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¿La Fiesta en Paz?

Serio encierro de Pierdas Negras y el arte de Pizarro y Jerónimo protagonizan gran tarde en Santa Ana Chiautempan

C

uando la inventiva del país se despeña por la proliferación de ordinarios centros comerciales, violencia televisiva e infructuoso –y sospechoso– combate contra la verdadera, bueno es poner los ojos en aquellas expresiones que aún no han sido absorbidas del todo por los dueños del pensamiento único y que ya se sueñan propietarios del planeta.

Ante esta barbarie, los protectores de mascotas ni sufren ni se acongojan sino que, obsesivos y desinformados pero puntualmente subsidiados, enfocan sus baterías en contra de la tradición taurina de México, condolidos porque unos hombres vestidos de luces matan a estoque reses de lidia, mientras los indefensos hogares son seducidos por la televisión y su idiotizante contenido.

A este secuestro de la inteligencia a escala planetaria no podía sustraerse nuestro país ni su fiesta brava, hace décadas en manos de los empresarios más adinerados que ha conocido el espectáculo en toda su historia, pero sin la suficiente sensibilidad ni rigor de resultados para traducir sus alegres inversiones en un posicionamiento sólido de la fiesta mediante una sencilla fórmula: toros bravos con edad y trapío para toreros nacionales interesantes y competitivos.

La pobre oferta de espectáculo de estos multimillonarios promotores descartó esta probada fórmula y prefirieron echarse en brazos de las figuras importadas que aquí enfrentan toros con kilos pero sin el trapío y comportamiento que da la edad, gracias a inconfesables acuerdos entre empresas y autoridades y a unos criterios de compra de ganado que anteponen el ahorro a la verdad del toreo.

Afortunadamente la rica tradición taurina del país no se reduce a la Plaza México ni a Aguascalientes y otras ferias de relumbrón, dependientes todas de las figuras extranjeras, por lo que algunos empresarios y municipios mantienen la convicción de apostar por una calidad taurina mexicana, con toros auténticos y toreros intensos con los cuales dar un espectáculo emocionante antes que divertido y predecible.

Santa Ana Chiautempan, en el estado de Tlaxcala, conocida desde 1539 como La cuna del sarape, se ha caracterizado hace varios años por un taurinismo comprometido con los valores intemporales de la fiesta, es decir, toros, no su aproximación, toreros bien dispuestos y respeto por el público, lo que la ha acreditado como bastión torista no sólo en el estado, sino en el resto de la República.

No podía ser de otro modo, pues Santa Ana vio nacer, entre muchos otros, a personajes como Jesús Arriaga, apodado Chucho el Roto, o a pintores de la talla de José Agustín Arrieta y Armando Ahuatzin, que sin complejos han plasmado en sus telas un mexicanismo con encanto y grandeza.

En la corrida celebrada el sábado 27 de julio, salieron cuatro toros del hierro tlaxcalteca de Piedras Negras ejemplarmente presentados para los diestros Federico Pizarro y Jerónimo. Se dice pronto, pero fue una tarde de importante, intemporal torería.

Sin alharaca, con voluntad de hacer bien las cosas, el ayuntamiento de Santa Ana que encabeza Ángel Meneses Barbosa, el entusiasmo del presidente del Patronato, Jesús Guarneros, la seriedad del juez de plaza Manuel Ruiz y la coordinación taurina de Antonio Moreno Durán, hicieron posible lo que para otros ya se volvió ciencia.

Trapío no es exceso de kilos, sino reses con cara, que a sus astas desarrolladas e igualadas corresponda una anatomía armoniosa, estética por sus proporciones, no por su volumen y cuya presencia y comportamiento, además, obliguen a guardar silencio en el tendido. Y trapío y una lidia emocionante tuvieron los piedrenegrinos, que en promedio pesaron sólo 479 kilos, recargando todos en varas hasta en dos ocasiones.

Federico Pizarro, con madurez, solvencia e inspiración, estuvo muy bien en su lote. A su primero lo recibió con lances rodilla en tierra, quitó por navarras y consiguió buenas tandas por ambos lados sobresaliendo las del izquierdo. Dejó media en lo alto y saludó en el tercio. A su segundo, cómodo de cabeza y hondo, lo llevó por suaves muletazos a los medios, donde estructuró una hermosa faena con la diestra a un toro muy claro y repetidor. Cobró un gran volapié. El juez premió con vuelta a los restos del noble astado y Pizarro con las orejas dio dos vueltas, una con el ganadero Marco Antonio González.

Jerónimo, con el corazón expandido y el sentimiento intacto, ejecutó unas verónicas de lujo con su primero, muy alto de agujas, y dio templados derechazos a uno que terminó con la cara a media altura. Tras pinchazo y media salió al tercio. Y con el que cerró plaza, un bello cárdeno claro y rabilargo, intensas verónicas de la casa, doblones toreros, y un lírico trasteo de cadenciosos muletazos por ambos lados a un burel con calidad y transmisión. Si no lo pincha… Enhorabuena, Santa Ana Chiautempan, por esta reiterada actitud de un taurinismo sin pretextos. Lo demás son cuentos.