Opinión
Ver día anteriorDomingo 7 de julio de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La loca del ático
A

noche pasaba por tele Jane Eyre, no quise ni siquiera detenerme a averiguar de qué versión se trataba, de inmediato supe a qué grado seguía yo literalmente apaleada por su lectura, tardía, muy tardía, de hace apenas unos meses, cuando me arrolló, deslumbró, apabulló, mientras leía me preguntaba qué habría podido desatar semejante conocimiento de la violencia en las emociones, imaginaba (porque entonces y a pesar de todo, conocía poco, escasamente, a la familia Brontë) a tres hermanas aisladas del mundo en los páramos del norte de Inglaterra, sin libros, sin vecinos, las hijas de un clérigo viudo y hermanas de un joven del que sabía aún menos, de dónde la necesidad de Charlotte de dar expresión al mal, con una técnica tan eficaz, como en manos de un escritor que ha leído todo, que ha incurrido en todo y que ha pasado por todo, incluyendo maestrías, doctorados, talleres, diplomados, seminarios, cursos, cursillos, en letras, en escritura, en ensayos y en errores, en experiencia, en experiencia, en experiencia, no era posible no poder detenerme pero leí sin parar, con los ojos abiertos, con el alma efectivamente en un hilo, cómo creer que una escritora del siglo XIX, sin mayor contacto –creía yo– con la ciencia ni el arte ni nada, dominara la cultura clásica y manejara incluso la percepción extrasensorial sin saber que eso existía y que uno debía estar atento por si de hecho existía, incluso en uno mismo, y por lo tanto era válido manifestar sus alcances y sus efectos sin pasar por loco, bueno, cuando alguien se enteró de lo apabullada, aturdida, sorprendida, estupefacta, pasmada y boquiabierta que yo había quedado al leer Jane Eyre, me regaló el estudio más iluminador y autorizado que se ha escrito sobre esta novela y su autora y su época, lo acaricio con la vista para algún día leerlo pero no ahora, es como la película que tampoco puedo ver ahora, cuando mi piel sigue sensible a la luz de Jane Eyre y a su tormento, cuando continúa calándome, impregnándome, infiltrándome, influyéndome, nada puede acercarse a semejante estallido, total, profundo, ni siquiera rozarlo, sin herirme, aléjense del halo que Jane Eyre y Charlotte Brontë crearon en mi mente y en mi existencia, un halo impenetrable, por más que sea genio quien se anime a razonar alrededor de lo inexplicable, crecí bajo el influjo de Wuthering Heights, era la obra que destacaba en la familia de escritoras que fue la Brontë, y a medida que crecía aumentaban los comentarios de grandes lectores que se unían a confirmar esta observación, antes de conocerla vi en el cine la primera versión de Wuthering Heights y desde entonces había caido en su corriente de genialidad, sin duda, sin explicación, de modo que después, al leerla y empezar a enterarme del efecto, de la emanación, que tenía en otros lectores, acogí el comentario especializado mientras pasaban los años y yo iba despertando y abriendo los ojos cada vez más hasta por fin leer Jane Eyre y me detuve un momento y me pregunté si me atrevería a sostener que Jane Eyre me parecía igualmente destacable que Wuthering Heights, y supe que no, que de ninguna manera me aventuraría a sustentar esta opinión, porque a medida que crezco más incapaz me sé de subrayar nada, mucho menos un comentario personal, subrayaría, diría, en cambio, cómo me impresionó la presentación que hace Charlotte de la única obra y póstuma de su hermana Emily, con qué desapego, con qué objetividad reconoce el genio que fue Emily, lo fue, si el término se define como el carácter de originalidad que alcanzan las facultades intelectuales de una persona independientemente de sus demás facultades, como lo fue Charlotte, si se define como el equilibrio que una persona original en sí alcanza con sus facultades intelectuales y existenciales, definiciones diferentes que resultan en creaciones diferentes y es al paseante a quien corresponde elegir la sombra a la que arrimarse, por inclinación natural, sin mayor intervención de su juicio ni de su gusto, que quizá no ha cultivado lo suficiente, porque no es genio y ser genio es algo que no se adquiere, naciste genio o no, o recurre a la señora Gaskell, esa otra enorme loca del ático, que tanto me orientó y me extasió a mí con su biografía de la familia de genios que fue la Brontë, la de los páramos de Inglaterra, la mira puesta en especial en Charlotte, su amiga, su semejante.