Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 25 de agosto de 2013 Num: 964

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Dos estampas
Gustavo Ogarrio

Candados del amor
Vilma Fuentes

El gozo del Arcipreste
Leandro Arellano

El Rayo de La Villaloa
J. I. Barraza Verduzco

Mutis, el maestro
Mario Rey

Los trabajos de
Álvaro Mutis

Jorge Bustamante García

Mutis y Maqroll
Ricardo Bada

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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En contra de las medias verdades

Raúl Olvera Mijares


La ciudad y las leyes. Lo que hace a Grecia, 2,
Seminarios 1983-1984. La creación humana III,
FCE,
Argentina, 2012.

Asistir a los seminarios de investigación entre 1982 y 1984 que impartiera el filósofo, politólogo y psicoanalista Cornelius Castoriadis (1922-1977), los cuales versaron sobre la ciudad, la polis, y las leyes, los nomoi, en la Grecia clásica, debió haber sido un gran privilegio. Imaginar que durante dos años lectivos uno encamina los pasos a un aula con el solo propósito de escuchar y tratar de embeberse en esa antigua sabiduría meridional de un griego, nacido en Estambul, con estudios superiores en Atenas, pero desde 1945 residente en París, ciudad en la que habría de morir, no sin antes asimilarse de manera completa y definitiva a la cultura francesa… En 1949 funda la revista Socialisme ou Barbarie. Entre 1948 y 1970 se desempeña como economista. A partir de 1979 ocupa la dirección, en el departamento de Ciencias Sociales, de la École des Hautes Études.

Castoriadis no es precisamente un autor cómodo para todos aquellos que pretenden navegar bajo la bandera de la democracia pero cuyos verdaderos principios sólo velan por el interés de unos pocos, los oligoi, caracterizándose acaso a sí mismos como los mejores, los aristoi. Con denuedo y obstinación el insigne pensador social se plantea la posibilidad de “una sociedad donde todos los ciudadanos tienen una posibilidad concreta igual de participar en la legislación, el gobierno, la jurisdicción y, en definitiva, la institución de la sociedad”, es decir, el sentido de la auténtica democracia. Un texto fundamental es la Constitución de los atenienses, tal como el historiador Tucídides la atribuye a Aristóteles, ese incólume pensador que vivió en el siglo IV ac., la edad de oro, pero cuyas raíces, en clara diferencia con su extraño maestro Platón, se proyectaban hacia el pasado, el siglo V ac, una edad más cercana al inicio del pensar anterior a Sócrates.

La discusión entre democracia directa, la única real, y representativa, aquella que en términos modernos puede llevarse a la práctica o, más bien, que sirve para representar la farsa democrática, resulta espinosa. Quienes pretenden ridiculizar la democracia clásica, tal cual la vivieron los griegos en Atenas, suelen esgrimir dos patentes contradicciones: por un lado, la existencia de la esclavitud y, por otro, el grado de subordinación absoluta, de no ciudadanos, que tenían las mujeres y los menores en general. En esas ágiles charlas y discusiones al final de cada seminario, Castoriadis se empeñará en salvar todos los obstáculos, valiéndose de conceptos modernos como el de la soberanía en Rousseau, la cual reside no en el príncipe (el poder ejecutivo u órgano de gobierno), sino en el pueblo, que es de donde emanan las leyes. Acceder al pensamiento de este autor, agudo y valeroso, es un verdadero regalo, particularmente en estos tiempos que corren de tantas medias verdades e intentos de manipulación de las mentalidades.


El hoy de Juan Gelman

José Ángel Leyva


Hoy,
Juan Gelman,
Seix Barral,
Argentina, 2013.

La lectura de este libro, el más reciente de Juan Gelman, luego de la aparición de su Poesía reunida, en el FCE y en Seix Barral en Argentina y España, que incluye el que parecía su libro epigonal, El emperrado corazón amora, obliga a la pregunta ¿qué significa Hoy en el contexto de la obra gelmánica, en la andadura del poeta que fecha este poemario 2011-2012 en Ciudad de México?

