Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
El vicio impune
de la lectura
Vilma Fuentes
Rilke: el resistir
lo es todo
Marcos Winocur
Intelectuales públicos
y telectuales
Rafael Barajas, el Fisgón
Los redentores neoliberales
Gustavo Ogarrio
La última voluntad
de Pirandello
Annunziata Rossi
Estado de antisitio
Nanos Valauritis
Leer
Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
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Cabezalcubo
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La Casa Sosegada
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Calcetines
No sé si sea algo que le sucede a todo el mundo, o nada más a mí: siempre pierdo los calcetines. Antes era lo normal: creía que por poner mi atención en el pantalón olvidaba dónde ponía los calcetines, y era cosa de buscarlos por horas o de plano sacar otros del armario. Pero de unas semanas para acá me doy cuenta que no ha sido nunca una cuestión de despecho: de verdad que los calcetines se esfuman como los globos de gas de las manos de los niños, en el parque. El otro día me quité camisa, pantalón, etcétera, y puse los calcetines sobre la cama. Lo hice conscientemente. Al cabo de unos segundos, cuando quise enfundármelos, habían desaparecido. ¿A dónde se irían? Los encontré enredados entre las sábanas. Ayer mismo, que iba al futbol, saqué los zapatos y dentro de ellos coloqué los calcetines. En lo que fui al baño y regresé, ya no estaban. Yo aquí los había dejado, pensé. Estoy seguro de ello. ¿Estoy seguro de ello? Los encontré debajo de la cama: ¿quién los dejó ahí? ¿Cómo llegaron? ¿Acaso mi mujer…? Pero estaba solo en casa. Me miré, nada más, en el espejo y, otra vez, me encogí de hombros. |