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A la mitad del foro

Política bipolar

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Firma del adéndum al Pacto por México, el mes pasadoFoto José Antonio López
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ientras Luis Videgaray declaraba a los medios que el paro súbito de nuestra economía en recesión es un asunto de sobrerreacción de los mercados, David López, vocero y algo más de la Presidencia de la República, apareció en cuadro, en pantalla, a espaldas del omnipresente secretario de Hacienda. Vio, oyó y desapareció de la escena. Enrique Peña Nieto lucía su activismo optimista y los logros del pacto fueron tema en la reunión del G-8. Ningún síntoma de catarrito. Pero las páginas del Financial Times anunciaban el diluvio.

En plena tormenta europea, no era la reforma hacendaria mexicana la causa de los rayos precursores de la tormenta, sino la reforma energética, la persistencia del debate bizantino sobre el número de socios privados que caben en el entorno de la empresa estatal por excelencia. Se apareció el texto en letras pequeñas de lo que nos escrituró el diablo. Después de participar en el veraniego cortejo irlandés, al lado de Barack Obama, de incluir acuerdos con Gran Bretaña a los hechos en la vuelta al mundo en 200 días, el hombre del pacto, el que puso en marcha la maquinaria reformista, acudió de inmediato ante los medios mexicanos que viajan con él y con los que se conectan a Internet o a la página web de Los Pinos: Nunca he dicho que vamos a privatizar Pemex. ¿Quién me ha escuchado decir tal cosa?

Los términos y alcances de la modernización de Pemex y la CFE, de la participación de capital privado, están todavía en la agenda del Pacto por México, están por discutirse, están en veremos. Nadie conoce el borrador de la iniciativa a discutirse en el pacto antes de enviarse al Congreso. Al frente de los trabajos del afamado pacto estará Gustavo Madero, quien toma la estafeta del relevo de manos de Jesús Zambrano. De la izquierda en busca de identidad, a la derecha; al pleito en el fango de los panistas que disputan el control del dinero de la bancada senatorial y están al borde del golpe de mano que anticipa Ernesto Cordero al anunciar que busca el mando del Consejo Nacional del PAN. Las damas de la vela perpetua, los de la potosina marcha del silencio, lanzan gritos de condena a sus compañeros de capillita, denuncian actos de nepotismo, como si fueran curas y cardenales todos los que ganaron el poder y perdieron el partido cuando perdieron el poder.

Se hunde la nave. Antes de la sobrerreacción de los mercados, se redujo el gasto público a su mínima expresión, se redujo el crecimiento previsto, ya de por sí insuficiente, patético, causa y reflejo del empleo formal a la baja y el de la informalidad al alza y a la deriva. El Banco de México retiró miles de millones de pesos de la circulación. Aspirinas monetaristas en pos del artilugio que evite la espiral inflacionaria mientras sube cotidianamente el costo de los alimentos, del transporte, de la vida. Es asunto de cada inicio sexenal, dicen. Pero el ínfimo gasto público de estos trimestres iniciales es menor que el de la docena de la derecha adocenada, sea con Fox, sea con Calderón. Los de la cúpula empresarial siempre se quejan. Pero ahora el lamento es de los proveedores del gobierno.

No pagan las dependencias del gobierno; no hay circulante y asoman síntomas de comportamiento bipolar al postularse el inmediato accionar de la banca de desarrollo, el retorno de Nafin a su papel impulsor de la industria nacional. Aunque ya nadie parece acordarse de que esa institución no es banco de primer piso. El pacto puso en marcha el quehacer político; logró la aprobación de las reformas laboral, educativa, de telecomunicaciones, de la deuda de estados y municipios; y ante todo acabó con la parálisis legislativa, con el lamento de la Presidencia impotente por la ausencia de mayorías en el Congreso. Y de pronto se disuelve la imaginaria partidocracia. Y brotan intelectuales inorgánicos que proponen la relección de diputados y senadores porque se ha impuesto el poder presidencial a un Congreso débil. Claro como el lodo, decía Norbert Guterman.

Y reaparece el debate, más bien las denuncias de la intención del gobierno de privatizar, de vender Pemex, o dejar abierto el portillo que deje entrar a los aviesos dueños del capital privado a los fundos del petróleo propiedad de la nación. Hay que poner las cartas sobre la mesa. Efectivamente, Enrique Peña Nieto nunca ha dicho que pondrá Pemex a la venta, ni que propondrá su privatización. Pero el diablo está en los detalles. En la memoria histórica, el vigor de la expropiación petrolera como respuesta a la prepotencia de compañías extranjeras que se negaron a obedecer las leyes del país. Y también en el grito de la patria está en peligro, como alerta de simuladores al amparo de un patriotismo auténtico.

Y la bipolaridad. Subejercicio presupuestal, gasto público reducido a nanocifras, el empleo formal que apenas aumenta, el incontenible crecimiento de los trabajadores refugiados y explotados en la informalidad; las tierras erosionadas, incultas, en el abandono; más de 50 millones de mexicanos hundidos en la pobreza; clasificados como de clase baja, mientras el Inegi anticipa que seremos país de clase media, pero somos una oligarquía en la que la riqueza se concentra en algo más del uno por ciento de la población. Nunca más justa la insurgencia de los indignados. Pero los nuestros disputan en la dispersión del poder, ante la ausencia del Estado; bloquean carreteras y avenidas, exigen diálogo con las autoridades y se disputan los espacios dispersos de control fincado en la incongruente mezcla de radicalismo y obsesión conservadora que congela la realidad en el peor de los maniqueísmos.

En Brasil se desbordaron las masas de indignados. Se han manifestado cientos de miles, millones, en Sao Paulo, Río de Janeiro, Bahía, Curitiba, Brasilia, en Fortaleza, en todo el gigantesco territorio del país del futuro que anticipara Stefan Zweig. Tierra de Lula, donde la izquierda sacó de la pobreza, incorporó a la clase media, a 40 millones de brasileños. Demandas populares, estatización del transporte público, trabajo y sueldo dignos, educación pública de calidad, demandan. Y se han sumado los de la gente hermosa, quienes exigen menos corrupción. Los actos de vandalismo son estallido de la desigualdad: destrucción de autos lujosos, saqueos de tiendas y almacenes, asaltos a los automovilistas atrapados en el incendio.

La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, habló en cadena de radio y televisión: Mi gobierno está oyendo las voces democráticas que piden cambios... Yo los estoy oyendo. Los actos de violencia fuera de control, la dura represión de la policía; el agresivo rechazo de las multitudes a cualquier grupo con camisetas de los partidos políticos. Todos de izquierda por supuesto, anota Eric Nepomuceno en La Jornada de ayer sábado. La derecha capitaliza el descontento. Hay quienes piden que vuelvan los militares. Dilma Rousseff ha dicho que su gobierno está oyendo las voces democráticas que piden cambio; y la dimensión, el volumen, la fuerza de las demandas: Tenemos que aprovechar el vigor del movimiento.

Aquí amenaza el pantano; las disputas por las prebendas del sistema plural de partidos. La bipolaridad. La anticipación de miles de millones de inversión en infraestructura. El oportunismo de Marcelo Ebrard y su inmediato nombramiento de vocero de Andrés Manuel López Obrador. Y que sin reforma hacendaria, no hay reforma energética que valga.