La economía del título es clara y directa en sus intenciones semánticas. Tajante, el Hoy advierte al lector acerca de su situación al frente de esa construcción verbal. No sólo fija un punto de referencia en la historia y en la biografía del poeta, muestra, además, la virtud plástica de su discurso, la capacidad trasgresora de la sustancia sonora del pensamiento y las imágenes que le brotan con ímpetu juvenil. La respiración de Gelman es la misma, pero su escritura se acomoda en una suerte de prosa poética. Los cortes de ritmo y de sintaxis son parte de su decir, de su expresión compacta y lacónica. Pero hay al mismo tiempo juegos de lenguaje, posibilidades semánticas que se multiplican y se transmutan por contigüidad o continuidad de una palabra con otra, de una frase con otra. Al mismo tiempo es un diálogo con sus interlocutores, con sus lecturas. Fragmentos de conversaciones, noticias, ires y venires en el tiempo, evocaciones, conciencia de la edad y admiración por lo que nunca se acaba ni se descifra, enigma que se abre para dejar ver su oscuridad creadora, como la voz del hermano Boris que lee en su idioma materno a Pushkin, ante un Juan niño que desconoce la lengua de sus padres, pero sabe, desde su español porteño, desde su extranjería familiar, que en esa música verbal está su casa, el sentido migratorio de su voz: “El extraño sabor de la ignorancia y enfrente Ella, la que todo termina y se mece en un niño que canta.”

A sus ochenta y tres años, Gelman echa por tierra la idea de que la edad agota los veneros de la poesía, que la inconformidad se aplana y la búsqueda termina. Hoy demuestra los bríos y la insatisfacción de un hombre que no cesa de cuestionar y cultivar el “árbol sin hojas que da sombra”. Si en lo formal su escritura se hace más horizontal al tiempo que los versos se contraen y se expanden como el fuelle de un bandoneón, para cerrarle el paso a la imagen con la nota, para no divagar, en lo conceptual abre más caminos a los significados: “Vacíos del presente molestan al pasado. En la asamblea de las pérdidas, algún amor alza su llama con la humildad dichosa de lo que pudo ser. Los enemigos callan y la noche desnuda dicta maneras/ riquezas del cuerpo que soporta” (XLVII).

Hoy es un punto y aparte en la lírica gelmaniana, más por su actitud vital que por suponer un golpe de timón en esos aproximadamente trescientos poemas de factura concisa. Las ausencias están presentes en este libro que marca el final de un largo proceso de luchas y de duelo por la memoria y la justicia de su hijo y su nuera asesinados a finales de los años setenta, por los desaparecidos en general por la Junta Militar de su país. Lo dice claro a su compatriota Jorge Boccanera en una reciente entrevista: “El libro no va por el lado del dolor de la pérdida solamente, sino sobre todo por el abismo insondable del Mal que lo provoca. Un abismo inaferrable, inmedible, que viene a ser el mundo de hoy.”

No puede, cierto, desmembrarse la sentimentalidad del Gelman poeta del Gelman justiciero, pero no es difícil reconocer la intención estética de este discurso fresco, actualizado. Nada de lo que ha vivido y vive es ajeno a su poesía, por eso este Hoy pregunta por mañana: “El yo repara sus otros con fierros que sollozan […] Un espíritu extraño se persigue para saber quién es.” “En el olvido de olvidar no hay descanso”, “¿Y si el Talmud roza las barbas del abuelo? […] ¿Y si las miserias sean olvidos del futuro?


Ocaso de utopías, esplendor de brevedades

Adriana Azucena Rodríguez


Ocaso de utopías,
Javier Perucho,
Universidad Veracruzana,
México, 2013.

Los mexicanos no sabemos lidiar con el presente. Tendemos a culpar a nuestro pasado de las dificultades actuales: la Malinche nos concibió mientras era violada sistemáticamente por el invasor. Mientras que el futuro siempre es promisorio, encarnado en el próximo sexenio, partido, régimen... hasta que nos estrellamos contra el presente. La literatura ha llevado un registro puntual de ese vaivén que hoy continúa con Ocaso de utopías, un libro de ensayos y crónicas que refieren la caída de proyectos utópicos según ciertas obras y fenómenos culturales. Como advierte el autor en el ensayo que da título al libro, los intentos de llevar a buen fin una utopía son frecuentes en México, como en cualquier parte del mundo. El siglo XXI inaugura el fin de esas proyecciones y “su final llegará con la desaparición de las eras del hombre”.

