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Sicología evolutiva: nuevo biologicismo, viejo darwinismo vulgar
L

a teoría darwinista de la evolución está empapada de numerosas vulgarizaciones. Éstas tienen en común una simplificación burda de las tesis de Charles Darwin y un tratamiento superficial de diversos aspectos de su teoría, en especial de aquellos (principalmente los provenientes de la economía política) más propensos a ser despojados de su componente evolutivo, para proyectarlos como procesos naturales que nunca cambian.

En el estudio de los orígenes del ser humano y en la conducta sexual (animal y humana) es donde muchos de estos yerros han tenido una especial importancia. El darwinismo social del siglo XIX e inicios del XX, la etología y la sociobiología a partir de los años 70, han sostenido todas, diversas variantes de una tesis central: los seres humanos estamos determinados biológicamente, no sólo en nuestra morfología y fisiología, sino en nuestra conducta, cultura y relaciones sociales y sexuales. Todo esto es expresión de determinaciones genéticas, las cuales no han cambiado desde que el ser humano apareció sobre la Tierra.

La última versión de estos biologicismos es la sicología evolutiva. Nacida a inicios de la década de los 90, como intento de rescatar lo fundamental de las tesis sociobiológicas sobre el ser humano. La sociobiología, propuesta por Edward O. Wilson y Richard Dawkins en 1975 y 1976, respectivamente, había conocido un serio debilitamiento, especialmente en lo que se refiere a sus aplicaciones a la evolución humana, debido al rechazo que se generó a las conclusiones abiertamente racistas, sexistas, clasistas y opresivas, cuyos defensores sostenían y a la nula capacidad de éstos, por mostrar la veracidad de sus conclusiones.

La aparición de un libro publicado 1992, intitulado La mente adaptada y coordinado por los estadunidenses Jerome Barkow, Leda Cosmides y John Tooby, dio impulso a esta nueva versión del determinismo biológico en la búsqueda de una explicación sobre la naturaleza humana. Sus tesis centrales son: la mente humana es una adaptación biológica, resultado de un proceso evolución y de selección natural ocurrido en el pleistoceno; esta mente no ha cambiado sustancialmente desde aquellos tiempos; la conducta humana es fundamentalmente sexual y su interés supremo es la elevación de la adecuación biológica (fitness), medida por el aumento en la cantidad de la progenie dejada individualmente. La sexualidad es estrictamente reproductiva y heterosexual. Estas realidades son inalterables hasta que haya modificaciones en la composición genética de los individuos. Ciertamente, se admitió una cierta interacción entre factores culturales y biológicos, pero de modo tal que los primeros siempre terminan subordinados a los segundos, es decir, se postuló una visión pretendidamente integral y compleja del ser humano, que terminó siendo reducida a una esencia genética que lo determina todo.

A esta publicación siguieron numerosas otras escritas por diversos autores: Randy Thornhil y Craig Palmer (2006) justificaron la agresión sexual y la violación, explicándola como inevitable producto de impulsos biológicos; Helen Fisher (1999) redujo el sentimiento amoroso a la secreción de hormonas; Eckart Voland, Karl Grammer (2002) y Ghilian Rhodes y Leslie Zebrowitz (2003) defendieron una supuesta superioridad evolutiva de los patrones estéticos occidentales, faciales y corporales. David Buss, desde 1988 efectuó un estudio estadístico ciento por ciento eurocéntrico en 38 culturas (así les llamó) para supuestamente mostrar la universalidad de las relaciones de propiedad privada y de la institución matrimonial. Steve Pinker (1997) caricaturizó la mente humana, explicándola como un sistema de computación y también afirmó la naturalidad del patriarcado. Todos estos autores y muchos más utilizan una metodología y un discurso mercantil defensor de las relaciones humanas como relaciones de propiedad privada; de valores prácticas y principios propios del capitalismo, naturalizados, despojados de toda consideración histórica. Como si la realidad del presente periodo de la historia fuera la realidad eterna y única, es decir: la falacia ideológica.

En 2001, los científicos británicos Hilary y Steven Rose publicaron el libro Alas, pobre Darwin: argumentos contra la sicología evolutiva, en el que se hace una demoledora crítica a la sicología evolutiva. En ese libro participó un conjunto de evolucionistas, antropólogos sociólogos, etcétera, entre quienes se encontraban Stephen Jay Gould, Anne Fausto-Sterling, Mary Midgley, Ted Benton y Tim Ingold. En él se denunció el carácter simplista de esta rama de la biología evolutiva, su alto componente ideológico, su defensa de los principios éticos más conservadores y las trampas contenidas en un discurso reduccionista disfrazado de totalizador.

En los años presentes, el debate alrededor de esa nueva versión del darwinismo social ha continuado, sin que sus partidarios hayan pasado de inconsistentes y frívolos estudios estadístico-anecdóticos, con un lenguaje impreciso en grado extremo, y con escaso valor de verdad.

Esperamos poder explicar mejor estos últimos puntos en una entrega posterior.

*Investigador del CEIICH, UNAM, y autor del libro Sicología evolutiva: enredos y simplismos de una ciencia vulgar, de próxima aparición.