Opinión
Ver día anteriorViernes 26 de julio de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Mujer caramelo de albaricoque…
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afael Alberti aún brilla esplendoroso en el ruedo de una plaza de toros española o mexicana. Brilla en una tarde llena de toros negros a los que canta su poesía en medio del redondel. Los aficionados al cante torero lo contemplamos absortos, sin poderle gritar ole. Tiene belleza y misteriosas ondulaciones como pases naturales en los timbres musicales de su voz. Los remates de sus versos son lo más bello, más hondo y más torero de la poesía lírica.

Hace 80 años Federico García Lorca escribió Juego y teoría del duende. La semana pasada comentaba dicho escrito en estas páginas. Hoy me quiero ocupar de la contraparte representada por Rafael Alberti: algunos críticos sostienen –González Climent, Poesía flamenca, Madrid– que Alberti no tenía duende, sino ángel. El temperamento lírico del poeta del Puerto de Santa María no puede concentrarse, no puede andar como el de Fuente Vaqueros. Y consigna faltas de abundamiento en el sentido de menor interés, pasión, profundidad, para elevar deliberadamente el tema. Rafael Alberti resulta en este aspecto más despreocupado. Prefiere que esa veta suya sea recogida en el aire y donaire de su poesía como tal poesía. Su flamenquismo corresponde recogerlo diluidamente en la tónica general de su obra (poeta y teatral). El cante, su sabor, sus especiales formas, sus sugerencias, están presentes en los recodos menos imaginables de la trayectoria del gaditano. Hasta ciertas preferencias métricas son tomadas de característicos estilos flamencos. No se arriesga a enfrentar directamente el mundo del cante, no jerarquiza el tema con el sentido internacional, desgarrado, invasor, con que se ofrece en Lorca.

Alberti torea los versos caminándoles, como buen torero gaditano que es, por el espacio inmenso. Sus versos se encadenan de colores azules, rojos, amarillos que recuerdan su bahía y el camino a la isla de San Fernando. Versos que como las olas de mar inquietas pasan y reposan en el aire sin detenerse. Versos que giran revoleras y forman figuras espléndidas a las que cambia de viaje en su revolera, ¡arrebol de arreboles!

Alberti, poeta natural dotado de poderes sobrenaturales en la musicalidad, que aprendió en la bahía de Cádiz. En él vibra el espíritu del verdadero pueblo español que es el mismo pueblo de cualquier país. En su verso desgarrado se expresa el dolor hondo de los miserables. En su cante se escucha el ay desesperado de los desarrapados y los hambrientos del mundo en el ir y venir de las olas. Alberti es el poeta de la gitanillos, símbolos de lo olvidado, de lo que falta, a los que da voz musical. Es el torero gitano que torea las palabras toros, con ese desmadejamiento convaleciente, de los grandes toreros artistas a los que admira tras un tragaluz sin vidrio.

Rafael Alberti, el poeta como tronco de faraón, aprendió de Manuel Torre el cantaor de flamenco, que en el cante jondo, las manos duras de madera, sobre las rodillas, tienen que buscar hasta encontrarlo, el tronco negro de faraón. En su verso que es cante jondo, Alberti buscó y buscó el tronco negro... que brilla esplendoroso en la plaza de toros en sus veladas musicales sin encontrar el duende.

Alberti pide luz, movimiento y coqueteo formales, García Lorca se arranca por siguiriyas. Alberti –mucha Cádiz en él–, por alegrías. Dos cuerdas distinta, dos concepciones diversas de Andalucía, y, consecuentemente, del venero flamenco. “Si una Andalucía es introvertida, estática, mágica, la otra es movediza, luminosa, con infinitas ganas de vivir. Duende en el granadino; ángel en el gaditano –Juego y teoría del duende–. Por extremar gráficamente el paralelo, diríamos que Lorca tremendiza y Alberti aligera”; negra noche andaluza en aquél, madrugada salinera en éste.

Alberti sigue y seguirá cantando su arrebol de arreboles, ¡aire que se lleva al aire! ¡Aire que el aire la lleva! Total, la mujer es un caramelo de albaricoque, de frambuesa o de limón, a la que canta; la Telethusa de Gades.

“Diestra en quebrar la delgada cintura
en repicar los palillos sonoros,
diestra en volar sin dormirse en el vuelo
en no pisar el piso la tierra.
¡Hondas gargantas dolidas susurran
lentas crepitan nutrientes!
Cádiz te ciñe, tus olas te abrazan
Tú eres el mar y la espuma de Cádiz”.