Así, su lectura de Santa tiene aspecto del ocaso de la utopía urbana, de sus bajos fondos, “una derrota sentimental”, la llama Perucho. La felicidad porfiriana no se encontraría en su orden social, el núcleo familiar o la vida pública, sino en sus casas de placer y en la destrucción de ese mundo eufórico y ficticio. El ocaso tiñe su interpretación del escritor marginal Pedro F. Miret, que no obtuvo un sitio en otra utopía: la del éxito literario, de promociones, conferencias, talleres y recitales.

Quizá la obsesión de Javier Perucho por las sirenas (ha compilado ya dos antologías de minificciones sobre el personaje) sea también parte de esta nostalgia por los mundos perdidos, nostalgia compartida por Felipe Garrido, uno de los principales representantes de la minificción mexicana, desde diferentes géneros y proyectos. El autor analiza y comenta los recursos compositivos, la tradición de la brevedad anfibia y el futuro inmediato de los estudios sobre esta figura que aún invita a seguirla, dando la espalda a los horrores de tierra firme.

Otro mito visitado es el norte, una utopía más que inicia con la búsqueda de la fuente de la juventud de Cabeza de Vaca y termina con el infierno de la migración, cuya literatura ha desembocado en dos cauces: el testimonio y la ficción. De Eduardo Antonio Parra, el autor destaca su múltiple vocación fronteriza: geográfica, oficiosa, temática (la violencia entrañable, los habitantes de la noche, la violencia doméstica, los arquetipos, los burdeles). Para lograr una serie de personajes que son, en opinión de Perucho, un cúmulo de personalidades fronterizas. En esta región se ubica otro autor del otro lado: José Antonio Villareal, autor de la novela estadunidense Pocho en español. El comentario es contundente: la literatura chicana es una vertiente de la estadunidense.

Cómo no iba a ser así si, como registra en su crónica-ensayo “El sufragio de Ulises”, México devuelve ingratitud a sus nuevos Odiseos negándoles un derecho elemental: el sufragio, cuya imposibilidad se mantiene entre los llamados ilegales.

Una vez más, el autor se ocupa del microrrelato, tema al que Perucho ha dedicado lo mejor de su prosa. Aquí revisa sus géneros cercanos: la adivinanza, el chiste, la fábula, el aforismo, la viñeta, la estampa y la anécdota. Con esto se desvanece la utopía de los géneros, la posibilidad de una ciudad literaria con límites inamovibles. Su recorrido por la historia del microrrelato hispanoamericano termina en el punto que obsesiona al autor: el norte, “horizonte de la joven literatura mexicana”. En cuanto al aforismo, el autor hace recuento de antologías y carencias, para proponer una nueva etapa de linderos y redefiniciones. El aforismo, a pesar de su sabiduría, carece del éxito que supone la crítica y la teorización y la historización; en cambio, florece entre las plumas más influyentes del siglo XX mexicano y en su tradición oral; expulsado del ámbito universitario, el aforismo se redime en voces recientes, desde blogs y otros medios electrónicos. Argumento, definición, empirismo: “es el género de la madurez literaria”. Lo demás es decálogo... para una política de la nanoliteratura, género de brevedades que también resulta utópico pues su esencia es difuminar fronteras.

Ocaso de utopías, en fin, se embarca en pasiones incitantes: la literatura mexicana de cierta marginalidad, las fronteras y las utopías que nos hablan de nuestro complejo sitio, el de los mexicanos, en los territorios del tiempo, la historia y la identidad.



Diario sin fechas de Charles B. Waite,
Francisco Hernández,
Almadía,
México, 2013.


Mal de Graves,
Francisco Hernández,
Almadía,
México, 2013.

