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Ver día anteriorViernes 23 de agosto de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Mubarak, libre en un Egipto a su medida
¿M

ubarak quedará libre? Por absurda que parezca, su libertad estaría en consonancia con la demencial tragedia que vive Egipto. Lo que parecía imposible en los días siguientes a la revolución de 2011 –cientos de masacrados por la seguridad del Estado, cadetes de policía asesinados por hombre armados del desierto, Mubarak fuera de prisión– ha adquirido una especie de normalidad.

En las calles de El Cairo han aparecido ahora miles de grandes fotografías a color de Barack Obama con la barba de Osama Bin Laden pegada al mentón y un signo de oración musulmana en la frente. Y a la derecha de Obama está ese guapo general, Abdel Fatah Sisi, ministro de Defensa, viceprimer ministro y jefe del ejército egipcio.

No hay duda, pues, de quiénes son los chicos buenos y quiénes los malos. Los tres canales de televisión del gobierno muestran las 24 horas una leyenda en la parte superior izquierda: Egipto combate al terrorismo. Y al parecer los televidentes se inclinan a creerlo.

El cobarde asesinato de los 25 policías en el Sinaí y sus dignos funerales militares, esta semana, casi sacaron de las primeras planas la matanza de 36 prisioneros contra quienes no se había presentado cargo alguno y que eran transportados por agentes de seguridad del Estado en un camión de la policía en el delta del Nilo. Al Ahram mostró media plana de fotografías de esos jóvenes y una imagen a color de sus cuerpos, colocados en fila, después que sus asesinos los dejaron. Se le podría tomar por una imagen de policías iraquíes muertos o de víctimas de la guerra civil siria.

En un informe publicado este jueves, Human Rights Watch dice que puede confirmar que 37 iglesias cristianas han sido dañadas en todo Egipto. En Minya, por ejemplo, simpatizantes de la Hermandad Musulmana dejaron sus plantones luego que les llegaron noticias de las matanzas de hace una semana en la mezquita de Rabaa Adawiya, en El Cairo, y de inmediato atacaron estaciones de policía e instituciones cristianas. Entre éstas figura una casa flotante del Nilo en la que dos hombres, uno de ellos musulmán, fueron quemados vivos. En total, organizaciones no gubernamentales extranjeras creen que 121 hombres perecieron a tiros el viernes en la plaza Ramsés y que la policía abrió fuego de ametralladora contra la multitud, guiándose por cámaras de televisión adosadas a sus vehículos.

En el mundo patas arriba en el que todos en este país parecen condenados a vivir, algunos coptos del alto Egipto no culpan de la destrucción de su templo a los musulmanes, sino al presidente Obama. Un rumor común es que Obama tiene un hermano musulmán y que por esa razón Estados Unidos supuestamente apoyaba a la Hermandad.

Periodistas egipcios que encuentro en las calles de El Cairo se quejan de que ya no pueden escribir con libertad, aunque –para equilibrar el libro de acusaciones– se debe recordar que más escritores fueron perseguidos en el gobierno de Mohamed Mursi que en los anteriores 185 años de historia egipcia.

Entre las pocas voces de sensatez periodística ha estado Emad Eddin Hussein, del diario Al-Shorouk. Al escribir sobre los 36 prisioneros asesinados en el camión de la policía la semana pasada, señala: Tal vez la Hermandad Musulmana cometió muchos crímenes y lavó el cerebro a muchos civiles, pero eso no justifica matar a sus militantes. El gobierno egipcio tiene que garantizar la eficiencia de sus oficiales de policía, algunos de los cuales actuaron con agresividad hacia los partidarios de la Hermandad en los días pasados.

Eso es expresarlo con moderación. Los chicos de la seguridad del estado han vuelto a toda su crueldad de tiempos de Mubarak, ayudados –como en 2011– por los esbirros a sueldo y ex presidiarios que solían atacar a los manifestantes con barras de hierro. Así pues, Mubarak sale de los lóbregos confines de la prisión de Tora –donde también están encerrados sus enemigos de la Hermandad– hacia un Egipto que le parecerá levemente familiar.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya