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Ver día anteriorMartes 25 de junio de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Un jaque al alto gobierno
H

asta filosófico resulta el tema de los guardias comunitarios. ¿A quién corresponde el monopolio de la fuerza? ¿Y si lo ejercen otros? Habría dos respuestas: 1) ajustar la filosofía, la teoría y el derecho a las realidades o, 2) someter esas realidades a la ley. La respuesta parece tan simple que provocará en algún lector hasta rechazo por esta lectura. Sí –dirán y con razón–, siempre privará el derecho.

La necesidad de llegar a una decisión es grave. Guerrero, Michoacán, Tamaulipas y por momentos Oaxaca están en plena ingobernabilidad. Su situación ha dejado de ser un problema de seguridad pública para pasar en la escala de la gravedad política a ser un tema de seguridad interior, esa materia que sin que lo digan las leyes, ya no es del orden estatal sino que de facto ha pasado a ser un problema federal.

El jaque al alto gobierno es complicado como todo jaque. ¿Cómo normalizar las conductas levantiscas de los guardias comunitarios? Un camino es convencerlos de una deposición de voluntades; otro es sumarlos a las fuerzas del orden y otro sería aplicarles la ley reprimiendo el delito. Ninguno parece viable, sin que implique resbalar hacia otros costos tan grandes como los que se quiere subsanar.

Los guardias comunitarios, o como se les quiera llamar, no son homogéneos. Primer problema: pueden ser 1) auténticos robinhoodes, defensores de la comunidad y honestos integrantes de ella; 2) pueden ser participantes de las llamadas rondas de vigilancia y hasta de cacicazgos que al abrigo de usos y costumbres se han legitimado; 3) pueden ser de conductas sutiles indóciles ante la ley; 4) otros pueden ser abigeos, ladrones de cosechas, o asaltacaminos, fórmulas delictivas que son distantes al conocimiento urbano, pero que existen, y 5) también llegan a ser miembros de la delincuencia sistematizada, hasta vinculados con la droga, pero que ahí están y han estado.

¿Cómo enfrentar con reglas que suponen unanimidad de criterios a grupos tan heterogéneos? ¡Ese es el embrollo! ¿Cómo tratar con una sola forma a quienes son desiguales en sus conductas? ¿Cómo hacerlo si los más, con las armas en la mano, no están dispuestos a someterse?

Cómo, si, en el absurdo que se está viendo en Guerrero, se les va a invitar a formar parte de las fuerzas regulares cuando no cumplen el menor de los requisitos, el que sería abandonar su actitud levantisca. Y no hablemos de exámenes de confianza, que en este caso el sólo mencionarlos causa risa.

Con precipitar cualquier decisión el Estado mismo se expondría a provocar una exaltación de situaciones el que estaría ya tocando las puertas del reto y la amenaza de rebelión. Eso no es posible para ninguna mente razonablemente formada o experimentada en política y en derecho.

Entonces parece que habría que ponderar la aplicación que nunca ha resuelto nada y que ha sido fórmula mexicana para gobernar: tolerar y simular. Pero si las actuales autoridades, Presidencia, Gobernación y PGR, quieren hacer que se respete la ley, se rescate el orden público y se sancione al delincuente, entonces, ¿cómo hacerlo?

¿Cómo lo van a hacer? Cómo, si el diálogo parece imposible, si la autoridad local, y el ejemplo es Guerrero, ni existe ni hoy puede existir. Si las fuerzas policiacas federales son disfuncionales, si el Ejército es un alto riesgo porque reitera la situación de ingobernabilidad y a la larga nada resuelve. ¿Cómo entonces?

¡Sencillamente quién sabe! Lo que sí se puede demandar y señalar con la simple firmeza a que un ciudadano tiene derecho es que ¡basta ya, basta de tolerancias y simulaciones! Hay que encontrar una solución. El gobierno de Enrique Peña quizá ya registró que se encuentra ante un verdadero jaque. El caso es de seguridad interior que de no saberse resolver se convertirá en la mancha indeleble de su gobierno, asociándose a las manchas que casi todos los gobiernos han lamentado sufrir.

Han sido graves ejemplos de represión los de López Mateos o Díaz Ordaz, o de exhibición de una mezcla de imposibilidad y represión como con las guerrillas en el propio estado de Guerrero con Rubén Figueroa y Echeverría, señaladas sólo éstas para no reiterar las barbaridades de Calderón.

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