Opinión
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De la (irremediable) decadencia de la izquierda decimonónica
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recedida por el Movimiento Revolucionario Bolivariano 2000 (Caracas, 1992), el zapatista (Chiapas, 1994) y las pobladas contra el llamado Consenso de Washington, América Latina empezó el siglo con voz propia, identidad y procesos emancipadores sin precedentes desde su primera independencia (1791-1830).

Cabe deducir, por consiguiente, que en las izquierdas anticapitalistas subyacen pocas dudas acerca de lo afirmado. Desafortunadamente, no es así. Aturdidos entre la verdad y los hechos (dilemas que en el siglo IV atormentaban a San Agustín), menudean los intelectuales de izquierda que persisten en distorsionar los hechos, peleándose con la verdad.

Viendo que el imperio agonizaba y la creciente adhesión al cristianismo de los pueblos sojuzgados, Agustín se convirtió y resolvió el intríngulis concibiendo La Ciudad de Dios. Pues bien. Las izquierdas anticapitalistas de América Latina también fantasean con las utopías del patriarca de Hipona, aunque sin explicar cómo ni con quiénes impulsar el Advenimiento.

Bueno… a decir verdad, lo saben: desde abajo, y junto con todos los indignados que habitan en páramos, ciudades, selvas y valles de lágrimas de nuestra América. Pero en sus análisis, metodológicamente perfectos, subyacen las imperfecciones de un método que apenas consigue superar el denuncismo, las buenas ondasy el desgarre de vestiduras.

Las izquierdas que nunca ejercieron el poder son expertas en imaginarlo. El poder, para ellas, sería como el cuerpo: malévolo, impuro, sucio, traicionero. Por esto, para ingresar a los monasterios y conseguir el pase a la ciudad de Dios, la Iglesia obligaba a los cristianos rebeldes a sosegar su derecho a la crítica dándose de latigazos y musitando por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa.

Muchos fieles embisten hoy contra los gobiernos progresistas que empujan el venturoso proceso referido. Por ende, el enemigo a vencer no sería el imperialismo yanqui, sino los reacios a entrar en la Ciudad de Dios: reformistas, estatistas, caudillistas neodesarrollistas, posneoliberales, populistas (¡puaj! ya lo verán), que empiezan a ser doblegados por sus contradicciones ideológicas.

En algún artículo aludimos a la teoría del sicólogo estadunidense León Festinger (disonancia cognitiva), que en días pasados retomó el analista español Arturo Cruz en un texto llamado (con toda propiedad, y a propósito de la situación en Egipto) El suicidio de la izquierda árabe.

Cruz apunta que en Los condenados de la Tierra Fanon echó mano de dicha teoría, que dice: A veces la gente tiene una creencia fundamental muy fuerte. Cuando está frente a pruebas que van en contra de esta creencia, la nueva evidencia no puede ser aceptada. Se crearía una sensación muy incómoda, llamada disonancia cognitiva. Y debido a que es tan importante proteger esa creencia fundamental, se racionalizará, ignorará e incluso negará aquello que no encaja con la creencia fundamental.

Tratamos de ubicar, sin éxito, el párrafo en el que el gran revolucionario menciona el asunto. Cosa que tampoco es importante, pues la cita calza con la inquietud. Digo: ¿cabe pronosticar que las izquierdas anticapitalistas de América Latina también se están suicidando, y que Ludwig Wittgenstein o Emily Dickinson tenían razón, al decir: nada más difícil que no engañarse a sí mismo o mucho juicio es la más estricta locura?

Los predicadores de cualquier secta religiosa suelen ser más creíbles que la cháchara anticapitalista de las izquierdas antiprogresistas. Guardan al menos el coraje (o la fe) de hablar en público, aunque haya un solo oyente, o ninguno. En cambio, la miríada de análisis izquierdistas que esquizofrénicamente (o sea con datos ideológicamente inobjetables, pero que tergiversan los hechos) sólo circulan en los espacios académicos, o en las barricadas virtuales que los nuevos fieles llaman redes.

Les duele que los gobiernos progresistas hayan tomado las riendas de la indignación, que la rebeldía sea oficialista y protagonizada por líderes que no provienen de las extrapolaciones y lecturas marxistas maniqueas y pletóricas de buenas intenciones. Un marxismo que políticamente nunca entendieron bien, aunque ideológicamente crean haberlo asimilado. La realidad del siglo XX latinoamericano es un cementerio de heroicos camaradas caídos en combate.

¿Estaban equivocados? Honor a quien honor merece: así como los primeros cristianos, todos los que supieron luchar y morir por su fe consiguieron, a su modo y a la postre, franquear los umbrales de la ciudad de Dios.

Sin embargo, cabe también preguntarse si frente a la arrolladora bestialidad del imperio, y la consecuente necesidad de cerrar filas con los gobiernos progresistas, los dogmas y actitudes sectarias anticapitalistas (que en poco se diferencian del lenguaje confuso de sus enemigos) merecen el calificativo de revolucionarias o, siquiera, de progresistas.