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A la mitad del foro

De poderes en fuga

H

icieron falta la alternancia y caída de la arcaica derecha para que volviera a resonar en Palacio Nacional y hacerse eco en todo el país: La rectoría del Estado mexicano. Volvieron a Los Pinos los herederos de los herederos de una revolución que se acomodó a los usos de los ricos, hacendados, mineros, mercaderes y prestamistas que multiplicaron su dinero cuando vino el remolino y nos alevantó. Los caudillos murieron en combate o asesinados en la lucha por el poder. Los ricos volvieron a México, casaron con la clase política de los de abajo y murieron en la cama, con la bendición del cura y la certificación de algún notario.

Llegó la era de las instituciones, diría Plutarco Elías Calles en 1929. Obreros, campesinos y soldados integraron la clase política del cardenismo que encendió el fuego social de la revolución que devoraba a sus hijos. Se acabaron los caudillos. Se multiplicaron los caciques. Y las fortunas del porfiriato fueron semillero de la riqueza financiera que florecería en menos de medio siglo. De una sola mata, la de Maximino Ávila Camacho, surgiría el jardín de las delicias. Más de 10 de los grandes capitales finiseculares provienen de la audacia y codicia del teziuteco a cuyo hermano Manuel llamaban El presidente caballero. Era de a caballo, jugador de polo y daría paso al primer relevo generacional, el arribo de Miguel Alemán al poder.

Lázaro Cárdenas se convertiría en conciencia itinerante de la revolución que degeneró en gobierno; de la clase política que salió de las aulas universitarias y logró el oximorón de la revolución institucional. En esos años dichosos impusieron el mandamiento que haría de la clase política socia o sirviente de los dueños del dinero: Primero hay que crear riqueza y después distribuirla. Oráculos de la globalidad. Paso a paso, el sistema métrico sexenal indicaría quién y dónde dictaba el cómo y cuánto del reparto; del gasto público y la creación de riqueza que, fatalmente, se concentraría en cada vez menos manos. La pobreza se multiplicaba en espera de la distribución equitativa, en algo de la justicia social que todavía era pregón de la clase política que se resistía a servir de mozo de estribo de los que partían y repartían el pastel del milagro mexicano.

Los ricos del tránsito rural a urbano consolidaban la fuerza auténtica. No son los colaboradores o asesores de Enrique Peña Nieto los únicos en acogerse a la figura del general Lázaro Cárdenas, al petróleo nacionalizado tras la expropiación del 18 de marzo de 1938. En 1982 se hundiría México y José López Portillo expropió la banca privada. Último recurso de quien pidió perdón a los pobres y se autonombró último Presidente de la Revolución. La clase política, la que ya era, creyó tener margen de maniobra para imponerse a la oligarquía a la que había servido cinco años y 10 meses del sexenio. A Miguel de la Madrid, conservador de cepa, heredó una red llena de agujeros. Los bancos volvieron a manos del capital privado. Y el de Colima a duras penas logró que el país no se (le) desbaratara entre las manos.

Carlos Salinas abrió las espuertas; hizo la apertura comercial, económica, y se sirvió del viejo sistema político para desmantelar una a una las instituciones erigidas por el poder constituido del Estado mexicano moderno. Sin excluir las del hilo conductor de la reforma. Las decisiones, los dictados de la economía, el reparto de beneficios por la vía fiscal y el empleo no se tomaban en el Congreso: un consejo de notables, personeros de la cúpula empresarial: el icónico líder obrero Fidel Velázquez; el secretario del Trabajo, Arsenio Farell, y el de Hacienda, Pedro Aspe, resolvían el curso de la economía, que es decir de la política, bajo la mirada vigilante de Carlos Salinas de Gortari. Nunca fuera presidente de nadie tan bien servido.

Los reformistas cambiaron de rumbo y firmaron el Tratado de Libre Comercio con George Bush, padre. Así como el artículo 27 constitucional, con el afán iluso de atraer capital a las tierras áridas y sin entender que los campesinos se aferrarían a la tenencia social de la tierra, a su razón de ser, de sobrevivir. Todavía estaba lejos la hora del nomadismo rural que en China mudaría a 60 millones del campo a las ciudades. Y no vino ni un dólar a las mixtecas poblana y oaxaqueña, ni al altiplano potosino, o del sur de Nuevo León. Llegó la rebelión de año nuevo en Chiapas. Y en Tijuana asesinaron a Luis Donaldo Colosio. Se hundió el navío salinista con todo y la reforma que acabaría con la separación Iglesia-Estado bajo el influjo de Karol Wojtyla, el polaco de la guerra fría, el de la voluntad inquebrantable de poder. Férrea voluntad, más allá del alcance de la tecnocracia a la que Salinas quiso hacer instrumento del poder político.

Ernesto Zedillo ni siquiera fingió interesarse en la clase política, en lo que distingue voluntad de poder y vocación de funcionario. Creía, como los ricos a cuyo servicio empezó y siguió a lo largo de su mandato, que la iniciativa privada podía hacer todo mejor que el gobierno; que la política es corrupción, sin reconocer que necesita la complicidad del capital privado. Zedillo despreciaba a los políticos y a la política; a los periodistas y no a los dueños de los medios. Austeridad a insana distancia que entregó los bancos al capital extranjero y dejó a México sin sistema propio. Vendió los ferrocarriles y nos llevó el tren de la transición en presente continuo. Vicente Fox y Felipe Calderón fueron la plaga que asoló a México durante 12 años.

El primero de diciembre de 2012 Enrique Peña Nieto habló en Palacio Nacional de recuperar la rectoría estatal. En educación, telecomunicaciones, hacienda pública y lo fiscal; no dejar la toma de decisiones en la distribución de la riqueza nacional en manos de la pequeña oligarquía y su enorme acumulación de riqueza. Capital que es poder en fuga: 20 millones de dólares en los recientes días. Ante la ingobernabilidad del caos anarquizante, la prepotencia patronal, la disminución de la estatura y presencia de la clase política, se aprobó la reforma constitucional educativa. Llegó la hora de debatir la reforma energética. Hay tres propuestas: del PAN, del PRD y del Poder Ejecutivo.

Hay tema para un debate parlamentario serio en el que los partidos postulen y defiendan sus ideas. Para llegar al voto, a la decisión de la mayoría, clave de la democracia formal que tanto invocaban en tiempos del priato tardío. En la propuesta del PRD, en las palabras de Cuauhtémoc Cárdenas, hay margen para el acuerdo: reformar el artículo 27 sería intrascendente; el 28 constitucional, no: equivaldría a ceder el control de las áreas estratégicas; anularía la función de Pemex, llevaría a su desaparición. ¿No se vende ni se privatiza? Luego no hay que arriesgar su existencia misma.

En los detalles está el diablo. Las huestes de la CNTE tomaron la capital de la República; sitiaron San Lázaro y el Senado. Hay diálogo, pero escala el conflicto. El acceso al aeropuerto es bloqueado. Los poderes en fuga esperan el primer día del periodo ordinario para votar y aprobar la ley que contiene y define la evaluación. A las puertas de Bucareli, la CNTE declara que seguirá en resistencia pacífica mientras no atiendan su demanda: derogar la reforma al artículo tercero constitucional.

Sin ley no hay libertad. Ante la parálisis económica se diluye el tejido social. Sin acuerdo de la indecisa clase política, no habrá rectoría del Estado: el dinero dictará el rumbo de nuestra marcha de la locura.