realidad real, como si toda la vida fuera realmente ese sueño que tanto cantó Calderón de la Barca, y viceversa. La literatura debe aspirar a lo mismo. Cuando es verdadera, deberá angustiarnos en virtud del abismo que nos ha puesto enfrente o deberá llenarnos de felicidad ante la lluvia clara que cae sobre aquella explanada de luz interminable, de tal forma que aun cuando sepamos que lo que estamos leyendo no es la realidad real no seremos capaces de negarla, ni huir de ella como despavoridos ni aplastarla, aunque tengamos a mano una estación de tren o un martillo. La literatura y el sueño se parecen en eso: pasadizos de una realidad en la que no sabemos si dormimos o acabamos de despertar. |