Opinión
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Puntos sobre las íes

Carlos Arruza III

M

ás y mejor.

Tras del sonado triunfo de Manolo y Carlos, tuvieron en su padre un casi aliado, en tanto que a doña Cristina no la calentaba ni el sol, temiendo siempre por sus hijos que no pensaban más que en torear.

Y vino la oportunidad.

Por aquel entonces Javier Cerrillo –quien años más tarde sería uno de los más leales amigos de Carlos y el peón de todas sus confianzas– era ya matador de toros y organizó un festejo en Tula, Hidalgo, programando a una torera apodada La Finita y a los Arruza los acomodó con aquella.

Pese a su inexperiencia, los fratelos se dieron gusto con los garapullos y luciéndose en varios quites, sólo que, a la hora de pagar, Cerrillo dio a cada uno dos pesos con cincuenta centavos, lo que a Carlos y a Manolo les pareció una fortuna, pues fue esa la primera lana que recibían por sus desempeños taurinos.

Y, tal y como apuntamos líneas arriba, vino el primer festejo vestidos ya de luces.

Fue el 14 de noviembre de 1934, en la plaza Vista Alegre, con novillos de Zacatepec, para Pepe Estrada y los Arruza. Estrada, poco antes del festejo, fue herido y por ello fue sustituido por Alfonso Ramírez El Calesero.

En casa, los dos se vistieron desde las 12 horas, mientras su madre tenía un fuerte disgusto con don José y tan así las cosas que los hermanos a punto estuvieron de irse al sorteo, pero, en fin, las aguas algo se aquietaron y a la plaza se fueron y por el camino iban los dos diciendo hoy vamos torear así y vamos a hacer esto otro, con sus respectivas cabezas llenas de planes e ilusiones. Y del padre y del maestro ¿qué decir? No hablaban de tan asustados que estaban.

Esa tarde, todo lo que en sus sueños e ilusiones acariciaron se hizo realidad, saliendo ambos en hombros y fueron de tal calibre las aclamaciones que los dos chavales no paraban de llorar.

Esa noche, no durmieron comprendiendo que eso había sido sólo un principio, sí, –pero ¡qué principio!– y al día siguiente, cuando sus compañeros de clases los felicitaban sin cesar, lo único que los Arruza deseaban era volver a vestir de luces.

Y volvieron.

El domingo siguiente repitieron en Vista Alegre, alternando con Tanis Estrada, hermano de Juan, y si bien Carlos estuvo formidable con banderillas, capote y muleta, no así con la espada, por lo que se pasó semanas y días ensayando la suerte suprema con un aparato que había diseñado el maestro Solís.

Y a Morelia se fueron.

Viaje por ferrocarril, donde seguramente Carlos debe haber pensado en sus infantiles afanes de ser maquinista. Al llegar, nadie los esperaba y al día siguiente, vestidos de corto (de lujo habrá sido con un papá sastre) se fueron a recorrer la ciudad, pero no hubo ni quien los pelara, pero, en fin, se dio el festejo, volvieron a arrollar pero, de nueva cuenta, Carlos se puso pesao con el acero en tanto que su hermano derrumbaba a sus enemigos de certeros estoconazos.

Y ya sonaban

+ + +

Una gran sorpresa.

El apellido Arruza subía como la espuma y grande fue su sorpresa cuando al regresar a México se enteraron que la empresa de El Toreo había comprado una novillada grande y fuerte de Ajuluapan y anunció que el desencajonamiento sería por la mañana y que, a continuación, Manolo y Carlos matarían un becerro cada uno.

Estaba ya preparada una gira de los brothers por plazas de provincia, comenzando por Guadalajara, por lo que la mañana esa en El Toreo, más que torear se cuidaron, no fuera a ser que todo se echara a perder.

Para La Perla salió toda la escuela del maestro Solís, con la idea de que los demás alumnos torearan en calidad de peones de los hermanos, dado que en aquellos años no había uniones, que prohibieran sus actuaciones ni cosa por el estilo.

De nuevo, el delirio.

Los dos hermanos cortaron sendas orejas y con qué emoción recordaba Carlos aquel trofeo: no podía hablar, no entendía lo que sus compañeros de clases le decían y, eso sí, recordaba que esa oreja se la dio a su papá, que henchido de orgullo estaba.

Por partida doble.

Y hubo más más.

La apoteosis de ese primer domingo en La Perla Tapatía les valió un contrato por siete fechas más.

+ + +.

Que nos corren.

Ya continuaremos.

(AAB)

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