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Los gobiernos progresistas y los trabajadores
E

l caso boliviano. Hay gente para la cual el gobierno progresista –o seudo socialista– es el sujeto del cambio revolucionario independentista, descolonizador, democrático y social, que es la condición indispensable para salir del atraso y la dependencia. Esos gobiernos son, para ellos y por definición, infalibles y la única medida de lo que se puede hacer y del más sano realismo. Por lo tanto creen o fingen creer que toda oposición a esos gobiernos proviene de la oligarquía y del imperialismo o es funcional (eso dicen) a esas fuerzas, incluso cuando esa oposición viene de la izquierda y de un sector de los trabajadores. Para esa gente, puesto que el gobierno es popular, las huelgas de un sector del pueblo deben ser prohibidas y sólo se explican por las maniobras de los agentes del imperialismo y del gran capital. En aplicación de ese silogismo reaccionario y falso, en los primeros gobiernos de Perón las huelgas eran reprimidas a palos y con encarcelamientos masivos y en la Constitución peronista de 1949 se eliminó el derecho de huelga; en Cuba no hay huelgas (como tampoco las había en la Unión Soviética); en China son ilegales; en Venezuela muchas grandes huelgas han sido reprimidas, y en Bolivia, cuyo presidente es un ex combativo dirigente sindical, el gobierno sostiene que la de la Central Obrera Boliviana (COB) fue fomentada por la reacción (la cual efectivamente trató de sacar provecho de ella, pero no la provocó).

La gente que padece el síndrome del pesero (y por consiguiente acata el cartelito que reza No molestar al que conduce, aunque lleve a todos a un barranco) cree que las 600 mil personas que, después de sufragar por Chávez no votaron por Maduro sino por Capriles, son desagradecidas. O se preguntan qué clase de obreros son los mineros bolivianos porque la COB construye un partido independiente del gobierno y crítico frente al mismo, justamente ahora, cuando el conductor al que reputan infalible es un indígena y sindicalista, y no durante el gobierno del capitalista más rico de Bolivia.

No les pasa por la cabeza que en la oposición al gobierno del agente del imperialismo, los mineros y los demás miembros de la COB estaban unidos con todos los otros movimientos sociales que crearon, precisamente, un Instrumento Político de los Trabajadores que después hizo suya la sigla del Movimiento al Socialismo (MAS). Tampoco que el MAS se convirtió en instrumento burocratizado integrado en los ministerios y el parlamento de un Estado que busca el desarrollo capitalista de Bolivia mediante una política extractivista. No se les ocurre pensar por qué los gobiernos que apoyan están perdiendo votos que antes los apoyaban. Ni ven que el gobierno, con fuerte apoyo mayoritario, campesino, al mismo tiempo moviliza y controla a los trabajadores del campo, las minas y la ciudad, para contrarrestar la oposición del imperialismo y de las viejas clases dirigentes, que quieren derribarlo porque, al perseguir como objetivo un capitalismo andino, nacional y nacionalista, no sirve a los intereses ni de Washington ni de los oligarcas.

Ignoran asimismo el debate de Lenin (contra Trotsky) en defensa de la independencia de los sindicatos y de las huelgas con el argumento contundente de que el Estado obrero seguía funcionando como capitalismo de Estado y los obreros tenían que defender sus derechos propios frente al Estado patrón, que mantenía en régimen salarial de explotación. Por último, tampoco se les ocurre que en Venezuela sectores de los trabajadores, que confiaban en Chávez no confíen en los funcionarios chavistas y menos aun que protesten, sin ser por eso contrarrevolucionarios, por la escasez de productos esenciales, la violencia y la inflación que les reduce sus salarios (todo lo cual es producto del sabotaje de la gran burguesía, pero también de la boliburguesía y muchas veces de la ineptitud y corrupción de la burocracia gubernamental). O que en Bolivia, además de una oposición de derecha, pueda existir una oposición de izquierda (buena o mala, esa es otra cosa) que trata de construirse en torno a la COB. Para ellos, los indígenas de Oriente que tratan de defender el bosque del cual viven son maniobrados por las ONG que, según ellos, son simples instrumentos del imperialismo y los problemas con el gobierno surgen de eso y no de la violación de la Constitución, de la falta de consulta a las regiones autónomas indígenas, del jacobinismo autoritario y centralizador.

En mis artículos sobre Bolivia dije que las reivindicaciones de la COB y de los mineros eran corporativas y no tenían en cuenta sino sus propios intereses y no a los demás trabajadores del campo y de la ciudad. También que la ultraizquierda, sobre todo entre los maestros, trataba de forzar la caída del gobierno, sin darse cuenta –o sin importarle– que hoy el mismo, si cayese, sería reemplazado por la derecha, no por la izquierda.

Estoy lejos de creer que los obreros siempre tienen razón. El sindicalismo estrecho (reformismo dentro del sistema capitalista, que el sindicato no pone en cuestión) y el corporativismo, suelen ser males de las organizaciones de trabajadores y éstos, individualmente, están sometidos a la cultura capitalista imperante e incluso pueden ser machistas, borrachos, rompehuelgas, individualistas y todo lo que se quiera. Pero eso no significa ni que la conciencia revolucionaria pueda venir de los campesinos, como sostienen algunos espontaneístas o afirmaba Mao, ni que los obreros deban disolverse en el pueblo, ya que las clases no existirían, como dice Ernesto Laclau, el teórico del gobierno kirchnerista argentino y de otros gobiernos progresistas, ni mucho menos aún que dichos gobiernos, empeñados en mejorar el capitalismo, sean los educadores y organizadores en la lucha por la liberación nacional y social y los infalibles conductores de peseros a los que no hay que molestar.