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Miguel Ángel Domínguez es uno de los prospectos de las artes plásticas en Zacatecas

Los que no tenemos poder somos unos niños; frente al abuso, sólo vemos

Después de su sueño americano, el joven regresó a su natal Fresnillo y la pintura cambió su vida

Con su obra denuncia la injusticia y la pobreza

Quiero plasmar la voz de un pueblo

Corresponsal
Periódico La Jornada
Domingo 25 de agosto de 2013, p. 6

Zacatecas, Zac.

Con apenas 13 años de edad decidió abandonar su natal Fresnillo para emigrar a Estados Unidos y realizar sus sueños en la supuesta tierra de las oportunidades. Se fue como casi todos lo hacen aquí: sin papeles, de espalda mojada.

Cruzó tres veces el río Bravo y en las dos primeras ocasiones fue capturado y deportado por la patrulla fronteriza. Su tercera incursión fue la vencida, llegó muy cerca de Chicago.

De tez morena, delgado y bajito de estatura, Miguel Ángel Domínguez Manríquez era casi un niño cuando logró conseguir emplearse. Trabajé en todo, enfatiza. Eso lo llevó a involucrarse con pandilleros y muy pronto, a los 15 años, cayó por primera vez en la cárcel.

La policía me detuvo porque andaba en un carro robado. Yo no lo robé, pero me agarraron dentro de él, y yo era el más chico de todos los que andábamos ahí; y sólo a mí me detuvieron. ¡No corrí bien!

Permaneció recluido un tiempo, antes de salir de la correccional. Pero esa experiencia no lo hizo reflexionar. En 2004 de nuevo fue detenido por la policía y llevado a la cárcel del condado, por portación de armas de fuego, sin permiso. Sus sueños se habían convertido en pesadillas.

Tras cumplir su condena, en 2005 decidió visitar a sus padres y regresó a Fresnillo, de vacaciones. No sabía que sería para quedarse en México y convertirse en uno de los nuevos prospectos de las artes plásticas en Zacatecas, pues hace pintura, grabado y diseño digital.

Por reflejar la cotidianidad

Domínguez Manríquez tiene hoy 26 años y tres de haberse iniciado de manera formal como pintor; expone su obra en galerías locales, junto con otros jóvenes –mujeres y hombres– que buscan un espacio en el saturado mundo de las artes plásticas.

En 2007 ingresó al taller El Sótano, en Fresnillo, que coordina José Manuel Salas, artista abstracto, quien lo ha asesorado en el uso de materiales y técnicas de grabado. También, dice, ha aprendido del pintor Omar Lemus, quien lo ha respaldado para difundir su obra.

En uno de sus cuadros, realizado con una técnica experimental, dice él, elaborado con recortes de periódicos, pintura acrílica y asfalto, aparece un policía cacheando a un joven contra la pared, en la vía pública, y en el acto, el gendarme está sacándole al detenido unos billetes de la bolsa trasera del pantalón. Una escena común, sí, pero pocas veces registrada por un pintor.

En entrevista con La Jornada Miguel Ángel Domínguez, quien viste y se peina al estilo de los migrantes chicanos, no deja de reconocer con humildad su paso por Estados Unidos, aventura que lo marcó, dice, para saber qué es lo que desea.

Foto
Miguel Ángel Domínguez durante su quehacer creativoFoto Alfredo Valadez

“He tenido que pasar por muchas cosas y gracias a eso tampoco me atrevo a juzgar tan fríamente a las personas… sales de tu casa y no sabes qué amigos te vas a encontrar. No sabes quién te va a educar en la escuela”.

Ahora, narra, ha optado por dedicarse a las artes plásticas, como pintor figurativo, y mediante su obra denunciar, reflejar aspectos de la cotidianidad relacionados con la injusticia, la pobreza y las dificultades de las personas.

En mi taller, en mi casa, comienzo a trabajar en el lienzo, y a descubrir que hay algo más que decir, no sólo hablar de mí, de lo que siento o quiero. Esto no es nada más un placer o una terapia para escaparme, como lo veía antes, sino todo lo contrario: busco profundizar más. No sólo es mi voz la que está plasmada en los lienzos, yo lo quiero ver como la voz de un pueblo, de una nación.

Metáfora de la realidad

Miguel Ángel Domínguez plantea que México, hoy, es un país donde ser joven y pobre es casi sinónimo de ser delincuente, por el mero hecho de estar en la calle, y ese cuadro surgió de una experiencia personal, dice.

“Recuerdo que una ocasión los policías me detuvieron en la calle y sin decirme nada comenzaron a revisarme. Yo traía 50 pesos en la cartera. Cuando terminaron de esculcarme no me encontraron nada ilegal y me dijeron ‘ya vete’, pero cuando revisé la cartera, vi que faltaba mi dinero y les reclamé. De inmediato me advirtieron ‘si nos estás acusando de ladrones, te vamos a llevar con nosotros a la comandancia, para que lo pruebes’.

“Me sentí como un niño, porque nada puedes hacer contra estos ‘gigantes’ –ironiza–, y este cuadro es una metáfora, porque así somos los que no tenemos poder: unos niños que nomás nos quedamos viendo; ante el abuso nada podemos hacer.”

Respecto de los temas de su obra, donde aparecen migrantes cruzando el Bravo, niños y niñas involucrados en el crimen organizado, el cuerpo de un hombre descarnado sobre una banqueta o las dunas del desierto de Arizona por donde cruzan los indocumentados, refiere que los quiere plasmar.

Aunque, aclara, al pintar sobre asuntos del crimen organizado no quiere hacer apología del delito, pero tampoco juzga a los involucrados en ese mundo.

Hablando de los delincuentes más despreciables, no apoyo lo que hacen; tampoco me atrevo a juzgar su persona, porque quién sabe ellos qué educación recibieron. Afortunadamente tuve unos padres que estuvieron conmigo en las peores, y en una de esas tuve que entender, y mi vida tomó un rumbo más apropiado.