Opinión
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Puntos sobre las íes

Carlos Arruza IV

N

uevos libros…

Ese sonado primer gran triunfo de los hermanos en la Perla Tapatía, les valió siete festejos más y fue entonces que el padre de los Arruza se convenció que no volverían a ningún colegio, así que adquirió cuadernos, lápices y plumas para convertirse en maestro; les daba lecciones de gramática, geografía y matemáticas, pero, poco a poco, aquellas enseñanzas se fueron convirtiendo en pláticas taurinas, entre el profesor y los alumnos, esperando los tres, ansiosos, los siguientes domingos, en los cuales hubo de todo, sobresaliendo el éxito, salpicado con uno que otro tropiezo.

De todo hubo.

+ + +

Nace una amistad.

De aquellas becerradas, guardaron cuidadosamente lo que habían cobrado para comprarle al inolvidable Frascuelillio unos trajes de luces, así como todos los avíos.

Después de Guadalajara, los contrataron para Mazatlán, Monterrey y Matamoros y en una de las paradas del ferrocarril bajaron a comprar unas tortas y escucharon un silbidito con el que se identificaban los torerillos de aquellos años y se encontraron con un joven que les pidió compartieran con él una de las tortas, lo que hicieron gustosos y cuando le preguntaron a dónde iba les dijo que a Matamoros como parte de la cuadrilla de los hermanos Arruza, llamado por el empresario de aquel coso.

Y, de ahí, pa’l real.

Ricardo Aguilar El Chico Pollo de inmediato fue adoptado por los brothers como banderillero, permaneciendo al lado de Carlos hasta el fin de su carrera taurina.

Fiel amigo.

+ + +

Don José, doña Cristina.

Iban, padre e hijos de un lado para otro y durante tres meses no pudieron volver a la capital y, cuando les era posible, llamaban a la esposa y madre que no cesaba de angustiarse y, obviamente, extrañaba sobre manera a los suyos, así que un día, se apareció en Tampico y, pláticas más, pláticas menos, algo pudieron convencerla de seguir en los toros, pero ella no quiso verlos torear.

Otra decisión.

Manolo y Carlos, en lo artístico iban de triunfo en triunfo, pero, en lo económico, muy apenitas las iban pasando, así que don José, convencido ya de que los hijos serían grandes figuras del toreo, decidió vender la sastrería, lo que dio lugar a no pocas reclamaciones de su esposa.

Foto
Carlos ArruzaFoto tomada de Internet

Carlos habló con su padre acerca de la decisión que había tomado, a lo que señor Arruza le dijo: Tengo mucha fe en ustedes y esto no es otra cosa que una inversión que habrá de rendir sus frutos ¡Qué pena que él no haya vivido para verlo!

Doña Cristina seguía con la tienda de ropa para niñas en la avenida 5 de Mayo y, cuando había necesidad, para allá iban los hermanos y, como algún día me dijo Carlos, con mucho arte y besos y abrazos, conseguíamos que nos ayudara.

¿Qué no hacen los padres para ayudar a los hijos?

¡Todo!

¿Tres o cuatro mosqueteros?

Andaban los tres Arruza por el norte y fue entonces que conocieron a matadores de bien ganada fama: Jesús Solórzano padre, Alberto Balderas, Heriberto García y Eladio Amorós a quienes habían visto torear en provincia, con ellos hablaron algunos momentos, sobre todo con Balderas, y como era ya muy tarde cuando regresaron al hotel, su padre y el maestro Solías les llamaron la atención, pero al explicarles con quiénes habían estado, desaparecieron los enojos.

Y otro de gran cartel.

Alfonso Alvírez, era un novillero que había alcanzado sonados triunfos por toda la República, cortaba orejas y rabos que era un contento y lo conocieron en Monterrey, donde había estado colosal y hasta un trofeo en disputa se había llevado. Los fratelos lo veían con admiración. Su optimismo y su aire de seguridad fascinaron a los muchachos, pero, cosas de la vida, sus triunfos fueron menos y los contratos escaseaban, pero fueron aumentando el cariño y el respeto por El Gúero –así le decían entonces– y así fue como ingresó más tarde a la cuadrilla de Carlos como el gran picador que fue y a quien se conoció como El Tarzán.

Con el paso del tiempo se reunieron con Carlos tres de sus entrañables amigos y pilares de su cuadrilla: Javier Cerrillo, Ricardo Aguilar y Alfonso Alvírez.

Todos para uno y uno para todos.

+ + +

A la dale y dale.

Cortemos, pues.

(AAB)