No de ahora, sino desde hace ya varios años y libros, el querido poeta veracruzano se encuentra en pleno dominio de sus muchos recursos idiomáticos, estilísticos, estructurales y, en suma, poéticos, a partir de los cuales continúa engrosando el corpus de una obra definitiva e incuestionablemente fundamental para calibrar, en más de un sentido, el estado actual de la poesía mexicana. Desde tal perspectiva, y según como sea enfocado, de nuestra poesía puede afirmarse que goza de cabal salud, y más: que propone, profundiza, enriquece, cuestiona y aporta. Eso es lo primero que se desprende de la lectura de estos dos volúmenes, prácticamente simultáneos, que la muy prolífica editorial Almadía le ha publicado al no menos prolífico doppelganger de Mardonio Sinta.

En el primer caso, el Diario sin fechas…, Hernández ha conjuntado en un solo libro dos de sus mejores y más conocidas estrategias escriturales: por un lado la confección de ese conjunto de textos, al mismo tiempo dispersos y reveladores, en los que suele consistir un diario –como su Diario invento–, y por otro la referencia/glosa/descripción alegórica de una imagen.

En el segundo caso, el Mal de Graves, Hernández acude también a un recurso suyo de probada eficacia, consistente en darle la voz a un personaje real que, al hablar con la palabra que le da el poeta, asume una realidad otra, ficticia en el sentido literario, pero realísima en el sentido psicológico y conceptual –como en Moneda de tres caras, por citar sólo un ejemplo.

La poesía de Francisco Hernández, merecidamente ganador de todos los premios literarios de verdad importantes que se otorgan en nuestro país, resuena aquí con toda su sonoridad y habla, como desde hace ya varios años y libros –dígase de nuevo para que no se soslaye–, de una particular forma de la angustia vital que, en su alta paradoja, no se encuentra desprovista de belleza.



Toda la sangre,
Bernardo Esquinca,
Almadía,
México, 2013.

Es como si a Ixca Cienfuegos lo hubieran metido a una cámara del tiempo para traerlo al siglo XXI, le hubieran hecho un intenso lavado de cerebro para quitarle la conciencia de sí y de su tiempo, y lo hubieran puesto a desempeñar el papel de “malo” en algo desagradablemente parecido a un bestseller, un poco al estilo del Código Da Vinci: llenecito de intrigas más bien superficiales, coprotagonistas guapetonas que siempre están a punto de darlas pero acaban por no hacerlo, protagonistas perspicaces que no se dan cuenta de lo que no deben darse cuenta para que la trama pueda seguir y el libro no se acabe antes de que sean alcanzadas unas cien páginas… y, claro está en estos casos, esa atmósfera de grandilocuencia argumental que consiste, invariablemente, en insertar personajes oscuros pero poderosísimos, por fuerza vinculados con altísimas esferas del poder, de modo tal que, según esto, el mundo siempre está por caerse y si no se cae es gracias a los actos desconocidamente heroicos que llevan a cabo los seres ficticios a los que uno va siguiendo en sus peripecias. Uno se queda pensando, luego de leer novelas como Toda la sangre, en que si de este modo luce o así es, en el fondo, la buena literatura –o cuando menos la literatura eficaz–, más valdría prescindir de leerla, ya que jamás dejará de haber quien sea incapaz de prescindir de escribirla.



Los pájaros amarillos,
Kevin Powers,
Sexto Piso,
España, 2013.

Traducida por Jesús Gómez Gutiérrez, esta es la primera novela de Powers, ex soldado estadunidense y ex combatiente en la guerra de Irak en 2004 y 2005. Con ella fue finalista del National Book Award en Estados Unidos y obtuvo el Primer Premio del Libro que otorga el diario The Guardian. El suyo es un relato razonablemente crudo, aceptablemente verosímil, de los horrores vividos en carne propia por el autor, en los territorios invadidos y ocupados por el gobierno y el ejército de su país natal. Contada en primera persona la historia no alcanza, sin embargo, el registro de las causas últimas, las verdaderas, por las cuales Bartle, el narrador, y su joven compañero Murphy, están adquiriendo las experiencias necesarias para, más tarde, padecer sin remedio el también conocido como síndrome de Vietnam: una psique afectada hasta el tuétano por la barbarie atestiguada y, peor aún, por la perpetrada por mano propia.

No obstante, la novela se halla bastante alejada de una imposible imparcialidad, que la habría baldado irremediablemente.